lunes, 23 de junio de 2008

Maestros de la heterodoxia: Valentín y la formación del Universo Divino



Valentín fue uno de los más grandes Maestros de la Gnosis, era de origen egipcio, y había nacido en torno al año 100. En el Egipto del siglo II domina la filosofía Neopitagórica de Eudoro de Alejandría, el Platonismo Medio de Antíoco de Ascalón y la Escuela Alegórica judía de Filón, estas son las principales corrientes que confluyen en Egipto junto con la labor del Museo y la Biblioteca alejandrinos (cf. con nuestro artículo sobre la Academia). Para las corrientes filosóficas descritas, excepto Filón, el Noûs es Dios, no una emanación de Dios, como mantendrá Valentín y luego Plotino. Sin embargo, Valentín pronto dará la espalda a la Filosofía, que presenta en una escena mítica donde la hybris de Sophia, en su intento por sondear las profundidades de Dios, produce su caída, y el segundo ciclo mítico, que muestra la creación del Alma del Cosmos y la aparición de los hombres. Es el Cristianismo lo que conmueve a Valentín, y en especial el Cristianismo del Lógos del prólogo del Evangelio de Juan, conocido ya en el Egipto de su época.


Juan, el discípulo del Señor, queriendo hablar de la generación de todos los Eones tal como el Padre los emitió, establece como principio al primero nacido del Padre, llamado Hijo Unigénito y también Dios, en el cual el Padre emitió, a modo de simiente, a todos los Eones… El Lógos fue emitido por este principio y, en el Lógos, la entera sustancia de los Eones, a los que él mismo dio después forma.” (Irineo de Lyon, A.H. I, 8, 5).

Más tarde, su afán por predicar el Evangelio de la Verdad y su revelación gnóstica, le conducen a Roma, donde la Iglesia estaba más jerarquizada que en Egipto, donde funda una Escuela, que luego tendrá varias ramificaciones, y que encontrará la oposición no sólo de la incipiente ortodoxia romana, sino también de filósofos como Plotino y Porfirio, que también enseñaron en Roma, lo que nos permite suponer que la Escuela de Valentín tuvo una muy buena acogida y gran difusión en los medios romanos. Valentín, después de su aventura romana, regresó a Alejandría, donde habría muerto a los sesenta años.

Los valentinianos tenían un Evangelio propio, al que Irineo llama Evangelium Veritatis. Entre los textos de Nag Hammadi (NHC I 3) aparece un texto con este nombre, dicho Evangelio se atribuye a Valentín o a algún discípulo muy próximo a él: “El Evangelio de la Verdad es alegría para quienes han recibido de parte del Padre de la Verdad el don de conocerlo por el poder del Lógos que venido desde el Plêrôma, la que está en la Ennoia y el Noûs del Padre, la que es llamada el Salvador, ya que es el nombre de la obra que debe llevar a cabo para la salvación de quienes eran ignorantes del Padre, pero el Evangelio es la manifestación de la esperanza que se descubre por quienes la buscan.

Cosmología valentiniana

La primera fase del ciclo mítico gnóstico la forman las distintas narraciones sobre el mundo trascendente, el Plêrôma y sus habitantes, los Eones. En clave platónica, se podría interpretar este mundo como el lugar supraceleste o el mundo de las Ideas, y a estos Eones, se los podría asimilar a las Ideas-Formas, no exactamente a las eidós de Platón, pues tienen sus propios nombres, pero funcionarían de alguna manera de forma parecida a las Ideas platónicas, la participación y vinculación de unas Ideas con otras, tal como lo explica Platón en el Sofista, en el universo pleromático de la Gnosis, estas relaciones son fruto de la lubricidad y la generación, hasta un total de treinta personajes, una primera Ogdóada (al más puro estilo egipcio, piénsese en la teología hermopolitana), una segunda Dodécada, fruto de la Ogdóada y en tercer lugar una Década, estos serán los habitantes del Plêrôma, que en muchos casos desconocerán al Padre y origen de todo, lo que producirá las penalidades del último de los Eones, Sophia, que desconocedora del Padre, intentará sondearlo, lo que producirá su caída del universo pleromático, y sus penalidades en el mundo sombrío, lo que nos llevará al segundo ciclo mítico, la creación y redención de Sophia, por medio de los espirituales, pneumáticos. El ciclo de redención comienza y acaba en el Plêrôma, tal como nos narra el Evangelio de la Verdad:

Descubre su secreto, su secreto es su Hijo, para que por la misericordia del Padre los Eones dejen de inquietarse buscando al Padre y descansen en él sabiendo que es el reposo.” (Evangelio de la Verdad, IV, 24). “Y su lugar propio de reposo es su Plêrôma. De este modo todas las emanaciones del Padre son plêrôma, y la raíz de todas estas emanaciones está en el que a todas las hizo crecer en Él mismo. Él les ha asignado sus destinos.” (E.V. IX, 41).

La primera Ogdóada

En el Plêrôma encontramos los treinta Eones, según la Carta dogmática valentiniana (Epifanio, Panarion 31, 4,11 – 6, 15): “Os hago rememorar misterios indecibles, inefables y supracelestes, que no pueden ser concebidos ni por principados ni por potestades ni por súbditos ni por confusión alguna, misterios que son manifestados únicamente al Pensamiento del Inmutable. Al principio, el que es paternidad subsistente, (Autopátôr) contenía en sí todas las cosas, que se hallaban en Él en ignorancia. Algunos lo llaman “Eón inmarcesible”, siempre joven, andrógino, que todo lo contiene y que no es contenido. Al Pensamiento (Ennoia) que estaba en Él lo llaman Pensamiento, otros Gracia, propiamente, porque suministra los tesoros de la Grandeza a los que provienen de Ella; pero los que hablan verdad la llaman Silencio (Sigê), porque la Grandeza lo ha acabado todo a través de la reflexión sin Lógos. Al principio, pues, la Ennoia incorruptible, queriendo romper las cadenas, ablandó la Grandeza introduciéndola al deseo de su reposo. Y se unió con él y produjo al padre de la verdad, al que los perfectos han llamado Hombre con toda propiedad, porque era el antitipo del ingénito preexistente. Después de esto, Silencio indujo una unidad natural de luz, y junto con el Hombre – su conyugio consistía en el querer – produjo la Aletheia (Verdad). Los perfectos la llaman con toda razón Verdad, porque era verdaderamente semejante a su madre Silencio, la cual quería que las luces quedaran divididas por igual entre el varón y la hembra, para que, a través de ellos, también la […] que poseían se manifestara a los que procedían de ellos y estaban divididos en luces sensibles. Después de esto, Verdad, despertando una lubricidad semejante a la de su madre, ablandó al Padre con respecto a sí misma y se unieron en unión incorruptible y en conyugio siempre joven produjeron una Tétrada espiritual y andrógina, antitipo de la Tétrada preexistente, que eran Abismo, Silencio, Padre y Verdad. Ésta es la Tétrada que provino del Padre y de Verdad: Hombre, Iglesia, Logos y Vida.

Examinemos pues la primera Ogdóada:

1º) Abismo (Abyssos) o Autopátôr, primer Dios y origen de todos los Eones, y que se encuentra en perfecto reposo; del Padre emana Pensamiento, Ennoia o Silencio (Sigê), un segundo principio intelectual, que se nos muestra como emanación del primer principio, y que es el que pretende romper las cadenas de la perfecta quietud del Padre, para generar a una nueva prole de seres divinos.

2º) La segunda generación esta formada por Intelecto (Noûs) o Padre (según Irineo de Lyon, A.H. I, 1), y este Intelecto con su madre Silencio procrean a Verdad (Aletheia).

3º) Los hijos de Intelecto y Verdad serán cuatro Eones llamados: Lógos, Vida (Zoé), Hombre (Anthropós) y Ekklesia. Esta generación se inspira en el Evangelio de Juan, según Irineo: “En primer lugar distingue a los tres: Dios, Principio, Lógos; luego los reúne de nuevo, para mostrar la emisión e cada uno de ellos – del Hijo y del Lógos – y la unión que existe entre ellos y con el Padre. En el Padre está el Principio y del Padre procede, y en el Principio está el Lógos y de él procede. Así que dijo bien: “En el Principio existía el Lógos”, pues estaba en el Hijo; “y el Lógos estaba en Dios”, pues el Principio también lo estaba; “y el Lógos era Dios”, consecuencia obvia, pues lo engendrado por Dios es Dios; “este Lógos estaba en el principio en Dios”: con este texto manifestó el orden de la emisión. “Todas las cosas fueron hechas por medio de él, y fuera de él no se hizo nada”, pues el Lógos fue causa de formación y generación para todos los eones después de Él. “Lo que se hizo en él era Vida”, aquí insinúa Juan el conyugio, pues viene a decir que todas las cosas fueron hechas por medio de él, pero la Vida en él. La Vida que está en él le es más propia que las cosas hechas por medio de él. Coexiste con él y por medio de él produce fruto. Al añadir “la Vida era la luz de los Hombres”, diciendo “Hombres”, quiere significar a la Iglesia en cuanto designada equivalentemente por “Hombre”, para así, por medio de un solo nombre, manifestar la comunidad del conyugio. En efecto, de Lógos y de la Vida proceden Hombre e Iglesia.” (A.H. I, 8). Así nos muestra Irineo como los gnósticos valentinianos encontraban la totalidad de la Ogdóada en el prólogo del Evangelio de Juan. Vemos pues, que para los Valentinianos, el mundo supraceleste platónico con sus rangos y jerarquías de Ideas, se transforma en un mundo pleromático, con los rangos y jerarquías de Eones, entidades eternas que portan los nombres de la tradición juanista.

La Dodécada y la Década

Continúa el ciclo de la emanación de los Eones con una Dodécada de andróginos impulsivos, hijos de Hombre y Ekklesia, según la Carta dogmática valentiniana, que continúa: “Entonces, por voluntad del Abismo que todo lo contiene, el Hombre y la Iglesia, recordando las palabras paternas, se unieron y produjeron la Dodécada de los seres concupiscentes andróginos. Los masculinos son: Intercesor, Paterno, Materno, Intelecto eterno, Deseado (Luz), Eclesiástico; los femeninos son: Fe, Esperanza, Caridad, Inteligencia, Beatitud y Sabiduría.”

Eones hijos de Hombre e Iglesia, los masculinos:
1) Intercesor (Consolador Paraklitos).
2) Paterno (Patricus).
3) Materno (Metricus).
4) Intelecto Eterno (Agnus).
5) Deseado (Luz, Theletus).
6) Eclesiástico (Ekklesiasticus).
Y los femeninos:
1) Fe (Pistis).
2) Esperanza (Elpís).
3) Caridad (Ágape).
4) Inteligencia (Comprensión, Synesis).
5) Beatitud (Makariotes).
6) Sabiduría (Sophia).

En la misma carta, se nos narra la formación de la última Década de andróginos impulsivos, hijos de Lógos y Vida: “Después, Lógos y Vida, dando forma al don de la unión, entraron en mutua comunión – su comunión consistía en el querer – se unieron y produjeron una Década de seres concupiscentes y también andróginos. Los masculinos son: Profundidad, Imperecedero, Autocreado Unigénito e Inmóvil; los tales tomaron estas designaciones para gloria del que todo lo contiene. Los femeninos son: Comunión, Unión, Mezcla, Unidad y Placer; también ellos tomaron sus designaciones para gloria de Silencio.” Los masculinos: 1) Profundidad, Bythius; 2)Imperecedero (Ageratus); 3) Autocreado (Autónomo, Autophyes); 4) Unigénito (Monogenes); 5) Inmóvil (Acinetes). Y los femeninos: 1) Comunión; 2) Unión (Henosis); 3) Mezcla (Mixis); 4) Unidad; y 5) Placer (Hedone).

Los Números Divinos

El ciclo de la creación del Universo Divino termina con la formación del Número en una nueva Ogdóada inferior en dignidad: “Entonces, el que todo lo contiene decidió en su insuperable inteligencia llamar a la existencia a otra Ogdóada, contrapuesta a la Ogdóada original anterior, que permaneciese en el número de la treintena – puesto que no era intención de la Grandeza caer bajo el número – y estableció a los machos frente a los machos: primero, tercero, quinto, séptimo; e igual con las hembras: díada, tétrada, héxada, ogdóada. Esta Ogdóada, llamada a existir en contraposición a la Ogdóada anterior – Abismo, Padre, Hombre, Lógos, y Silencio, Verdad, Iglesia, Vida – se unió con las luces y se completó una perfecta Treintena.” Esta Ogdóada corresponde al rango inferior de los Números pitagóricos, de toda teología platónica, al ser los números entes intermedios entre el alma y la inteligencia, pues participan de lo inteligible y lo sensible.

Las Nupcias Celestes

Por último, el ciclo mitológico valentiniano, termina con las uniones divinas y las nupcias incorruptibles: “Y la Ogdóada anterior estaba en reposo. Pero Abismo, con el sostén de la Grandeza, empezó a querer unirse con la Treintena. Y de hecho se unió con Verdad, y el Padre de Verdad convino con Iglesia; Maternal poseyó a Vida, e Intercesor a la Unidad. Unidad se unió con el Padre de Verdad; el Padre de Verdad estaba con Silencio, y el Lógos espiritual entró en unión con […], con mezcla espiritual y comunión incorrupta, realizando el fin que es Padre por sí mismo, su propio reposo indivisible. La Treintena, tras haber llevado a acabamiento profundos misterios y celebrar nupcias en un ámbito incorruptible, produjo luces incorruptibles que fueron llamadas hijos de la unidad y carecían de personalidad, puesto que no tenían el elemento intelectual y permanecían en reposo fuera de la inteligencia, al margen de Pensamiento. Pues si uno hace una cosa sin comprenderla del todo, en realidad no la hace.

El último episodio tiene lugar por la unión entre el Espíritu Santo o voluntad intelectual, enviada por Silencio (Ennoia) a los miembros de la segunda Ogdóada: “Entonces se cumplieron matrimonios entre los miembros de la Ogdóada: el Espíritu Santo se unió al primero, la díada al tercero, el tercero a la héxada, la ogdóada al séptimo, el séptimo a la díada, la héxada al quinto. Toda la Ogdóada realizó estas uniones con placer siempre joven y con mezcla incorruptible – pues no estaban separados entre sí y se unían con placer irreprehensible – y produjo una péntada de seres concupiscentes y no femeninos, cuyos nombres son: Emancipador, Definidor, Agradable, Perdonador, Reintegrador. Eson son denominados hijos de la Mediedad (Límite)”.

Con estos últimos Eones completamos el cuadro de los protagonistas del primer ciclo mítico valentiniano, continúa el segundo ciclo con el drama de la caída del Eón Sophia, y la formación de los seres humanos hylicos, psíquicos y pneumáticos, la formación del Cosmos caído por el Demiurgo Yaldabaoth y la redención de Sophia, que dejamos para otra ocasión.

Juan Almirall

PARADIGMA COSMOLÓGICO



Tal vez sea necesario, para comprender las distintas teologías que compitieron durante la Antigüedad y la Edad Media, conocer el marco cosmológico en el que se desarrollaron. El paradigma cosmológico es uno y el mismo en todas ellas, paradigma que vemos también en los Evangelios, lo que varía es la manera de resolver la relación del Cosmos con Dios. Pues bien, se trataba de un mismo Cosmos formado por Esferas Celestes, en cuyo centro se encontraba la Tierra, la Esfera más pequeña, luego siete Esferas planetarias la rodeaban, unas dentro de otras, y finalmente, la Esfera de las Estrellas Fijas, la octava esfera, también llamada la Ogdóada. Las nueve Esferas (la Tierra, las siete Esferas Planetarias y la Octava Esfera), estaban unidas por un Eje inclinado respecto del Ecuador Celeste, el Axis Mundi, que las hacía girar a distintas velocidades. La Tierra permanecía fija e inmóvil, la Esfera más veloz era la octava, la Esfera de las Estrellas, que en un día realizaba una rotación completa. Los Planetas recorrían un Camino Celestial formado por las doce Constelaciones del Zodíaco; la Esfera que más rápidamente recorría el Zodíaco era la de la Luna, luego Mercurio, Venus, el Sol que lo recorría en un año completo, luego Marte, Júpiter y el planeta más lento Saturno. Esta construcción procede de los filósofos, con anterioridad a ellos el paradigma cosmológico era otro.



Cosmología egipcia

Tras el orto helíaco de la estrella Sirio, en el período más caluroso del año, el Nilo iniciaba su crecida, e inundaba todo el valle. Cuando las aguas volvían a su cauce, en la estación de peret, el Nilo iba dejando tras de sí un limo negro, tremendamente fértil, lleno de vida vegetal y animal, pequeños brotes verdes, infinidad de insectos y larvas blancas asomaban por aquella tierra negra, que daba nombre al país de Quemit. El río obedecía al cielo, en una región de escasas lluvias, donde el sol luce sin descanso. El río y el sol serán los dos elementos fundamentales de la cosmología faraónica. Si había un río terrestre, tenía que existir un río celeste, del cual el terrestre era la copia. La Vía Láctea es una mancha blanca luminosa que recorre la bóveda celeste, y de la cual parecen nacer todas las estrellas, era el Duat que recorre el cuerpo de Nut, el Cielo, una mujer arqueada, en cuyo vientre tenía lugar la transfiguración del Sol. Durante el día, el Sol recorre el cuerpo de Nut, su madre. Por la mañana, al amanecer, desde la región de luz, Ajet, al Este, el Sol es parido por Nut como Heper, el escarabajo símbolo de la transformación, al medio día el sol en su cenit es Ra, la plenitud de la luz. Y ya por la tarde, el sol es Atum, el principio original, padre de todos los neter y creador de todo. Atum será tragado por Nut a las puertas del Amenti, el Occidente. Osiris el señor del Amenti, gobernaba el más allá, donde se producen las metamorfosis, por eso era representado con una corona blanca, símbolo de la pureza lunar, momiforme, como la crisálida de la mariposa o la ninfa del escarabajo, y con el rostro unas veces negro y otras verde, símbolos del limo donde se genera la vida y del verde germinante. Osiris es, sobretodo, el neter de las metamorfosis, y su reino, es un gran metabolismo, el Duat, lugar de formación de las estrellas. A lo largo de las doce horas de la noche, el Sol recorre en barca el río celeste, el Duat, donde experimenta su metamorfosis, y cada mañana renacía como Heper, el transfigurado.

Cosmología mítica griega

“En primer lugar existió el Caos. Después Gea la de amplio pecho, sede siempre segura de todos los inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo. En el fondo de la tierra de anchos caminos existió el tenebroso Tártaro. Por último, Eros, el más hermoso entre los dioses inmortales, que afloja los miembros y cautiva de todos los dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos… Gea alumbró primero al estrellado Urano con sus mismas proporciones, para que la contuviera por todas partes y poder ser así sede siempre segura para los felices dioses.” (Hesiodo, “Teogonía”). Gea tenía, para los griegos, las mismas dimensiones que su hijo el Cielo, y en lo más profundo de su vientre se encontraba el tenebroso Tártaro, lugar de las muchas moradas. Tras la guerra entre los dioses Olímpicos y los dioses Titanes, estos fueron echados a las profundidades del Tártaro, donde fueron encadenados, y encerrados tras broncíneas puertas, en la primera de las moradas del Tártaro, la prisión de los Titanes. También la Noche y el Día tenían allí su palacio, así como los gemelos Hipnos, el Sueño, y Thánatos, la Muerte. Pero la más ilustre de las moradas del Tártaro era sin duda la de Hades y su esposa, la temible Perséfone, pues allí son acogidas las almas de los difuntos. “Cuando esté en trance de morirse hacia la bien construida morada de Hades, hay a la diestra una fuente y cerca de ella, ergido, un albo ciprés. Allí, al bajar, las ánimas de los muertos se refrescan. ¡A esa fuente no te allegues de cerca ni un poco! (se trata de la fuente de letheo, del olvido). Pero más adelante hallarás, de la laguna de Mnemósine (la diosa de la memoria) agua que fluye fresca. Y a su orilla hay unos guardianes. Ellos te preguntarán, con sagaz discernimiento, por qué investigas las tinieblas del Hades sombrío. Di: “Hijo de Tierra soy y de Cielo estrellado; de sed estoy seco y me muero. Dadme, pues, enseguida, a beber agua fresca de la laguna de Mnemósine. Así que, una vez hayas bebido, también tú te irás por la sagrada vía por la que los iniciados avanzan, gloriosos.” (Tablillas órficas).

El nuevo paradigma cosmológico

La filosofía desde el comienzo se fijó en el cosmos, intentando dar una explicación a los fenómenos celestes. Anaximandro y los pitagóricos serán los primeros en dar una descripción del cosmos, pero no será hasta el siglo IV que Platón y Aristóteles den la descripción del cosmos que perdurará hasta Copérnico. Al final del diálogo “República”, Platón explica las visiones del Más Allá que tiene Er, un guerrero que muere y vuelve a la vida. En dicho mito, Platón describe como las almas ascienden por primera vez a un Cielo, formado por Esferas hasta la Bóveda Celeste, sujetas todas por un eje, el Axis Mundi, en torno al cual giran las ocho esferas, siete planetarias y la octava Esfera de las Estrellas Fijas. Todo el conjunto representa la armonía celeste: “en lo alto de cada uno de los círculos estaba una sirena que giraba junto con el círculo y emitía un solo sonido de un solo tono, de manera que todas las voces, que eran ocho, concordaban en una armonía única.” Aristóteles, más realista, se ve obligado a aumentar el número de esferas de éter para explicar los movimientos irregulares de los planetas: “Y puesto que las esferas en que éstos se desplazan son ocho por un lado y veinticinco por otro, y las únicas que no es necesario que sean arrastradas para atrás son aquellas en que se desplaza el planeta situado más abajo, las que tiran de los dos primeros hacia atrás serán seis y, de los cuatro siguientes dieciséis. Y el número de todas, de las que los transportan más de las que tiran hacia atrás de ellas, cincuenta y cinco.” (“Metafísica”). Y cincuenta y cinco serán los motores inmóviles que muevan cada una de las esferas. Motores y esferas forman el engranaje cósmico de Aristóteles, un sistema que intenta salir al paso de todas las irregularidades que se observan en el cielo.

Entre el siglo II y V, durante el Imperio Romano, vemos florecer gran cantidad de escuelas filosóficas y nuevos misterios religiosos. En Alejandría y Atenas resurgirá la Academia Platónica, pero marcada por una fuerte piedad pagana, sus principales representantes son Plotino, Porfírio discípulo de aquel, Jámblico el pitagórico apasionado por los Oráculos Caldeos, y Proclo, el creador de la última gran síntesis del pensamiento antiguo. También en Egipto tuvieron un gran desarrollo las Escuelas Gnósticas, muchas de ellas cristianas, que hacían una síntesis de las visiones del más allá, partiendo de lo que había sobrevivido del Egipto faraónico, y mezclado con el pensamiento filosófico. El Hermetismo , formado por gran cantidad de diálogos entre los dioses Hermes, Asclepios, Isis y Horus, de una fuerte influencia platónica, muestran una fusión entre las visiones míticas del cosmos y el discursos filosóficos. En el más famoso de estos diálogos, “Poimandres”, se nos ofrece la siguiente imagen: “Había entonces, surgida en una parte de la luz, una tiniebla descendente que, espantosa y sombría, se esparcía tortuosamente en forma de serpiente, en lo que pude entrever. Y la tiniebla se transformó en una suerte de naturaleza húmeda que comenzó a agitarse de forma imposible de expresar mientras exhalaba un vapor similar al que produce el fuego y a emitir una especie de ruido, como un lamento indescriptible.” Neoplatónicos y Gnósticos llenarán el Cielo de las Esferas Etéricas con todo tipo de dioses, inteligencias, almas divinas, y a su vez, trazarán una ruta para que el alma humana, pueda ascender, liberada de las pasiones del cuerpo, a través de las Esferas Planetarias, hasta la Ogdóada, la Octava Esfera, de los Arquetipos primordiales, donde junto con las estrellas, las almas realizadas, cantan himnos a Dios, el Sumo Bien.

Cosmología medieval

Durante la Edad Media se mantuvo la imagen del cosmos creada por los filósofos griegos. La diferencia fundamental es la cristianización de los motores que movían las esferas cristalinas. La tierra se encuentra igualmente en el centro del cosmos, y es el lugar del pecado, donde las almas esperan la redención. Tierra y Cielo se unen por medio de la montaña del Purgatorio, que llega hasta la esfera de fuego, a partir de la cual comienzan los Cielos. La imagen más clara del cosmos nos la ofrece Dante en “La Divina Comedia”. EL INFIERNO: El viaje de Dante por el cosmos comienza en los Infiernos. Los Infiernos, se encuentran bajo tierra, y tienen nueve círculos. En los cinco primeros círculos se agrupa a las almas pecadoras por incontinencia, en el círculo sexto los herejes. En el círculo séptimo los violentos, en las regiones heladas de mayor profundidad del octavo círculo, se encuentran los mentirosos y ladrones. Y en el pozo más profundo del noveno círculo, los traidores presididos por Lucifer. EL PURGATORIO: En las antípodas de la Jerusalén terrestre, en medio del océano se encuentra la montaña del Purgatorio, que une la Tierra con el Cielo por medio de un camino de siete niveles. En el más bajo se encuentran las almas soberbias, luego las envidiosas, las iracundas, las perezosas, las avariciosas, glotonas y lujuriosas. En la cumbre de la montaña del Purgatorio se encontraba el Paraíso Terrenal. LA REGION CELESTIAL: Las almas que se habían purificado y podían atravesar la esfera de fuego, que rodea a la Tierra, llegaban a la Esfera de la Luna, donde estaban los Angeles. Luego, la Esfera de Mercurio, donde se encontraban los Arcángeles. En la Esfera de Venus los Principados, en la del Sol las Potestades, en Marte las Virtudes, en Júpiter las Dominaciones, en Saturno los Tronos, y en la Esfera de las Estrellas Fijas los Querubines. Después todavía había otra esfera, el Cielo Cristalino o Primum Movile, donde se encontraban los Serafines. Y por fin el Empíreo, donde Dante ve la Rosa Mística, formada por las almas de los bienaventurados, que pueden contemplar a Dios.

Juan Almirall (Textos para la exposición “Imágenes del Cosmos”, Fundación Rosacruz)

domingo, 22 de junio de 2008

EL DIAGRAMA DE LOS OFITAS



La secta gnóstica de los ofitas fue fundada por Eufrates, se trataba de un grupo gnóstico cristiano cuyo sistema especulativo se basaba en la interpretación alegórica del Antiguo Testamento, y que influirá profundamente en la cosmología de Valentín, con la que existen grandes similitudes. Los ofitas, se llamaban así, pues veneraban a la Serpiente del Antiguo Testamento, que transmitió al hombre la ciencia, y que con ello se enfrentó al dios de los judíos, Yahvéh, creador tirano, que según la mitología gnóstica, habría creado al hombre y tras comunicarle la centella divina, lo mantenía prisionero en el mundo caído, lejos del Paraíso de la Luz. Sus prácticas mágicas, frecuentes entre los grupos gnósticos, consistían en invocaciones, fórmulas, palabras de paso, para atravesar los distintos lugares del Cosmos, como muestra el Codex Brucianus, que contiene “Los dos Libros de Yao” o “El gran Discurso Iniciático”. Orígenes en la obra “Contra Celso”, nos describe un diagrama que habría encontrado, donde se representaba el Cosmos de los ofitas, el lugar donde había sido concebido el ser humano, y a través del cual debía pasar el alma para llegar a la primera Luz, la Luz ilimitada del Pleroma.


La Serpiente

La Serpiente es una figuración del Noûs, el Intelecto, que aparece en diversas formas entre las distintas Escuelas de la Antigüedad tardía, aquí tal como lo describe Irineo de Lyon, que nos cuenta algunas creencias de los ofitas, según los cuales la Madre del Cosmos era la Ogdóada, y sus siete hijos eran siete Arcontes, guardianes de las siete esferas planetarias: “También el hijo heredó de la Madre un cierto soplo de incorrupción, por medio del cual opera, y tras recibir potencia, emitió también él, a partir de las aguas, un hijo sin madre. Pretenden, en efecto, que no conocía a la madre. Y su hijo, a imitación del padre, emitió otro hijo. El tercero engendró al cuarto, y éste, a su vez, engendró otro; del quinto fue engendrado el sexto, y éste engendró al séptimo. De este modo se llevó a término un Hebdómada (siete Esferas planetarias), reservando para la Madre la Ogdóada (la octava Esfera de las estrellas fijas). La prelacía en el orden de la dignidad y del poder es consecuencia del orden de la generación. Pusieron luego nombres a sus invenciones. El primero que procedió de la Madre se llamaba Yaldabaoth; el que le sigue Yao; el siguiente Sabaoth; el cuarto Adoneo; el quinto Eloeo; el sexto Oreo; y el séptimo y último Astafeo. Estos cielos, virtudes, potencias, ángeles y creadores se sientan en el cielo de acuerdo con el orden de su generación. Son invisibles y gobiernan las cosas celestiales y terrenales.” Cada uno de estos Arcontes se identificaría con un planeta, Yaldabaoth con Saturno, Yao con Júpiter, Sabaoth con Marte, Adoneo con el Sol, Eloeo con Venus, Oreo con Mercurio y Astafeo con la Luna.

“El primero de ellos, Yaldabaoth, desprecia a la Madre porque había engendrado hijos y nietos sin permiso de nadie, y también ángeles, arcángeles, virtudes, potestades y dominaciones. Una vez concluido todo esto, estalló contra aquél una revuelta de sus hijos a causa del primer lugar (se refiere a la guerra de los dioses olímpicos contra los dioses titanes por el trono del Cielo). Entonces Yaldabaoth, triste y desesperanzado, volvió su mirada hacia la hez de la materia que estaba abajo y corporeizó en ella su deseo, de lo cual nació un hijo. Este es el Noûs (el Intelecto), que tiene la forma retorcida de una serpiente.” (Irineo de Lyon, Adversus Haereses, I, 30). Luego, sigue narrando Irineo, la Madre junto con los Arcontes crearon al hombre, y Yaldabaoth le insufló el Noûs, la centella divina, haciendo inmortal al alma.

El diagrama del Cosmos

“En él había una pintura de diez círculos, separados entre sí, pero encerrados dentro de otro círculo, que se decía ser el Alma del Cosmos y se llamaba Leviatán. De éste decían las Escrituras de los judíos, sea cual fuere su sentido oculto, que fue plasmado por Dios como un juguete. Así hallamos en los Salmos: Todo lo has hecho sabiamente, la tierra henchida está de tus hechuras. ¡Mira es grande mar, su anchura inmensa! Por él corren las naves, animales pequeños, otros grandes, y ese dragón, juguete que tú hicieras (Ps. 103, 24-26). En lugar de dragón, el texto hebraico trae Leviathan. Ahora bien, el impío diagrama dice ser el Alma que penetra el Cosmos ese Leviathan que tan claramente condena el profeta. Hallamos también en él al que se llama Beemoth, colocado después del círculo más abajo. El autor de este abominable diagrama inscribió a este Leviatán sobre el círculo y en el centro de éste, de forma que puso dos veces su nombre. Dice además Celso que “el diagrama estaba dividido por una gruesa raya negra”, y afirma habérsele dicho que ésta era la gehenna, llamada también tártaro. Como quiera que en el Evangelio hallamos escrito gehenna como lugar de tormentos (Mt. 5, 22), hemos inquirido si aparece ese nombre en algún pasaje de las antiguas Escrituras, más que más que también los judíos emplean la palabra…” (C.C. VI, 25).

Los siete Arcontes guardianes

“Seguidamente vuelve al tema de los siete démones arcónticos, que realmente no se nombran entre cristianos, sino usados, a lo que creo, por los ofitas. Y, a la verdad, en el diagrama que nosotros adquirimos de ellos, hallamos un orden semejante al que expone Celso. Dice, pues, Celso que el primero estaba representado en forma de león; pero no cuenta el nombre que le dan éstos, a la verdad, impiísimos sectarios; nosotros hemos encontrado que este que tiene forma de león decía aquel abominable diagrama ser Miguel, el ángel del Creador, de que hablan con loa las sagradas Escrituras. Del mismo modo dice Celso que el segundo, que le sigue, es un toro; el diagrama que nosotros teníamos decía que el tauriforme era Suriel. El tercero dice Celso que era anfibio y silbaba hórridamente; pero el diagrama decía que el tercero era Rafael en forma de dragón. Del mismo modo dice Celso que el cuarto tenía forma de águila; según el diagrama, el aquiliforme era Gabriel. El quinto dice Celso que tenía el rostro de oso; según el diagrama, el urisforme era Thauthabooth. Luego dice Celso que el sexto se decía entre ellos que tenía cara de perro; el diagrama decía ser éste Erataoth. Luego dice Celso que el séptimo tenía rostro de asno y se llamaba Thaphabaoth u Onoel; pero nosotros hallamos en el diagrama que este que tiene forma de asno se llama Thartharaoth.” (C.C. VI, 30).

A continuación, Orígenes explica las fórmulas que deben recitarse ante las puertas de cada uno de los Arcontes que guardan diferentes lugares del Cosmos.

“… después de atravesar la que llama barrera de la maldad a las puertas de los arcontes eternamente encadenadas: “Rey solitario, vínculo de la ceguera, olvido inconsciente, yo te saludo, fuerza primera, guardada por el espíritu de la providencia y sabiduría, de donde soy enviado puro, hecho ya parte de la luz del Padre y del Hijo. La gracia esté conmigo; sí, Padre, esté conmigo”. Y de aquí dicen que proceden los poderes de la Ogdóada (la Octava Esfera de las estrellas fijas). Luego, al pasar el que llaman Yaldabaoth, enseñan a decir: “¡Oh tú, Yaldabaoth, primero y último, nacido para imperar con audacia, palabra que eres dominante de una mente pura, obra perfecta para el Hijo y el Padre!, traigo un símbolo marcado con la marca de la vida, después de abrir al mundo la puerta que tú cerraste con tu eternidad, para pasar de nuevo libre tu poder. La gracia esté conmigo; sí, Padre, ésté conmigo”. Y dicen que con este arconte simpatiza la estrella Fenonte (phainon, el planeta Saturno). Luego piensan que quien ha pasado Yaldabaoth y ha llegado a Yao debe decir: “¡Oh tú, Yao, segundo y primero, señor de los ocultos misterios del Hijo y del Padre, que brillas en la noche, soberano de la muerte, parte del inocente, llevando ya tu propio…!, como un símbolo, me dispongo a entrar en tu imperio, después de dominar por una palabra viva al que nació de ti. La gracia esté conmigo, Padre, esté conmigo”. Luego viene Sabaoth, al que piensan hay que decir: “Señor de la quinta autoridad, poderoso Sabaoth, defensor de la ley de tu creación, destruida por la gracia, con una péntada más poderosa, déjame pasar, contemplando un símbolo intachable de tu arte, preservado por la imagen de una figura, un cuerpo liberado por la péntada. La gracia esté conmigo, Padre, esté conmigo”. Seguidamente viene Astafeo, al que creen hay que decir lo siguiente: “Señor de la tercera puerta, Astafeo, inspector del primer manantial del agua, mirando a un iniciado, déjame pasar, purificado que estoy por el espíritu de una virgen, contemplando la esencia del mundo. La gracia esté conmigo, Padre, esté conmigo”. Después de éste viene Eloeo, al que piensan ha de decirse lo siguiente: “Señor de la segunda puerta, Eloeo, déjame pasar, pues te traigo un símbolo de tu madre, la gracia escondida por las potencias de las autoridades. La gracia esté conmigo, Padre, esté conmigo”. Al último lo llaman Oreo, y a éste piensan que le dicen: “Tú que pasaste intrépidamente la barrera del fuego y alcanzaste el imperio de la primera puerta, déjame pasar, mirando el símbolo de tu propia fuerza, destruido por una figura del árbol de la vida, tomado por la imagen según la semejanza de un hombre inocente. La gracia esté conmigo, Padre, esté conmigo” (C.C. VI, 31).

Sin duda, se tratan de fórmulas mágicas que los gnósticos rescatan de los egipcios, y sus rituales y fórmulas para atravesar las distintas puertas y lugares del Duat, donde el iniciado, llamado Osiris, debe recitar unas determinadas fórmulas mágicas para impedir ser devorado o atacado por los guardianes de las distintas puertas. El gnóstico quiere atravesar todas las regiones inferiores del Más Allá, para llegar hasta el Pleroma, morada de la Luz y del Padre, desde donde el Hijo ha descendido. Para ello debe ser iniciado en los distintos misterios sobre las puertas y lugares, y sus guardianes, salvar las distintas dificultades que se encontrará en el viaje del alma hacia la Luz. Los guardianes, nos dice Orígenes, portan los distintos nombres del Dios del Antiguo Testamento, como si se tratara de distintas divinidades: Sabaoth, Adoneo por Adonai, Eloeo por Eloí, Yaldabaoth, por Yahvéh Sabaoth.

“Seguidamente expone Celso otros cuentos, en el sentido de que “algunos se transforman en las figuras de los Arcontes, de suerte que unos se llaman leones, otros toros, otros dragones, águilas, osos y perros.” (C.C. VI, 33). Lo que indica que los ofitas y gnóstico escenificaban en algún tipo de ritual mistérico todas estas enseñanzas sobre los Arcontes démones guardianes de las puertas del Más Allá, en el camino que recorrían las almas para llegar a su objetivo luminoso.

Las Puertas del Paraíso

“Por nuestra parte, en el diagrama que poseíamos hallamos también lo que Celso llama la figura cuadrangular y lo que aquellos infelices dicen ante las puertas del paraíso. Allí estaba pintada, como diámetro de un círculo ígneo, una espada fulgurante, como si montara guardia al árbol de la ciencia y de la vida. Ahora bien, Celso o no quiso o no pudo citar los discursos que, según las fábulas de aquellos impíos, dicen en cada puerta los que van a pasar por ellas…” (C.C. VI, 33). Los ofitas eran una secta gnóstico cristiana, que incorporan elementos de la Escritura, como es la visión del Génesis de la espada flamígera que guarda las puertas del Paraíso, en las descripciones que del Más Allá daban los egipcios, y sus detalladas descripciones del Duat, el Reino de Osiris.

Los dos Círculos

“No es la menor de las cosas que están inscritas entre los dos círculos supracelestes de arriba, entre ellas, dos: “Mayor” y “Menor”, que entienden del Hijo y del Padre”. Efectivamente, en el diagrama hemos hallado el círculo menor y mayor, en cuyo diámetro estaba inscrito: Padre e Hijo. Y entre el mayor, dentro del cual estaba el menor, y otro compuesto de dos círculos, el interior amarillo, el exterior azul, hallamos inscrito el diafragma (o valla) en forma de hacha, y encima de él un círculo pequeño, que tocaba al mayor que los primeros y llevaba inscrito ágape (amor), y más abajo, tocando al círculo, tenía inscrito zoé (vida). En el segundo círculo, que encerraba y comprendía otros dos círculos y otra figura romboidal, estaba inscrito: Providencia de la Sabiduría (Sophia Pronoia), y dentro de la sección común a los dos: naturaleza de la Sabiduría. Y encima de la sección común a los dos había un círculo, en que estaba inscrito gnosis (conocimiento), y debajo otro, en que estaba inscrito: sínesis (inteligencia).”

Origenes, “Contra Celso” (C.C.), Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2001.

Juan Almirall

sábado, 21 de junio de 2008

POIMÊN de HERMAS y POIMANDRÊS de HERMES



La obra conocida como “El Pastor” (Poimên) de Hermas data del siglo II, según el Fragmento Muratori “el Pastor fue escrito por Hermas en la ciudad de Roma bastante recientemente, en nuestros propios días, cuando su hermano Pío ocupaba la silla del obispo en la iglesia de la ciudad de Roma; por lo tanto sí puede ser leído, pero no puede ser dado a la gente en la iglesia, ni entre los profetas, ya que su número es completo, ni entre los apóstoles al final de los tiempos.” Se trata de una obra llena de revelaciones, muy apreciada por la Iglesia antigua, que aporta importantes contenidos de carácter moral, y sobre todo, algo que el Cristianismo debía aportar, o de lo contrario la aventura cristiana estaba condenada al fracaso: Imágenes del Más Allá.


El autor de "El Pastor" describe un extenso cuerpo de visiones, que introducían al Cristianismo en el grupo de las religiones mistéricas, el tipo de religiosidad que triunfaba en torno al siglo II. El Cristianismo aparece en un momento muy oportuno, los Oráculos del mundo antiguo estaban en decadencia, según nos cuenta Plutarco de Queronea sus Diálogos Píticos, los Dioses, que ahora se reconocen como seres inteligibles y trascendentes, hablan a los hombres a través de los “démones”, lo que genera un cierta desconfianza general, las prácticas mágicas, usuales en los templos, comienzan a verse como farsas, y la adoración de estatuas como una práctica más que dudosa (Clemente de Alejandría, Protréptico, IV), para el cada vez más intelectualizada cultura helenística.

Sin embargo, los Misterios estaban de moda, era el tipo de religiosidad más aceptada en el Imperio, junto a los cultos oficiales. El Misterio propone a los participantes una experiencia personal, llena de intensidad, un camino espiritual individual, donde el iniciado no sólo tenía una experiencia intensa, sino que además, recibía un conocimiento, que le permitía comprender lo experimentado. Apuleyo de Madaura, a propósito de los Misterios de Isis, nos cuenta, en el capítulo XI del Asno de oro: “Llegué a las fronteras de la muerte, pisé el umbral de Proserpina y a mi regreso crucé todos los elementos; en plena noche, vi el sol que brillaba en todo su esplendor; me acerqué a los dioses del infierno y del cielo; los contemplé cara a cara y los adoré de cerca.” Los Misterios enseñaban a los iniciados los caminos del más allá, los lugares del Hades, las vías celestiales que conducían más allá de las esferas planetarias, los distintos cielos y sus habitantes, todo ello era mostrado al iniciado, que se convertía en un makários, un bienaventurado. Este era el objeto de los Misterios de Orfeo, el héroe tracio que había descendido al Hades, o los populares Misterios de Eleusis, donde los iniciados se encontraban cara a cara con la mismísima Reina de los Infiernos, la terrible Persefone. O como lo que nos cuenta Apuleyo respecto de los Misterios de Isis, la versión helenizada de la religión egipcia, o de lo que había sobrevivido de los tiempos faraónicos. Los Misterios de Isis se extendieron por todo el Imperio e influyeron profundamente en toda la religiosidad de su época. Fueron un verdadero competidor del Cristianismo. Al igual que los cristianos, los egipcios no realizaban cultos sangrientos, la pureza de los iniciados era realmente apreciada, y sus enseñanzas tenían un gran valor filosófico. Este es el contexto en el que nosotros enmarcamos las revelaciones de Hermes Trismegistos, el autor, medio profeta medio filósofo, del Corpus Hermeticum, una colección de diálogos, de marcada influencia medio platónica, entre Hermes Trismegisto, el Noûs (Intelecto), al que se denomina Poimandres (poimên pastor y ándres hombres, el pastor de hombres), y también Asclepios, Tat, el rey Amón y la propia Isis. El Apocalipsis (la revelación) de Hermes es muy profundo, el propio Noûs, Padre y Demiurgo, nos describe las regiones celestiales por las que transitan las almas purificadas. Tras intensas purificaciones, inspiradas en las prácticas sacerdotales egipcias, Hermes, en el silencio de algún templo egipcio, mantiene un diálogo con Dios, quien le revela por medio de visiones todos los secretos del cosmos.

Esta completísima religión egipcia era difícil de superar, mientras que los cultos tradicionales greco-romanos estaban en clara decadencia, denunciada por los propios paganos, la religión egipcia se extendía por todo el Imperio, y se levantaban muchos Iseos (Templos consagrados a Isis), donde se celebraban cultos exóticos, que rememoraban los antiguos cultos clásicos. Mientras que el Cristianismo se apoyaba en el Judaísmo, algo extraño para los helenistas, la Religión Egipcia era más fácilmente asimilable para el común de los paganos. En los años sesenta del siglo II se escribe “El Pastor” (Poimên), su autor, Hermas, era el hermano del entonces obispo de la comunidad romana. Ya el título de la obra nos aproxima el primer diálogo del Corpus Hermeticum, el Poimandres de Hermes. Pero no es solamente en el título donde se advierte la influencia hermética, “El Pastor”, que es uno de los textos más extensos de los primeros siglos de literatura cristiana, cuenta con cinco revelaciones o visiones, doce mandamientos y diez parábolas. Se trata de un texto que presenta el Cristianismo como una verdadera religión mistérica, donde los mandamientos y purificaciones son más próximos a la espiritualidad judeohelenística, que propiamente griega.

El protagonista de “El Pastor” es el propio Hermas, como en los diálogos herméticos; pero en vez de un sacerdote egipcio, aquí tenemos a un pobre esclavo vendido en Roma, y convertido al cristianismo, con muy poca cultura, pues pide explicaciones para todo, y muy aficionado al ayuno, para provocarse revelaciones (visiones de más allá), “¿Por qué pides continuamente revelaciones en tu súplica? Ten cuidado: no sea que, pidiendo demasiado, hagas daño a tu cuerpo.” (P. Vis. III, 10, 7), la Anciana que se le aparece a Hermas en sus primeras revelaciones, le previene de que sus constantes ayunos con los que trata de conseguir nuevas revelaciones pueden producirle una enfermedad. La Anciana, que Hermas confunde con la Sibila, y que se le revela como la Iglesia, en primer lugar le pone a prueba sobre sus pecados e impurezas, le muestra una terrible bestia, y finalmente, una hermosa visión de una Torre sobre las aguas: “Mira, ¿no ves delante de ti una gran torre que se construye sobre las aguas con brillantes piedras cuadradas?” Al igual que en los Misterios Egipcios, Isis, aquí en la forma de una Anciana, que se revela como la Iglesia, por la cual fue construido el cosmos, le muestra los primeros misterios del Cosmos, pero en la forma de una Torre sobre las aguas, que más tarde volverá a tratar en la IX Parábola. La Torre es el gran Misterio que plantea el Cristianismo hermético, un lugar en el más allá, construido de piedras vivas, las piedras brillantes y cuadradas son aquellos que han acogido al Logos, al Cristo, y guardan sus mandamientos.

La Revelación quinta, guarda un estrecho paralelismo con los primeros versos del Poimandres, dice Hermes: “Estaba hasta tal punto un día sumido en profundas reflexiones en torno a los seres, que tenía mi pensamiento (dianoías) extraviada en las alturas y mis sentidos abotargados, como en la somnolencia que sobreviene tras una comida abundante o un esfuerzo físico intenso. Y en ese estado, parecióme que se presentaba ante mí un ser enorme, tanto que no alcanzaba a adivinar sus límites, y que, llamándome por mi nombre, me decía: ¿Qué es lo que deseas ver o escuchar? ¿Qué quieres conocer para llegar a saber y comprender? - ¿Pero quién eres tú?, respondí. – Yo soy Poimandres, el Noûs authentías. Conozco lo que buscas y vengo en tu ayuda en todas partes. – Deseo, dije, ser instruido sobre los seres, comprender su naturaleza y llegar a conocer a Dios. ¡Cuánto deseo escuchar! – Pues retén en tu mente cuanto desees saber y yo te instruiré. No había acabado de decir esto, cuando cambió de apariencia. La visión, de súbito, se había abierto ante mí y contemple un espectáculo indefinible…

La quinta visión, llamada Apocalipsis, Hermas nos cuenta: “Cuando estaba en oración en mi casa y sentado en la cama, entró un hombre con aspecto glorioso, con figura de pastor (poimenikô), envuelto en una piel blanca de cabra, con un zurrón al hombro y un bastón en la mano. Me saludó, y yo le correspondí. Al punto se sentó junto a mí y me dice: “He sido enviado por el Ángel Santísimo para que viva contigo los restantes días de tu vida”. Yo pensé que era enviado para tentarme y le digo: “Pero ¿quién eres tú? Porque yo sé – le digo – a quién fue entregado.” Me dice: “¿No me reconoces?” Contesto: “No”. “Yo soy el Pastor (poimên) a quien fuiste entregado.” Mientras estaba todavía hablando su figura se cambió, y reconocí que era aquél a quien fui entregado. Al punto quedé confundido; el miedo se apoderó de mí y me derrumbé por la tristeza de haberle respondido tan mala e insensatamente. Me dijo: “No te turbes, sino fortalécete en los mandamientos que te voy a ordenar, pues he sido enviado – dice – para mostrarte de nuevo todo lo que viste anteriormente, los puntos principales que son de utilidad para vosotros. Ante todo, escribe mis mandamientos y parábolas.” Se trata de doce mandamientos y diez parábolas, en las que se describe una verdadera iniciación judeocristiana: el primer mandamiento se refiere a la fe, el temor y la continencia, después sigue con la veracidad, castidad, paciencia, los dos caminos de la justicia y la injusticia, el temor de Dios, el camino del bien, evitar la duda y la tristeza, los verdaderos y falsos profetas y, por último, los buenos y malos deseos.

Es sorprendente la similitud de la experiencia de Hermes con la de Hermas, ambos tienen una visión de un ser que se transfigura, en el primer caso se identifica con el Noûs soberano o authentías, mientras que en el segundo caso, se trata del Ángel de la Metanoía (ho ággelos tês metanoías), es decir, la penitencia como meta-noía (cambio de pensamiento); por tanto, en ambos casos es el Noûs, el pensamiento divino el que se revela a ambos profetas, relacionados con la divinidad griega Hermes, intermediario entre el Cielo y la Tierra, el mensajero (ággelos) de los dioses. Sin embargo, la revelación hermética es gnóstica, es conocimiento sobre el más allá y los caminos del alma, mientras que la revelación cristiana del Pastor, es del orden moral, aunque también le revela por medio de parábolas los lugares y los seres del más allá, le vuelve a mostrar la Torre sobre las aguas, así como la actividad de diversos ángeles, que en realidad son las potencias (dynamis) de las que hablaba Filón de Alejandría, entre las que se encontraba el propio Lógos, al que los cristianos identificaban con el Cristo; Hermas, al igual que Filón, da al Logos el rango de ángel, por lo que la cristología de “El Pastor”. “Enfrentarse a la cristología y pnematología de Hermas resulta espinoso pues algunos de sus textos desconciertan, especialmente si uno se acerca a ellos con categorías teológicas posteriores. Extrañeza causa también el hecho de que a lo largo de toda la obra no aparezca nunca términos como Jesús o Cristo. En cambio, son frecuentes las designaciones de “Señor” e “Hijo de Dios”, así como el uso de arcaicas designaciones angeológicas, procedentes de ambientes judeocristianos, para referirse al Hijo de Dios: Ángel Santísimo, Ángel Santo, Ángel Glorioso, Ángel del Señor, Miguel” (Introducción a “El Pastor” de Juan José Ayán Calvo, Editorial Ciudad Nueva, Madrid, 1995), lo que en la cita se llama ambiente judeocristiano, nosotros puntualizaríamos que se trata más bien de una influencia de la teología de Filón de Alejandría, y su Logos angélico.

Juan Almirall

lunes, 16 de junio de 2008

Canon Muratorianus


El fragmento Muratoriano es un texto en latín, que data del año 170 aproximadamente, encontrado en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, y que fue publicado por Lodovico Antonio Muratori, en el año 1740. El fragmento recoge el Canon de la Iglesia en la segunda mitad del siglo II. A continuación ofrecemos la versión latina y su traducción.



...quibus tamen interfuit et ita posuit tertio evangelii librum secundo lucan. lucas iste medicus post ascensum XPi cum eo paulus quasi ut juris studiosum secundum adsumsisset numeni suo ex opinione conscripset dnm tamen nec ipse vidit in carne et ide prout asequi potuit ita et ad nativitate iohannis incipet dicere. quarti evangeliorum iohannis ex decipolis. cohortantibus condescipulis et eps suis dixit conieiunate mihi odie triduo et quid cuique fuerit revelatum alterutrum nobis ennarremus eadem nocte revelatum andreae ex apostolis ut recogniscentibus cuntis iohannis suo nomine cuncta describeret et ideo licet varia sinculis evangeliorum libris principia doceantur nihil tamen differt credentium fidei cum uno ac principali spu declarata sint in omnibus omnia de nativi tate de passione de resurrectione de conversatione cum decipulis suis ac de gemino eius adventu primo in humilitate dispectus quod foit secundum potestate regali ... preclarum quod foturum est quid ergo mirum si iohannes tam constanter sincula etia in epistulis suis proferam dicens in semeipsu quae vidimus oculis nostris et auribus audivimus et manus nostrae palpaverunt haec scripsimus vobis sic enim non solum visurem sed et auditorem sed et scriptore omnium mirabiliu dni per ordi nem proftetur acta aute omniu apostolorum sub uno libro scribta sunt lucas obtime theofi le comprindit quia sub praesentia eius sincula gerebantur sicuti et semote passione petri evidenter declarat sed et profectione pauli ab urbe ad spania proficiscentis epistulae autem pauli quae a quo loco vel qua ex causa directe sint volentibus intellegere ipse declarant primu omnium corintheis scysmae heresis interdicens deinceps b callaetis circumcisione romanis aute ordine scripturarum sed et principium earum ... esse XPm intimans prolexius scripsit de quibus sincolis neces se est ad nobis disputari cum ipse beatus apostolus paulus sequens prodecessoris sui iohannis ordine non nisi nominati sempte ecclesiis scribat ordine tali a corenthios prima ad efesius seconda ad philippinses ter tia ad colosensis quarta ad calatas quin ta ad tensaolenecinsis sexta ad romanos septima verum corintheis et thesaolecen sibus licet pro correbtione iteretur una tamen per omnem orbem terrae ecclesia deffusa esse denoscitur et iohannis eni in a pocalebsy licet septe eccleseis scribat tamen omnibus dicit veru ad filemonem una et at titu una et ad tymotheu duas pro affecto et dilectione in honore tamen eclesiae catholice in ordinatione eclesiastice discepline scificate sunt fertur etiam ad laudecenses alia ad alexandrinos pauli nomine fincte ad heresem marcionis et alia plura quae in catholicam eclesiam recepi non potest fel enim cum melle misceri non concruit epistola sane iude et superscrictio iohannis duas in catholica habentur et sapientia ab amicis salomonis in honore ipsius scripta apocalapse etiam iohanis et petri tantum recipimus quam quidam ex nostris legi in eclesia nolunt pastorem vero nuperrim e temporibus nostris in urbe roma herma conscripsit sedente cathetra urbis romae aecclesiae pio eps fratre eius et ideo legi eum quide oportet se publicare vero in eclesia populo neque inter profetas completum numero neque inter apostolos in fine temporum potest arsinoi autem seu valentini vel mitiadis nihil in totum recipemus qui etiam novu psalmorum librum marcioni conscripse runt una cum basilide assianom catafry cum constitutorem ...

“... en éstos, sin embargo, él estaba presente, y así los anotó en el tercer libro del evangelio según Lucas. Después de la ascensión de Cristo, Lucas el médico, al cual Pablo había llevado consigo como experto jurídico, escribió en su propio nombre concordando con la opinión de [Pablo]. Sin embargo, él mismo nunca vio al Señor en la carne y, por lo tanto, según pudo seguir..., empezó a contarlo desde el nacimiento de Juan. El cuarto evangelio es de Juan, uno de los discípulos. Cuando sus compañeros discípulos y obispos le animaron, dijo Juan, "Ayunad junto conmigo durante tres días a partir de hoy, y, lo que nos fuera revelado, contémoslo el uno al otro". Aquella misma noche le fue revelado a Andrés, uno de los apóstoles, que Juan debería escribir todo en nombre propio, y que ellos deberían revisárselo. Por lo tanto, aunque se enseñan comienzos distintos para los varios libros del evangelio, no hay diferencia para la fe de los creyentes, ya que en cada uno de ellos todo ha sido declarado por un solo Espíritu, referente a su natividad, pasión, y resurrección, su asociación con sus discípulos, su doble advenimiento – el primero humilde y despreciado, el cual ya pasó; el segundo, en poder real, su vuelta. No es de extrañar, por lo tanto, que Juan presentara de forma tan constante los detalles por separado en sus cartas, diciendo de sí mismo: "Lo que hemos visto con nuestros ojos y oído con nuestros oídos y hemos tocado con nuestras manos, éstas cosas hemos escrito". Porque de esta manera pretende ser no sólo un espectador sino uno que escuchó, y también uno que escribía de forma ordenada los hechos maravillosos acerca de nuestro Señor. Los Hechos de todos los apóstoles han sido escritos en un libro. Dirigiéndose al excelentísimo Teófilo, Lucas incluye una por una las cosas que fueron hechas delante de sus propios ojos, lo que él muestra claramente al omitir la pasión de Pedro, y también la salida de Pablo de la ciudad hacia España. En cuanto a las cartas de Pablo, muestran a los que deseen entender desde qué lugar y con qué fin fueron escritas. En primer lugar a los Corintios prohibiendo el cisma y la herejía; luego a los Gálatas contra la circuncisión; a los Romanos escribió extensamente acerca del orden de las escrituras y también insistiendo que Cristo fuese el tema central de éstas. Nos es necesario dar un informe bien argumentado de todos éstos ya que el bendito apóstol Pablo mismo, siguiendo el orden de su predecesor Juan, pero sin nombrarle, escribe a siete iglesias en el siguiente orden: primero a los Corintios, segundo a los Efesios, en tercer lugar a los Filipenses, en cuarto lugar a los Colosenses, en quinto lugar a los Gálatas, en sexto lugar a los Tesalonicenses, y en séptimo lugar a los Romanos. Sin embargo, aunque repita a los Corintios y a los Tesalonicenses para su reprobación, se reconoce a una Iglesia difundida a través del mundo entero. Porque también Juan, aunque escribe a siete iglesias en el Apocalipsis, les habla a todas. Además, [Pablo escribe] una a Filemón, una a Tito, dos a Timoteo, en amor y afecto; pero han sido santificadas para el honor de la Iglesia católica en la regulación de la disciplina eclesiástica. Se dice que existe otra carta en nombre de Pablo a los Laodicenses, y otra a los Alejandrinos, falsificadas según la herejía de Marción, y muchas otras cosas que no pueden ser recibidas en la Iglesia católica, ya que no es apropiado que el veneno se mezcle con la miel. Pero la carta de Judas y las dos superscritas con el nombre de Juan han sido aceptadas en la católica. Sabiduría también, escrita por los amigos de Salomón en su honor. El Apocalipsis de Juan también recibimos, y el de Pedro, el cual algunos de los nuestros no permiten ser leído en la Iglesia. Pero el Pastor fue escrito por Hermas en la ciudad de Roma bastante recientemente, en nuestros propios días, cuando su hermano Pío ocupaba la silla del obispo en la Iglesia de la ciudad de Roma; por lo tanto sí puede ser leído, pero no puede ser dado a la gente en la Iglesia, ni entre los profetas, ya que su número es completo, ni entre los apóstoles al final de los tiempos. Pero no recibimos ninguno de los escritos de Arsinoe, Valentín o Mitíades en absoluto. También han compuesto un libro de salmos para Marción [éstos rechazamos] junto con Basílides [y] el fundador asiático de los Catafrigios.”

domingo, 15 de junio de 2008

Anotaciones y comentarios a los textos de Prisciliano III



Sobre el Tratado V o del Génesis

“Y “por medio de lo visible” (Rom. 1,20) muestra en nosotros los hechos “de las intelecciones espirituales” (ib.)

"Mostrando la obra del verbo con los hechos...
Todo lo visible es perecedero, y las tinieblas fueron iluminadas e ideada la creación con el fin de ofrecer al hombre que trabaja en la obra de Cristo, las divisiones contables de los tiempos y el habitáculo de los días y de no sobrepasar lo establecido por la voluntad divina el que quisiese guardar los mandamientos divinos con la prestación de nuestro ministerio. Pues sobre ellos está escrito: “vuestro padre, el diablo, fue embustero desde el principio” (Juan. 8,44) y es forzoso que la naturaleza que dio el principio de la mentira no puede guardar el camino de la verdad.
Por lo cual os exhorto y aconsejo que “quienes, bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo, despreciando las tinieblas del siglo, paséis honestamente como a la luz del día, etc.” (Col. 2,8; I Cor.3,19).



En el tratado V, Prisciliano hace una ligera crítica de ciertas creencias gnósticas y filosóficas; no se detiene mucho, simplemente las cita; las resumimos:

1. Rechaza que el mundo sea eterno e increado
2. Rechaza que el mundo sea malo y que haya sido creado por el diablo. Hace al hombre responsable del mal que este debe corregir en sí mismo.
3. No acepta que el sol y la luna sean dioses y que el poder de los elementos lo atribuyan a los principados del mundo, idea que luego acepta (“principados terrígenos” cita un poco más adelante, así como también ocurre, con matices, con el segundo punto.)

El tratado continúa con una exposición sobre la creación y más tarde con la situación del hombre con respecto a ella. A continuación una pequeña muestra:

“…tomando el hombre del hombre su hospitalidad corporal por intermedio de la naturaleza, naciese este carne de la carne, así, creados nosotros y siguiendo las normas de los mandatos divinos, venciese la carne purificada la obra del mundo y la naturaleza de la materia terrenal…Tuviese en sí el testimonio de la imagen y semejanza de Dios, e iluminado en el cuerpo “se convierta en templo del Señor” (I Cor. 3,6)”

La primera parte de esta cita parece querer decir que el hombre, de alguna forma, preexistía como ser incorpóreo, y en algún momento del proceso de creación, ese hombre incorpóreo se “incorporase”, es decir, adoptase una “vestidura” corporal-terrenal, es decir, carnal, "obra del mundo", la cual ha de ser vencida por una "nueva corporalidad", una realidad corporal, templo del espíritu, "nacida de Dios", (Juan 1) y llamada aquí "carne purificada" o "revestir a Cristo".
En algún momento hemos de tratar este punto más detenidamente y podremos mostrar las vinculaciones que tiene con el mundo griego y otras tradiciones.

El cuerpo, nacido de la naturaleza terrenal, ha de convertirse en templo del Espíritu, como dice Pablo. Esto no es entendido de manera simbólica, sino como un proceso de transformación y reconstrucción en siete días o en siete fases o momentos de un proceso; como un reflejo en lo pequeño del acto de creación en lo grande. Prisciliano comienza el tratado con la creación divina del mundo, luego prosigue con la creación divina del hombre espiritual en siete días, como si se tratase de una relación de semejanza entre macrocosmos y microcosmos.

“Y por ello, vosotros, dilectísimos míos, “purificad vuestras almas para la obediencia de la fe” (I Pedro 1,22) y” despojándoos del viejo hombre con todos sus actos y concupiscencias, vestíos del hombre nuevo” (Col. 3, 9-10). Entrando en la obra de las lecturas para la comprensión de las virtudes espirituales, preparad en vosotros el cielo y la tierra del Señor, para que disipada la oscuridad de la ignorancia, se exclame en vosotros: “hágase la luz” (Gen. 1,3) y, corregida la oscuridad del cuerpo corruptible y establecida en vosotros la luz del Espíritu Divino, seáis llamados “día del Señor”.

En verdad, aquel que, en las obras de Cristo, primero, llena el día con el cocimiento de sí mismo y, segundo, situado correctamente en su lugar, aprende así, el firmamento de todos los mandamientos, de forma tal que, fecundado por el Verbo del Señor, todo lo que había de estéril en él reciba la lluvia de la predicación divina, instruido en toda la gracia de la profesión católica, creciendo en gloria y obra de la semana perfecta, reformando en sí la Iglesia del Señor por la fe de Cristo, tal como está escrito: “la sabiduría edificó su casa y la asentó sobre siete columnas” (Prov. 9,1). En esta fe, también vosotros, como piedras vivas seréis edificados en casas espirituales, “ofreciéndoos como víctimas de sacrifico inmaculadas y agradables a Dios” (I Pedro 2,5) “renacidos, no de semilla corruptible, sino de semilla incorruptible, por el Verbo del Dios Vivo y permaneciendo en la eternidad” (I Pedro 1,23) para que, convertidos en sábado del Señor, despojados de todos los actos del mundo, no debáis nada al siglo, sino que descanséis en Dios.”


Renacimiento espiritual y transformación, reconstrucción del templo que es el hombre perfecto u hombre nuevo; sabiduría, comprensión espiritual y conocimiento de sí mismo; simbolismo del número siete en esta ocasión: siete días, siete columnas; inmortalidad y eternidad como consecuencia de la transformación y reformación de un cuerpo espiritual o templo de Dios, a partir de la sustancia espiritual, a partir de la actividad del “Verbo de Dios” o Logos, tal como dice el prólogo del evangelio de Juan:

“Más a cuantos le recibieron les dio poder de venir a ser hijos de Dios, que no de sangre, ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad de varón, sino de Dios, son nacidos”. (Juan 1,12,1

Para entender a Prisciliano es necesario hacer una lectura simbólica del contenido del evangelio y al mismo tiempo, es necesario hacer una interpretación literal de contenidos como el que acabamos de citar.

A pesar de hablar de profesión católica, el texto citado posee elementos que se acercan más a posiciones gnósticas que a la ortodoxia del siglo IV y, sin embargo, todos los contenidos del texto son perfectamente evangélicos, lo cual muestra, de momento, dos cosas:

1. Que es posible una lectura "gnóstica" del Nuevo Testamento.
2. Que hay en el catolicismo de Prisciliano una reforma del cristianismo de su tiempo hacia la tradición de los apóstoles, como han señalado algunos eruditos.

En este sentido cabe destacar la sorprendente la actitud de Agustín de Hipona, quien insulta apasionadamente a Prisciliano porque en la obra de este hay constantes referencias a la Biblia.

Saludos cordiales, Jesús Rodríguez.