domingo, 11 de mayo de 2008

GÉNEROS DE LA PRIMERA LITERATURA CRISTIANA


Se podría escribir una historia de los primeros siglos del Cristianismo únicamente estudiando los géneros literarios que cultivaron los primeros autores cristianos. Creemos que cada género literario tiene una justificación histórica, en los avatares que sufrió el Cristianismo desde sus primeros años, cuando todavía vivían los apóstoles o enviados de Jesús, hasta los tiempos de esplendor del Imperio Cristiano, donde destacan prolíficos autores que cultivan gran diversidad de géneros literarios. Por supuesto, en este breve espacio no podemos ser exhaustivos, pero con esta sumaria exposición ya se puede hacer una idea de la Historia del Cristianismo a través de sus géneros literarios.


Epístolas apostólicas: Los primeros textos cristianos son las Epístolas de Pablo y los Apóstoles, que fueron escritas durante la década de los sesenta. La palabra griega “apóstolos” significa “enviado, emisario”, se trata de los enviados o emisarios del Cristo, una primera clase dentro de los primeros discípulos cristianos. Por medio de las epístolas los apóstoles dan instrucciones y consejos a las distintas Asambleas cristianas o Ekklesias.

Evangelios: El segundo género literario que veremos aparecer tras la desaparición de los apóstoles, serán los Evangelios, narraciones de la vida y hechos de Jesús, que se hizo preciso divulgar, pues ya no quedaban testigos directos, ya que los apóstoles eran los que habían convivido con Jesús, y que, por tanto, podían dar un testimonio fiel y cualificado. El primer Evangelio será el de Marcos, probablemente escrito en Roma, le siguen el Evangelio de Mateo y el Evangelio de Lucas, con su segunda parte: Los Hechos de los Apóstoles. A finales del siglo I, se escribirá el Evangelio de Juan. Del siglo I es también el Evangelio de los Hebreos. Durante el siglo II se escribirán otros tantos, muchos de ellos de marcado carácter gnóstico, como el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Felipe, el Evangelio de María, etc.

Revelaciones proféticas: Con el nombre de Apokálypsis se conocen los textos de revelaciones proféticas cristianas, el más importante, incluido en el canon, es el Apocalipsis de Juan, texto que guarda cierta analogía con los libros proféticos del Antiguo Testamento, y que se escribió en los años de las persecuciones del emperador Domiciano. Aquí ya no se trata de la restitución del Reino de Israel tras el Exilio de Babilonia (Isaías, Ezequiel,…), sino de la restitución de la Jerusalén Celeste, el reino del Mesías, el Cristo. El Cristianismo se presenta así como una religión profética. Pablo había hablado de los dones del Espíritu Santo, entre los que se encontraba el don de profecía, y en el Fragmento de Muratori se nos habla de un número determinado de profetas, así como del libro de profecías conocido como El Pastor de Hermas. Existen distintos Apocalipsis apócrifos.

El siglo II será el de la expansión del Cristianismo, las grandes persecuciones y el desarrollo de la gran herejía gnóstica. El género epistolar, los evangelios y revelaciones continúan, pero se les suman nuevos géneros literarios.

Los padres apostólicos: No es propiamente un género literario, bajo esta denominación se incluyen diferentes epístolas morales, unos breves resúmenes de las doctrinas cristianas, conocidos como las Enseñanzas de los Apóstoles o Didaché, primer antecedente del género de exposición dogmática, y las primeras epístolas que dan testimonio de los mártires cristianos. El Pastor de Hermas, también se incluye en este grupo de escritos de los padres apostólicos.

Pero en esta época veremos florecer nuevos géneros literarios, fruto de la expansión del Cristianismo entre las clases cultas del Imperio, los textos gnósticos, por un lado, y los textos apologéticos por otro.

Textos gnósticos: Gran parte de la literatura gnóstica fue descubierta en el año 1945, en Nag Hammadi (Egipto), se trata de una biblioteca de trece volúmenes entre los que se encuentran distintas clases de textos: tratados mítico-filosóficos, distintos evangelios, entre los que destaca el Evangelio de María, Apocalipsis y otros.

Apologetas: Esta nueva literatura también surge para dar respuesta a las nuevas necesidades que tenía que cubrir el Cristianismo. El paganismo estaba indisolublemente unido a la filosofía, ya que los grandes filósofos griegos fueron paganos. El Cristianismo comienza a calar entre las clases cultivadas del paganismo, y los paganos comienzan a preocuparse por la nueva religión surgida del judaísmo. Esta circunstancia motiva la aparición del género apologético, que tratará de defender las ideas cristianas, y, en algunos casos, de casar la filosofía con la enseñanza judeo-cristiana. Los principales apologetas fueron Cuadrato, Justino, Atenágoras y Minucio Felix.

Heresiología: A finales del siglo II vemos aparecer un nuevo género literario como consecuencia de la gran expansión del gnosticismo: los heresiólogos. Se trata de autores que pretenden refutar los errores de los herejes gnósticos desde la tradición apostólica, en esta línea tenemos el Adversus haereses de Irineo de Lyon, y el Apologeticum de Tertuliano.

Gnosis ortodoxa y exégesis alegórica: El Gnosticismo en Egipto estaba muy extendido, algunos autores mantienen incluso que el primer cristianismo egipcio fue gnóstico. Alejandría en el siglo II era un gran centro cultural, y allí Panteno enseña filosofía cristiana. Pero fue Clemente el primer autor que se plantea una “Gnosis verdadera”, es decir, una Gnosis ajustada a la tradición apostólica ortodoxa, alternativa al Gnositicismo. Clemente de Alejandría escribe tres importantes obras en las que introduce una teología culta y filosófica para aquellos cristianos más cultos acostumbrados a la lectura de los filósofos clásicos: Protréptico, Pedagogo y Stromata. La obra de Clemente será continuada y culminada por Orígenes, que escribe un gran tratado filosófico: De Principii. Orígenes, por influencia de la Escuela Alegórica, iniciada por Filón de Alejandría, introducirá la exégesis alegórica de los textos sagrados, que básicamente consiste en una interpretación filosófica de la literatura sagrada. Los comentarios teológicos a los Evangelios y a los Libros del Antiguo Testamento se sucederán a partir de entonces.

El Didascaleo de Alejandría con Clemente y Orígenes fue la primera escuela catequética, este último funda una nueva Escuela en Cesarea. A principios del siglo IV se funda la Escuela de Antioquia. Estas grandes Escuelas serán grandes productoras de literatura teológica, la alejandrina más influenciada por el platonismo de Orígenes y la antioquena adoptará una línea más retórica y aristotélica.

Historia eclesiástica: La fuerte represión del Cristianismo en tiempos de Diocleciano, llevó a Eusebio, obispo de Cesarea, a escribir sobre la historia de los mártires, lo que culmina en la importante obra Historia Eclesiástica, y un panegírico del Emperador Constantino, tras el Edicto de Tolerancia, que marca el inicio del Imperio Cristiano.

Los primeros siglos del Imperio Cristiano determinarán una época de esplendor de la Literatura Cristiana, con grandes autores tanto entre las letras latinas, como griegas. Agustín de Hipona cultiva gran diversidad de géneros: epístolas, homilías, exposiciones dogmáticas, y la primera auto biografía: Las Confesiones, también continuará con la exégesis alegórica y la literatura heresiológica, todas ellas en una línea marcadamente retórica y exhortativa, que caracterizará la teología latina, y que la distanciará cada vez más de la teología griega, más preocupada por cuestiones de teología especulativa.

En los siglos IV y V, las letras griegas cuentan también con grandes autores que desarrollan una gran actividad en el campo de la teología trinitaria y de la teología espiritual y monástica, donde destacan los padres capadocios: Basilio de Cesarea, Gregorio Nacianceno y Gregorio de Nysa. Por otra parte, Juan Crisóstomo, organizador de la liturgia, cultiva, sobre todo, el género de la homilía alegórica. Y a finales del siglo IV y principios del V, Jerónimo de Estridón traduce la Biblia al Latín, su traducción se conoce con el nombre de la Vulgata.

Juan Almirall

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