miércoles, 28 de mayo de 2008

Anotaciones y comentarios a los textos de Prisciliano II



Continuamos en esta segunda entrega con el tratado IV o de la Pascua:

“Nada hay más útil para el hombre que rechazar día tras día las cosas que son amigas del siglo y guardar los preceptos de la institución divina, según dice el apóstol: “toda amistad del mundo es enemiga de Dios” (Santiago 4,4), sin embargo, los sentidos de los mortales, cautivos con la familiaridad de las cosas seculares, se encierran en el error de la indefensión humana y cuando se hallan al límite del riesgo en el naufragio de tanta confusión, la misericordia aparece siempre como estación y puerto ansiado.”.



Este tratado, como la mayor parte de los tratados, no es exculpatorio ni tampoco una profesión de fe; está dirigido a sus correligionarios cristianos; a todos, pues, a parte de los autores-fuente quienes presentan informaciónes que vienen condicionadas por sus posiciones beligerantes, no existen motivos suficientes para suponer a Prisciliano fundador de ninguna “secta priscilianista”. Prisciliano se confiesa católico, el tono y carácter de los primeros tratados, que podrían considerarse, tal vez, como exculpatorios, coinciden con el tono y carácter del resto de los tratados. Carece de fundamento suponer que Prisciliano escondiera o disimulase su verdadera forma de pensar y vivir el cristianismo. El cristianismo de Prisciliano procede directamente del estudio de los Evangelios. Prácticamente no hay contenidos que no puedan encontrarse expresados de alguna forma en los textos bíblicos, si bien la lectura que Prisciliano hace, se diferencia en un punto importante de la versión oficial; él considera simbólico, lo que la iglesia de Roma toma como literal, como por ejemplo, el relato evangélico y otros pasajes del antiguo testamento; y, al contrario, él toma como literal, lo que la iglesia romana considera simbólico, de poca trascendencia, o meramente retórico. Es el caso, por ejemplo, de la frase: “toda amistad del mundo es enemiga de Dios” (Santiago 4,4). Es una sentencia con un carácter decididamente dualista. Quien ama al mundo, no puede amar a Dios. Esto es característico de Prisciliano y de muchos “otros cristianismos”, incluidos los propios apóstoles, quienes interpretan esto de manera literal. Es un dualismo que se apoya en la convicción de la doble naturaleza humana, espiritual e inmortal por un lado, terrenal y mortal por otro. Es un dualismo que coloca, no obstante; el acento en la posibilidad del hombre, gracias al advenimiento de Cristo, de devenir inmortal y perfecto, es decir, imagen y semejanza de Dios. La consecuencia de esto se traduce en una actitud determinada ante la vida, una actitud que algunos llaman ascética, pero que simplemente consiste en un desplazamiento de acentos vitales.

Una perspectiva nueva se abre ante estas personas, una perspectiva espiritual que descansa en el reconocimiento interno de esa otra dimensión humana y la consiguiente y consecuente orientación hacia aquella dimensión. Aludiendo a un pasaje evangélico, dice Prisciliano: “Nosotros buscamos los tesoros invisibles, escondidos en los cielos”. (Trat. I)

Vegetarianismo; celibato, sólo en algunos casos; pobreza voluntaria; ayunos; caridad fraterna; sabiduría y discernimiento entre el bien y el mal; vida intachable, etc., forman parte de esta orientación, que fue considerada, muchas veces, demasiado radical por parte los obispos

La iglesia romana forjó con el tiempo otro dualismo, el de los buenos y los malos. El dualismo de los que permanecen junto a la ortodoxia levantada a golpe de concilio y poder civil y la de los malos, que desobedeciendo a la legítima autoridad, profundizaban de manera distinta su forma de vivir el cristianismo. La de los hijos de Dios, junto a la iglesia y el papa. Y la de los hijos de las tinieblas y Satanás, que no merecían sino la muerte.

El párrafo siguiente merece un comentario más detenido:

“los sentidos de los mortales, cautivos con la familiaridad de las cosas seculares, se encierran en el error de la indefensión humana”.

Los sentidos, ligados a lo corporal y mortal, son fuente de error, ellos nos transmiten una imagen del mundo parcial e irreal, no nos dicen nada sobre la naturaleza espiritual del mundo, única verdadera. Están demasiado acostumbrados a ver las cosas de una muy determinada manera. Nos encontramos, tal vez, ante la expresión de un contenido psicológico: los hombres poseen hábitos cognoscitivos. Su sensibilidad está prisionera de una forma, siempre la misma, de ver el mundo. Una vida espiritual nueva supone una forma nueva de percibir la realidad, de verla bajo una luz nueva:

“Llevamos entre manos abrir, como a una luz nueva, vuestros sentidos, asediados por las angustias del desamparo humano”

Esto nos acerca a la “gnosis”, entendida en sentido amplio, como conocimiento interior, como revelación, como saber que no se obtiene exclusivamente a través de la razón o el estudio, sino a través de cierta forma de experiencia cognoscitiva. Más adelante encontraremos testimonios de todo esto.


(Dios todop.)”corrigiendo los vicios del nacimiento humano, recorrió todas las molestias de nuestra naturaleza, de modo que, viniendo en carne, derribó la constitución del decreto anterior, y, clavando en el patíbulo de la gloriosa cruz las maldiciones de la dominación terrena, Él, que es inmortal y no puede ser vencido por la muerte, murió por la eternidad de los mortales. Si los unos “con Él hemos sido sepultados por el bautismo para participar en su muerte” (Rom. 6,4) y los otros deseamos morir y ser sepultados con Él, debemos llegar al día de la Pascua de forma a imitar el yermo de los 40 días que el señor ayuna en el evangelio… “Vivimos en la carne no vivir según la carne” (II Cor. 10,3).


(Compárese con Orígenes: “Por ello, de cada uno de los cristianos puede no sólo afirmarse que ha sido crucificado con Cristo para el mundo, sino también que con Cristo ha sido sepultado, pues, si por nuestro bautismo fuimos sepultados con Cristo, como dice san Pablo, con él también resucitaremos, añade, como para insinuarnos ya las arras de nuestra futura resurrección”. Comentario sobre el evangelio de san Juan Tomo 10,20)

Este párrafo muestra aspectos importantes de la cristología de Prisciliano. En primer lugar “Dios todopoderoso” desciende al mundo humano en un cuerpo humano con todas las contingencias de su naturaleza. Aquí no diferencia entre Dios y Cristo, cuando lo hace, no diferencia claramente las tres personas del credo niceno del 325, en Prisciliano se trata más bien de modos de obrar, de aspectos diferentes de una misma divinidad.

Otra cuestión interesante es el tratamiento que hace de la cruz, la cual, no es un símbolo de dolor o escarnio, sino que es un símbolo de victoria y de gloria. En ella es clavado y muerto lo que retiene prisionero al hombre, esto es, la naturaleza corporal, el cuerpo de barro, el cuerpo de carne y sangre, del cual se dice en el evangelio que no heredará el reino de Dios. (I Cor. 15,50). Esta muerte de lo corporal aporta la “eternidad a los mortales”. La crucifixión es el símbolo de una realidad espiritual por la que debe pasar todo cristiano. Prisciliano dice en el canon XXXIV: los cristianos han “de crucificar la carne junto con sus vicios y concupiscencias, gloriándose en la cruz de Cristo, por quienes están muertos para el mundo y sus obras”.

La muerte presenta el carácter de una liberación y de una iniciación; de una liberación de la prisión de lo corporal y de las pasiones, simbolizado en el cristianismo por Egipto; y de una iniciación, como decíamos al principio, que consiste en una muerte y una resurrección. La pascua es la fiesta de la muerte y la resurrección. Resurrección significa inmortalidad y divinización. Estas cosas existían con anterioridad al cristianismo en los antiguos misterios y coinciden también en muchos aspectos con antiguos cultos mistéricos, con la filosofía platónica y pitagórica y, a través de estos filósofos, con el orfismo, cuestiones que esperamos tratar más adelante.

Otra cuestión que presenta este párrafo es la de la muerte de Cristo. Mediante una paradoja nos dice que Cristo, que Dios, no puede morir pues es inmortal, que de alguna forma su muerte fue “aparente”, y que sin embargo; efectivamente, murió en la cruz, así como también antes había venido en la carne. Sin embargo su muerte y su sangre, la sangre del cordero, ha significado la vida y la liberación. Hace una interpretación de las circunstancias que rodean la pascua judía con un sentido alegórico en el trat. VI:

“Cuando se pide la “purificación” (Exod. 29,36) de la casa, no se pide la limpieza de la casa material… profetiza que el misterio del futuro bautismo ha de ser enriquecido en nosotros con la efusión de sangre divina y quiere que la vista, el oído y la boca, que se nos ha concedido como si fueran los postes o el dintel del cuerpo… y los marquemos con la sangre del cordero inmaculado…” (ver Éxodo 12, 5-14)

Aún nos quedan algunos comentarios referentes a la frase: “derribó la constitución del decreto anterior”. Pero dejaremos esta cuestión para más adelante.

Algunas frases de interés:

“Sin embargo, “el mundo todo, está bajo el maligno” (I J. 5,19)
Toda nuestra vida se la debemos a Él solo, según dice el apóstol (I Cor. 3,22)
Llevamos entre manos abrir, como a una luz nueva, vuestros sentidos, asediados por las angustias del desamparo humano.
El que ya se abstiene del mal, acostumbrándose al bien, debe querer ser mejor.
La obra divina busca en estos días la abstinencia de delicias y el endurecimiento del cuerpo.
El sufrimiento de las cosas presentes aprovecha para la recompensa de la feliz inmortalidad. (¿Persecuciones?). La inmortalidad…
Aunque “Vivimos en la carne no vivir según la carne” (II Cor. 10,3)
Él, que es inmortal y no puede ser vencido por la muerte, murió por la eternidad de los mortales.


Saludos cordiales, Jesús Rodríguez

No hay comentarios: