viernes, 16 de mayo de 2008

HEREJÍAS DE LA ANTIGÜEDAD

El Cristianismo nació en un entorno presidido por la diversidad, se trataba de una secta Judía más, y una secta que, además, no estaba del todo unida: había cristianos más rigoristas con respecto a la observancia de la Ley Mosaica, y los había más helenizados, permisivos, capaces de ver como a hermanos a los nuevos bautizados de origen pagano. Pero los problemas con los siglos fueron aumentando, a medida que la secta crecía y se iba formando la flamante Iglesia, las voces discordantes con una ortodoxia, que se proclamaba la heredera de la tradición apostólica, fueron cada vez más estridentes, hasta provocar grandes cismas y herejías. A continuación ofrecemos un catálogo de las principales herejías de la Antigüedad, hasta el siglo VI, donde cerramos nuestra enumeración, con la condena de Orígenes por parte del Emperador Justiniano.


Ya el propio Pablo tuvo que lidiar con algunos de los primeros cristianos, que no veía con buenos ojos el bautismo y aceptación, en las primeras comunidades cristianas, de paganos que no seguían los ritos propios de la Ley mosaica, y en especial de la circuncisión. Existía, pues, desde el inicio y sobre todo en Jerusalén, una corriente que representaba el ala más tradicionalmente judía, matriz de la que procedía la nueva comunidad espiritual. Cristianos judaizantes hubieron de varios tipos, en el siglo II conocemos a los Ebionitas, los Nazarenos, y como corrientes que tenían su origen en ideas judaizantes, el Milenarismo y los Elcasaítas.

Los Ebionitas fueron la facción más radical, partidarios de una estricta observancia de la Ley mosaica, consideraban a Jesús un hombre que llegó a ser “Cristo” (el Mesías o el Ungido, lo que era sinónimo del Rey de Israel), por su fidelidad a la Ley. Los Ebionitas disponían de su Evangelio propio, que tenía al Evangelio de Mt. como referente, sin embargo, omitía el relato de la infancia de Jesús, pues los Ebionitas negaban el nacimiento virginal, para ellos la unión de Jesús con el Espíritu se produjo en el bautismo. El Evangelio de los Ebionitas se compuso en la primera mitad del siglo II.

A principios del siglo II también se compuso el Evangelio llamado de los Nazarenos, que estaba escrito en arameo o siríaco, muy próximo al Evangelio de Mt. Este Evangelio era utilizado por una comunidad judaizante de habla aramea, de la región de Berea de Celesiria. De esta época es el Evangelio de los Hebreos, que también tenía connotaciones judaizantes, pero de una comunidad egipcia.

Entre las ideas judaizantes de los dos primeros siglos del Cristianismo, encontramos el Milenarismo o Quiliasta, fundado en el Apocalipsis. Muchos cristianos creían en la inminente restauración mesiánica del Reino de los mil años, que tenía que presidir el Cristo, con el correspondiente juicio final. Estas ideas se plasmaron en el Apocalipsis sirio de Baruc o en libro de Esdras IV, pero también aparecen con más o menos intensidad entre muchos autores y escritos más ortodoxos, como por ejemplo en la Epístola de Bernabé, o en las obras de Justino o Irineo.

Una secta milenarista que se extendió en la Roma de principios del siglo II fue la de los Elcasaítas, seguidores de Alcibíades de Apamea que predicaba el mensaje contenido en el Libro de Elcasai, un profeta palestino que proponía un bautismo muy complejo y ciertas penitencias, con posibilidad de acceder a éste cuantas veces fuera necesario, y que le había sido revelado en una visión. El Elcasítismo tenía también algunos componentes paganos, de tipo fundamentalmente ritual.

Desde el principio el Cristianismo adolecía de una opinión unánime sobre la naturaleza de Jesús, su divinidad casaba con dificultad con las ideas más judaizantes sobre el Dios único, pero era más fácil de aceptar por los paganos conversos. Ya en los propios Evangelios no se encuentra una unidad clara de criterio, Jn. y Mc. no nos hablan de la infancia de Jesús, y todo parece indicar que fue a partir del bautismo cuando se produce la unión entre el Espíritu y el hombre. Esta última tesis es la que aceptaban los Adopcionistas, corriente que mantenía que en el bautismo, Dios había adoptado a Jesús. Y otra corriente, que encontraba su fundamento en las Epístolas de Jn., y que consideraban que el cuerpo de Jesús no era real sino solo aparente, recibía el nombre de Docetismo. Esta corriente consideraba que Jesús gozaba de un cuerpo aparente, pues su divinidad le impedía mezclarse con lo perecedero.

En el siglo II aparecen varios autores que defienden tesis docetistas, subordinacionistas y adopcionistas, como Noeto de Esmirna, que no podía aceptar que el Padre y el Hijo fueran personas diferentes, por lo que en Cristo se encarna el propio Dios, pero sólo como proyección. Práxeas defendió una tesis conocida como Monarquianismo, pues Dios es monarca único, y es quién se encarnó en el Hijo, así que fue Dios mismo quien sufrió pasión y muerte en la cruz. Idea opuesta pero basada igualmente en la unidad de Dios, es el Adopcionismo de Teódoto y Artemón, que mantenían que Jesús fue un hombre adoptado por Dios, como instrumento de salvación, ya que Dios no podía relacionarse con la carne. Sabelio fue continuador de Noeto en Roma, para él Padre e Hijo no son más que modos o aspectos de una misma personalidad, así Dios se manifiesta como Padre en la Creación y como Hijo en su papel de salvador. El obispo de Roma condeno a Sabelio y a sus seguidores los Modalistas por herejes. La disputa no quedará resuelta hasta la implantación de una fórmula intermedia: el Símbolo de Nicea, una única sustancia y tres personas (homoousion y tres hipóstasis).

Había en Samaría un profeta al que llamaban Simón el Mago, del que hablan los Hechos de los Apóstoles, 8, 9-24, y del que decían que había redimido a su compañera, una ex prostituta, encarnación de la Sophia. Los Simonianos y los Bardesianos, seguidores de Bardesanes, filósofo arameo, nos acercan a la gran herejía del siglo II, el Gnosticismo. Se trata de un complejo entramado de mitos y creencias, del que participaron distintas Escuelas, y que tenían como común denominador una Gnosis. Los Gnósticos se oponía radicalmente a la divinidad del Antiguo Testamento, por lo que representan el polo opuesto al cristianismo judaizante, y representaban una opción culta y helenizada dentro del Cristianismo. Se trata, en efecto, del otro extremo, un Cristianismo que se aproxima más a los Misterios paganos y sobre todo, al sincretismo filosófico de la época. Simonianos, Bardesianos y Fibionitas fueron tres sectas, próximas al Gnosticismo, que mantuvieron complejas cosmologías y un cierto gnosticismo, como vía de salvación. Los Fibionitas con una particular afición a las orgías justificadas teológicamente.

El Gnosticismo es capitulo aparte, que merece algo más que unas pocas líneas. En palabras de Josep Montserrat (Los Gnósticos I, Editorial Gredos, Madrid, 1983, p. 8) “El gnosticismo de las sectas del siglo II implica una serie coherente de características que pueden resumirse en la siguiente formulación: hay en el hombre una centella divina procedente del mundo superior, caída en este mundo sometido al destino, al nacimiento y a la muerte; esta centella debe ser despertada por la contraparte divina de su yo interior para ser, finalmente, reintegrada a su origen (…) El tipo de gnosis que implica el gnosticismo está condicionado por un cierto número de fundamentos ontológicos, teológicos y antropológicos.” Añadiremos únicamente la gran influencia que la Filosofía tuvo en el Gnosticismo, sobre todo el Platonismo Medio de la época. A continuación vamos a enumerar, siguiendo al Dr. Montserrat, algunos de los grupos y autores gnósticos más importantes: a) Gnosticismo judaizante: Cerinto, autor judío de Alejandría, que se unió al cristianismo sin abandonar la observancia judaica, distingue entre un Dios supremo y el Dios creador; el Libro de Baruc atribuido a Justino, comenta el Génesis en una clave afín al Gnosticismo; Dositeo, fundador de una secta próxima a Simón el Mago; y por último, Menandro, samaritano que también fundo una secta en la línea de Simón.

b) Gnosticismo del siglo II basado en la exégesis del A.T.: Satornilo, maestro en Antioquia, que enseñaba la distinción entre un Dios supremo y el Creador, en términos negativos; los Barbelognósticos, a cuya escuela pertenece el Apócrifo de Juan; los Ofitas, secta egipcia que daba a la serpiente un papel preponderante, frente al Dios del A.T. al que dan un papel inferior; los Naasenos, del nombre hebreo “nahas” serpiente, a la cual veneraban y colocaban en el centro de su cosmología; los Peratas, también era una secta ofítica, fundada por Eufrates el Perata y Celbes o Aquembes de Caristios; los Setianos, corriente muy helenizada, de influencia órfica y hermética; y por último, los Cainitas, que representan el caso extremo de oposición al Dios del A.T.

c) Gnosticismo del siglo II basado en la exégesis del N.T.: Basílides, maestro egipcio que instauró sus propios ritos, maestro de Marcos el egipcio, maestro este último, a su vez, de Prisciliano; pero la corriente más importante fue, sin duda, los Valentinianos, seguidores del también egipcio Valentín, que llegó a enseñar en Roma, y cuyas doctrinas alcanzaron una mayor extensión, su Escuela se dividió en dos ramas, una itálica, presidida por Ptolomeo, Heracleón, Secundo y Florino, y otra rama oriental, con Teódoto, Axiónico y Marcos. Bardesanes de Edesa, predicó en Armenia un gnosticismo basado en un fatalismo astrológico, era docetista. Otro gran maestro de la gnosis alejandrina fue Carpócrates, que enseñó un platonismo cristiano; Taciano, asirio seguidor de Justino, el filósofo, maestro de los Encratitas, secta que proponía la continencia sexual; Cerdón, que fue maestro de Marción, éste último fue otro gran maestro del gnosticismo, fundador de una Iglesia propia, que reconocía principalmente el Evangelio de Lucas y al apóstol Pablo, su discípulo principal fue Apeles. Por último, los heresiólogos cuentan entre los gnósticos a Hermógenes, pese a que éste mantenía la eternidad del mundo y el origen material del alma, doctrinas poco afines al Gnosticismo.

El Maniqueísmo fue fundado por el profeta persa Mani en el siglo III. Este autor escribió sus propios textos, y tuvo gran difusión desde Persia tanto hacia el extremo Oriente, como hacia Occidente, llegando hasta Hispania y la Galia. De fuerte influencia zoroástrica, Mani hablaba de dos principios antagónicos, la Luz y las Tinieblas; en el Cosmos se mezclan ambos principios, que también se encuentran en el hombre, por lo que éste debe despertar a la Luz, por medio de una cierta gnosis y un determinado comportamiento de vida.

El Montanismo es la última gran herejía de los siglos II y III, Montano, autor frigio, fundó junto a dos profetisas, Prisca y Maximilla, un movimiento profético, que se propone la renovación del Cristianismo, frente al inminente final del mundo. Proponía en coherencia una vida ascética basada en ayunos y abstinencia sexual, invitando a una resignada disposición para el martirio. El Montanismo se extendió por todo el Norte de África, y conquistó para sus filas a Tertuliano. Su rigorismo termino por generar una importante disputa sobre la imposibilidad de redención de los pecados tras el bautismo, que terminó apartando al Montanismo de la Iglesia apostólica.

El siglo IV comienza con la gran disputa trinitaria, seguirán las grandes herejías orientales sobre la cuestión cristológica. Arrio fue el promotor de la primera gran disputa, su formación alejandrina y la consiguiente influencia de la obra de Orígenes, le llevaron a desarrollar una teología trinitaria subordinacionista, según la cual, Dios, único e indivisible, no puede compartir su esencia (ousía) con otra persona, por lo que el Hijo no puede ser de la misma sustancia que el Padre. Para Arrio, Dios es principio (arjé) y Cristo, el Logos, es engendrado, la primera y superior de las criaturas, creado fuera del tiempo, de absoluta perfección, por tanto no comparte ni la eternidad ni la esencia del Padre. El Espírtitu es la primera criatura engendrada por el Hijo. Establece, así, al igual que los Neoplatónicos, un orden de jerarquía entre las tres hipóstasis (o entidades divinas), que forman la Trinidad. Las tesis de Arrio fueron condenadas en el primer Concilio Ecuménico, celebrado en Nicea en el año 325, bajo la presidencia del Emperador Constantino. En dicho Concilio se establece el Símbolo de Nicea, que todavía se reza como el Credo católico, en el que se afirma que hay un solo Dios, Padre, y el Hijo, de la misma naturaleza que el Padre (homooúsios). El Arrianismo tuvo una gran difusión, y no desapareció tras el Concilio de Nicea, pues el Emperador Constancio favoreció a los Arrianos, y nombró a uno de ellos, Eusebio de Nicomedia, Patriarca de Constantinopla. El problema era la aceptación del término homooúsios como solución de compromiso, la disputa todavía duró algunos años, y el Arrianismo logró extenderse entre las monarquías góticas europeas. Fueron los tres grandes teólogos capadocios: Basilio de Cesarea, Gregorio Nacianceno y Gregorio de Nisa, quienes pusieron paz en la disputa, y lograron imponer la formula “una naturaleza, tres personas” (mía ousía treîs hypostáseis). Teodosio el Grande convocó el I Concilio Ecuménico de Constantinopla, donde se confirmó el credo de Nicea, condenando definitivamente el Arrianismo y las herejías afines.

Otras dos grandes controversias trinitarias fueron el Macedonismo pneumatomaca, que negaba la divinidad del Espíritu Santo de forma subordinacionista, promovida por Macedonio, obispo de Constantinopla. Fue condenada en el Concilio de Constantinopla, donde se confirma la divinidad del Espíritu Santo. Y el Apolinarismo, que seguía las tesis de Apolinar de Laodicea, teólogo enemigo de las tesis arrianas y defensor acérrimo de la divinidad de Cristo; esta herejía introduce la cuestión cristológica, que se debatirá en los siguientes Concilios Ecuménicos, contra el Nestorianismo y el Monofisismo. Para Apolinar el Logos se encarna en un cuerpo y un alma humana, pero sin la parte racional, en Jesús había una inteligencia y voluntad divina; esta tesis será la de la Escuela de Alejandría, representada por Cirilo y más tarde por los Monofisistas. Teodoro de Mopsuestia y Juan Crisóstomo, representantes de la Escuela de Antioquia, se opusieron al Apolinarismo, en el I Concilio de Constantinopla. Aquí comenzaba la batalla entre las dos grandes Escuelas Catequéticas de Alejandría y Antioquia, que enfrentó también a estas dos Sedes Patriarcales, durante todo el siglo V.

La disputa sobre la naturaleza del Cristo enfrentaba dos visiones distintas sobre el alma humana, una visión platónica sobre las tres clases de almas encerradas en un cuerpo, y una visión aristotélica según la cual el alma es la sustancia del cuerpo. Estos dos puntos de vista permitían interpretar la encarnación del Logos de dos maneras distintas: la primera cristología descendente, el Logos se hace carne (Lógos-sarx); y la segunda cristología ascendente, el hombre es asumido por el Logos (Lógos-ánthropos). La Escuela de Alejandría asumirá la cristología descendente, que finalmente se acaba imponiendo, mientras que la Escuela de Antioquía, con Teodoro de Mopsuestia a la cabeza, mantenía que la unión entre el Logos y hombre es una conjunción (sináfeia), lo que dejaba claro que no había mezcla de naturalezas. En el año 428 el emperador Teodosio II nombra a Nestorio Patriarca de Constantinopla. Nestorio orador ardiente, combatió desde el púlpito la popular concepción de María “madre de Dios” (theotocos); desde la teología antioquena, María sólo podía ser madre de Cristo, no del Logos que le es anterior. Cirilo de Alejandría, apoyándose en tesis próximas al apolinarismo, mantenía que en Cristo se dio una única naturaleza, pero sin embargo, tenía cuerpo y alma humanos. Tesis que logró imponer en el Concilio de Éfeso del año 431, lo que costó la condena y deposición de Nestorio.

La polémica continuó una generación más tarde, pero esta vez, la amenaza de heterodoxia provenía de Alejandría, que había aceptado la interpretación radical de Eutiques de las fórmulas de Cirilo, y afirmaba que en Cristo sólo había una única naturaleza después de la unión del Logos y el hombre, se fundían y mezclaban las dos naturalezas en una sola (mono-fisis). Eutiques fue condenado por el Patriarca Flaviano de Constantinopla. En el año 451 se celebró el Concilio de Calcedonia que pretendía poner paz entre las dos tendencias radicales, el nestorianismo antioqueno y el monofisismo alejandrino, confirmando el Símbolo de Nicea, y estableciendo que en Cristo había dos naturalezas completas, sin confusión, sin mezcla, y sin que la diferencia de naturalezas desapareciera por la unión. La formula de Calcedonia será aceptada como dogma oficial, y el Nestorianismo y Monofisismo serán condenados. Sin embargo, no todos los emperadores fueron partidarios de las tesis de Calcedonia, lo que permitió una cierta expansión, sobre todo, del Monofisismo. Los Nestorianos se trasladarán a Persia donde constituirán su Iglesia independiente.

El emperador Hereclio I (610-641) se interesó por la unidad de la Iglesia, e intentó encontrar una fórmula que pudieran aceptar calcedonianos y monofisistas, fórmula que se denominó Monotelismo, reconociendo que en Cristo hubo una sola voluntad. Esta doctrina, que se impuso durante algún tiempo, fue rectificada por el III Concilio de Constantinopla, durante el reinado del emperador Constantino IV Pogonato, donde se condenaba el Monotelismo, y se declaraba que en Cristo habían dos naturalezas y dos voluntades, siempre concordantes, en el sentido de que la voluntad humana seguía a la divina.

Mientras en Oriente se debaten las cuestiones trinitarias y cristológicas, en Occidente se suscitan también otras importantes disputas contra dos grandes herejías: el Pelagianismo y el Donatismo, combatidas por Agustín de Hipona. Cabe citar también la herejía priscilianista, que se cobró el primer mártir de la heterodoxia: Prisciliano. Pelagio, natural de Britania, predicó sus doctrinas por el Norte de África, el feudo de Agustín de Hipona, y además se opuso a las doctrinas de éste, especialmente, a aquellas que se referían al pecado original, que tanto preocupaba a Agustín. Pelagio y Agustín mantuvieron una polémica sobre el pecado original, en dos obras: Sobre la Naturaleza de Pelagio, y Sobre la Naturaleza y la Gracia de Agustín. El juez en la polémica fue el Papa, que resolvió excomulgar a Pelagio. El Donatismo, por su parte, fue un movimiento de renovación cismático, que mantenía una estrica y austera concepción del pecado y su imposibilidad de redención después del bautismo. Donato fue obispo de Cartago, donde combatió a los cristianos que habían apostatado para eludir el martirio, y mantenía la imposibilidad de que estos impartieran sacramentos. Los Donastistas se denominaban a sí mismos, expresamente, “cátaros” (puros). Agustín de Hipona logró, una vez más, demostrar su superioridad doctrinal con la formula que se impuso: el sacramento tiene valor “ex opere operato” (por la acción misma), y no “ex opere operantis” (por la acción de quien lo imparte).

El Priscilianismo es también un movimiento de reforma, que básicamente proponía el retiro de la vida mundanal, la vida interior en la soledad de una vida más ascética y contemplativa; se trataba de volver a un Cristianismo original, incluyendo continencia, ayuno, pobreza. El Priscilianismo fue visto como una amenaza para la Iglesia pujante, y tildado de gnóstico y maniqueo. Con falsas acusaciones y por razones de oportunidad política, Prisciliano fue acusado de hereje y ajusticiado, siendo el primer mártir de la heterodoxia cristiana.

Y terminamos este catálogo de herejes y movimiento heréticos, con un dato curioso, se trata de la condena, en el año 543, de Orígenes y el Origenismo. Fue el emperador Justiniano, que había cerrado la Academia de Atenas y había prohibido a los paganos enseñar filosofía, quien ahora promulgaba un edicto en que enumeraba los errores del gran teólogo cristiano, para poner fin a ciertas disputas suscitadas entre el monacato, y poniendo fin a ciertas especulaciones de algunos monjes ilustrados.

Recomendamos la lectura de la obra de Antonio Piñero: Los Cristianismos Derrotados, publicado por Edaf, Madrid, 2007.

Juan Almirall, mayo 2008

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