lunes, 12 de mayo de 2008

La Jerarquía Celeste en la Teología Pagana y el Cristianismo.


El Antiguo Testamento es una colección de textos sagrados de diferentes momentos históricos del pueblo judío. El primero y más antiguo es el Libro de la Toráh, donde se narra la historia del pueblo elegido y las leyes dadas por su Dios, un único Dios que tiene distintos nombres: Elohim, Yahveh, Adonay, etc. Este Dios aparece de forma muy humanizada, paseando por el Jardín del Edén, hablando directamente a los patriarcas, etc. Junto a este Dios único hay una serie de seres que le sirven y le adoran, se trata concretamente de los ángeles, los Querubines y los Serafines. Serafines y Querubines son criaturas con formas diversas, generalmente animales alados, muy comunes en todas las religiones del Oriente próximo. La raíz hebréa Seraf-, ardiente, tiene una gran proximidad con la palabra Saraf, que significa serpiente, como las serpientes ardientes que Yahveh envía a los judíos en el desierto. Los Serafines son descritos en Is. 6, 1-3: “En el año de la muerte del rey Ozías vi a Adonai sentado sobre trono elevado y excelso, y sus vuelos del manto llenaban el templo. Unos serafines se mantenían erguidos por ecima de aquél, con seis alas cada uno; con dos alas cubríanse el rostro, con dos se cubrían los pies y con dos volaban. Cada uno clamaba hacia el otro, diciendo: “¡Santo, Santo, Santo es Yahveh-Sabaot; llena está toda la tierra de su gloria!


Ezequiel, al comienzo de su libro de profecías, describe a varios Querubines, cuyo nombre significa “los que bendicen”, con varios rostros y extremidades de animales, concretamente con rostro de león, águila y toro. Pero uno de los grupos más interesantes de Querubines son los que se encontraban a las puertas del Jardín del Edén, en Gen. 3, 24: “Cuando hubo arrojado al hombre, instaló al oriente del vergel de Edén a los querubines con la espada de hoja flameante para guardar el camino del árbol de la vida.” Una espada flamígera en el centro flanqueada por dos serpientes de fuego a ambos lados, guardando las puertas de la vida eterna. Los Querubines sirven a Dios y sostienen su Trono, mientras que los Serafines se encuentran alrededor del Trono y cantan constantemente himnos al Santo de los Santos. Por último, los Ángeles, que son seres más humanizados, de los que trata, entre otros, Gen. 28, 12: “Luego tuvo un sueño y he aquí que era una escala que se apoyaba en la tierra y cuyo remate tocaba los cielos, y ve ahí que los ángeles de Elohim subían y bajaban por ella.” Ággelos es una palabra griega que significa mensajero, enviado, y que se corresponde exactamente con la palabra hebrea: malâkh. Rafael, Gabriel y Michael son los primeros entre los ángeles: Rafael cuyo nombre significa “Dios cura”, se presenta como uno de los siete ángeles ante el Trono (Tob. 12, 15); Gabriel, “héroe de Dios”, es el intérprete de las visiones (Dan. 8, 16); y Michael, “¿quién como Dios?”, es el guardián del pueblo de Dios, príncipe de los ángeles (Dan. 10, 21). Filón de Alejandría en De gigantibus II, 6 dice que: “Moisés acostumbra a llamar ángeles a los seres que otros filósofos suelen llamar daímones. Se trata de almas que vuelan por los aires.
En el Nuevo Testamento vemos aumentado el número de espíritus celestes a los “tronos, dominaciones, principados, potestades” (Col. 1, 16), y en Ef. 1, 21 se añade a la lista las virtudes (potencias – dynamís), y por supuesto a los arcángeles, que en 1 Tes. 4, 16 aparecen en la Parusía, y en Jds. 9 se da a Michael el rango de arcángel. Estas nuevas almas intermediarias entre los hombres y el Dios de los cristianos, aparecen con rangos semejantes a las magistraturas griegas; relacionados con la palabra griega arjé, que significa principio, primero, autoridad en razón del origen, tenemos los principados, arjaí, y los ángeles-guía o principales: los arj-ángelos, los arcángeles; en el universo gnóstico tenemos los árjontes, antiguas magistraturas de la polis griega, que eran guías militares. Por otra parte, Pablo habla de otras magistraturas celestiales relacionadas con el poder o la potencia: exousiaí, las potestades, magistrados del tribunal; las propias potencias o virtudes, dýnamis; y los kyriótetes, los dueños o dominaciones, título que recibía el propio emperador romano. Y por último, el propio asiento, los inconmovibles tronos celestiales.
Por su parte, en la religión clásica griega habían tres clases de seres divinos: los dioses, los héroes y los daímones. Entre los dioses encontramos una gran diversidad, los Olímpicos, los Titanes, las divinidades infernales, y en el Trono supremo se sentaba primero Urano, el Cielo, después su hijo Cronos (Saturno) y por último, el hijo de este: Zeus, el Padre de todos los dioses. Luego tenemos a los héroes que suelen estar relacionados con mitos sobre el origen de familias, clanes o ciudades. Y por último, los daímones, espíritus del aire que traen la enfermedad, los sueños, la venganza, y según Hesíodo son también la humanidad de la edad de oro; se trata de una denominación genérica de fuerzas y almas invisibles, que no entran en las otras dos categorías. Cuando la religión griega se vuelve más trascendente, a causa de la Filosofía, los daímones ganaron un gran protagonismo, pues los dioses al volverse más inaccesibles, hablan por boca de los daímones que se relacionarán con los hombres por medio de oráculos, sueños, y otras prácticas teúrgicas, tal como nos explica Plutarco de Queronéa en sus Diálogos píticos. Sin embargo, en la religión helenística, con la influencia del cristianismo y el gnosticismo, veremos aumentado el catálogo de seres divinos, que, según Jámblico, son: dioses, ángeles, arcángeles, daímones, arcontes, almas y héroes, y que se manifiestan en las iniciaciones de la siguiente manera: “uniformes son las apariciones de los dioses, las de los daímones variadas, las de los ángeles más simples que las de los daímones, pero inferiores a las de los dioses, las de los arcángeles más cercanas a las causas divinas, las de los arcontes, si te parece que ellos son los señores del mundo que administran los elementos sublunares, son variadas…” (Jámblico, Sobre los Misterios egipcios, II). El Neoplatonismo que comienza con Plotino, tiene en Porfírio, discípulo de aquel, el fundador de la angeología pagana. Porfírio había sido cristiano, pero se convierte tempranamente al platonismo y escribe quince libros contra cristianos, por eso a las tres clases de seres divinos de la tradición clásica, suma algunos otros de origen cristiano o gnóstico. Daímones, ángeles, arcángeles, arcontes, almas y héroes, son los espíritus que pueblan el Cosmos neoplatónico. Los dioses, sin embargo, son Inteligencias superiores a todos los demás, pues se encuentran más allá del Cosmos, en los planos de la vida inteligible, no son almas como los anteriores sino puro pensamiento. Proclo dará una larga lista de divinidades inteligibles y almas divinas: del Dios único e inefable, totalmente desconocido emanan las misteriosas Hénades divinas o Mónadas, y de las que derivan tres primeras tríadas de dioses inteligibles, de estas derivan las tres tríadas de dioses inteligibles-intelectivos, de la que a su vez derivan los dioses padres intelectivos, las divinidades que unen al alma al intelecto son: los doce dioses hipercósmicos y encósmicos, las siete sirenas o almas universales, y ya por último los seres superiores: ángeles, daímones y héroes. Esta es la última clasificación que nos ha llegado de los teógolos paganos, en la que, como veremos, se inspirá la clasificación de la Jerarquía Celestial de Dionisio Areopagita.
En esta última clasificación vemos divinidades intelectuales y anímicas mezcladas, ello es fruto de la síntesis entre la religión antigua y la Filosofía, que diviniza al noûs y al lógos. Los nuevos dioses filosóficos serán categorías del pensar, como el ser de Parménides o el número de los pitagóricos; Platón diviniza directamente lo inteligible, es decir, las ideas puras desprovistas de todo elemento sensible; y para Aristóteles el ser primero es aquel “que se piensa a sí mismo y su pensamiento es pensamiento de pensamiento”, y además los motores de los orbes celestes serán inteligencias.
En el De anima Aristóteles nos explica, cómo es posible el conocimiento sensible: los sentidos se relacionan con el mundo sensible por semejanza, lo semejante conoce lo semejante, así lo visible es conocido por la vista, el olor por el olfato, o el sonido por el oído. Por el conocimiento sensible las cosas dejan de ser mera potencia y pasan a estar en acto, se realiza cuando lo pienso, un objeto deja de estar en potencia, inteligiblemente hablando, cuando yo lo percibo y lo pienso. Pues bien, este mismo esquema Aristóteles lo traslada al conocimiento intelectual, donde el intelecto conoce lo inteligible, por tanto hay un intelecto paciente que conoce, y otro intelecto agente, lo inteligible. La división del intelecto en un intelecto agente y otro paciente, obedece a la actividad del pensar tal como la veían los filósofos griegos, una especie de cópula entre un elemento receptivo, pasivo, la mente humana, con otro activo, el intelecto agente, que es generador, y que dejaba las semillas inteligibles, los genicoi logoi, en la mente humana.
El origen de la clasificación de las jerarquías divinas se encuentra en la dialéctica, que es según los platónicos la forma correcta de pensar, y que Platón muestra en uno de sus diálogos más oscuros, el Parménides. En este diálogo, el protagonista, el famoso filósofo Parménides, nos muestra la forma pensar, y lo hace por medio de ocho hipótesis, que consisten en analizar las consecuencias de una afirmación, desde ocho puntos de vista diferentes. Así tenemos cuatro afirmaciones y cuatro negaciones de una afirmación metafísica, en particular, las múltiples consecuencias que se derivan de la afirmación: “el uno es”. Los filósofos neoplatónicos del siglo III al VI utilizaron este misterioso diálogo como sustento de su teología, la deducción racional y mística de los ordenes espirituales. La primera hipótesis, nos abre a la vía negativa único medio de acceder a Dios, pues el Dios primero de los Neoplatónicos no era accesible por medio del intelecto, y sólo negando se podía elevar al alma hasta el Dios trascendente, al que llamaban Uno, esta es la teología negativa o apofática. La segunda hipótesis nos muestra los rangos de la jerarquía de dioses del pensamiento que intervienen en el proceso del pensar. Con la tercera hipótesis se deducen los rangos de las almas divinas que rigen el Cosmos, y las demás hipótesis varían según los autores.
La teología afirmativa se basa en la segunda hipótesis del Parménides, de ella los autores Neoplatónicos deducen los rangos de la jerarquía del intelecto de la siguiente manera: Partimos de la afirmación siguiente: 1) si decimos que “el uno es”, entonces “el uno” participa del “ser”, lo que quiere decir que el uno es pensable (pues ser y pensar son la misma cosa); 2) además si “es” y “uno” son dos cosas distintas, cosa que se presupone de la afirmación, “uno es”, entonces tenemos un todo, pues tiene sus partes: “uno” y “ser”; 3) y cada parte “uno” y “ser” tiene a su vez otras dos partes: “uno” y “ser” necesariamente de forma ilimitada, pues sino no podríamos decir que “uno es”, será así una multiplicidad ilimitada, pues cada parte tendrá un “uno” y un “ser” y así ad infinitum. 4) A continuación, y dado que es una multiplicidad será número, pues al decir uno y ser estoy diciendo dos cosas, luego adiciono uno y tengo tres, etc., por tanto, si el “uno es” es necesario que sea número. 5) La totalidad del número participa del ser, y cada parte del número también, por tanto tenemos un todo y con sus partes. 6) El uno es un todo que limita, y por tanto límite, lo que implica que posee extremos y por tanto figura. 7) Si tiene figura podrá estar en sí mismo o en alguna otra cosa, y podremos establecer esta distinción entre la cosa misma y lo otro. 8) Si está en sí mismo, estará en reposo y si está en alguna otra cosa, en movimiento. 9) Si está en sí mismo es idéntico a sí mismo, si está en otra cosa diferente será diferente a ella.10) Pero de cosas diferentes podremos hablar de semejanza y desemejanza. 11) Y las cosas semejantes normalmente se encuentran en contacto y las desemejantes separadas.12) Y por último, si participa del ser, ha sido y será, por tanto participa del tiempo. Según los autores Neoplatónicos, en este fragmento del diálogo, Platón enseña de manera esotérica los nueve rangos de la jerarquía celestial del Intelecto, pues cada una de las conclusiones del razonamiento es la cualidad que aportan cada uno de los rangos de la jerarquía divina, que participa en todo el proceso de pensamiento.

Parménides (Platón) > Teología Platónica (Proclo) > Jerarquía celestial (Dioniso)
1ª HIPÓSTASIS: DIOS (UNO-BIEN-BELLEZA) Y LAS MÓNADAS DIVINAS (HENADES)
2ª HIPÓSTASIS: EL INTELECTO
1ª. Jerarquía (inteligible)
1) Uno > uno inteligible > Serafín
2) Partes > potencia inteligible > Querubín
3) Multiplicidad ilimitada > ser > Tronos
2ª. Jerarquía (inteligible-intelectiva)
4) Uno/múltiple > Número divino > Dominaciones
5) Todo/partes > Medias aritméticas/armónicas > Virtudes
6) Limitado/ilimitad > Figura divina (geometría) > Potestades
3ª. Jerarquía (intelectiva)
7) En si mismo/en otro > Crono (Intelecto puro) > Principados
8) Móvil/inmóvil > Rea (Vida intelectiva) > Arcángeles
9) Idéntico/diferente > Zeus demiurgo > Ángeles
3ª HIPÓSTASIS: EL ALMA DEL COSMOS
10) Semejante / desemejante > Dioses hipercósmicos
11) En contacto / separado > Dioses encósmicos
12) Tiempo > Almas divinas.

El Camino que plantea la Teología Platónica a partir del texto de Platón consiste en elevar el alma e iluminar el intelecto, ascendiendo por todos estos rangos de la jerarquía, realizando las virtudes del alma o éticas-políticas; las virtudes del intelecto o contemplativas; para poder contemplar a Dios por medio de las virtudes extáticas y teúrigicas. Este es el camino de la virtud en su última fase de desarrollo y según los autores cristianos. Comienza el viaje a través de las siete esferas donde el alma asciende gracias a las virtudes éticas y políticas. Continúa en la octava esfera, donde primero se encuentra a las divinidades encósmicas que son las tres Parcas, y gracias a ellas trasciende el tiempo; luego llega a los límites de la esfera celeste, y rinde pleitesía a los dioses hipercósmicos, los creadores del mundo, que le elevan a la Pradera de la Verdad, donde allí se encuentra con los dioses del intelecto: Zeus, el Demiurgo, Rea, la vida intelectiva y Crono, el Intelecto Puro. Hecho ya Intelecto Puro, el alma asciende gracias a los dioses matemáticos: geometría, aritmética y teología del número le elevan hasta las región de las Ideas, primero encuentra la multiplicidad de ideas puras, y de estas deduce gracias a la potencia divina la idea del Bien, y con ello llega a la más alta cima de la especulación intelectual, y en una meditación silenciosa, el alma despierta la facultad dormida llamada la Flor, o la visión interior, o como la llama Dionisio el Rayo trascendental, y puede contemplar al Dios trascendente e inefable.
El mismo proceso lo explica Dionisio pero adaptándolo a los rangos de la jerarquía angélica, donde el primer orden del intelecto, formado por la tríada de ángeles – arcángeles – principados, son pura intelección del Principio supra-esencial. Después el alma asciende por medio del segundo orden de la potencia: potestades – virtudes – dominaciones; hasta el tercer orden del ser: los tres coros de ángeles que contemplan la divina perfección: tronos – serafines – querubines. Esta es la escalera de nueve peldaños, dividida en tres ordenes del ser – potencia – intelecto, siguiendo a los Neoplatónicos, que permite iluminar la inteligencia hasta que gracias a los Serafines el Rayo de la divinidad toca al alma.

Juan Almirall

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