sábado, 21 de junio de 2008

POIMÊN de HERMAS y POIMANDRÊS de HERMES



La obra conocida como “El Pastor” (Poimên) de Hermas data del siglo II, según el Fragmento Muratori “el Pastor fue escrito por Hermas en la ciudad de Roma bastante recientemente, en nuestros propios días, cuando su hermano Pío ocupaba la silla del obispo en la iglesia de la ciudad de Roma; por lo tanto sí puede ser leído, pero no puede ser dado a la gente en la iglesia, ni entre los profetas, ya que su número es completo, ni entre los apóstoles al final de los tiempos.” Se trata de una obra llena de revelaciones, muy apreciada por la Iglesia antigua, que aporta importantes contenidos de carácter moral, y sobre todo, algo que el Cristianismo debía aportar, o de lo contrario la aventura cristiana estaba condenada al fracaso: Imágenes del Más Allá.


El autor de "El Pastor" describe un extenso cuerpo de visiones, que introducían al Cristianismo en el grupo de las religiones mistéricas, el tipo de religiosidad que triunfaba en torno al siglo II. El Cristianismo aparece en un momento muy oportuno, los Oráculos del mundo antiguo estaban en decadencia, según nos cuenta Plutarco de Queronea sus Diálogos Píticos, los Dioses, que ahora se reconocen como seres inteligibles y trascendentes, hablan a los hombres a través de los “démones”, lo que genera un cierta desconfianza general, las prácticas mágicas, usuales en los templos, comienzan a verse como farsas, y la adoración de estatuas como una práctica más que dudosa (Clemente de Alejandría, Protréptico, IV), para el cada vez más intelectualizada cultura helenística.

Sin embargo, los Misterios estaban de moda, era el tipo de religiosidad más aceptada en el Imperio, junto a los cultos oficiales. El Misterio propone a los participantes una experiencia personal, llena de intensidad, un camino espiritual individual, donde el iniciado no sólo tenía una experiencia intensa, sino que además, recibía un conocimiento, que le permitía comprender lo experimentado. Apuleyo de Madaura, a propósito de los Misterios de Isis, nos cuenta, en el capítulo XI del Asno de oro: “Llegué a las fronteras de la muerte, pisé el umbral de Proserpina y a mi regreso crucé todos los elementos; en plena noche, vi el sol que brillaba en todo su esplendor; me acerqué a los dioses del infierno y del cielo; los contemplé cara a cara y los adoré de cerca.” Los Misterios enseñaban a los iniciados los caminos del más allá, los lugares del Hades, las vías celestiales que conducían más allá de las esferas planetarias, los distintos cielos y sus habitantes, todo ello era mostrado al iniciado, que se convertía en un makários, un bienaventurado. Este era el objeto de los Misterios de Orfeo, el héroe tracio que había descendido al Hades, o los populares Misterios de Eleusis, donde los iniciados se encontraban cara a cara con la mismísima Reina de los Infiernos, la terrible Persefone. O como lo que nos cuenta Apuleyo respecto de los Misterios de Isis, la versión helenizada de la religión egipcia, o de lo que había sobrevivido de los tiempos faraónicos. Los Misterios de Isis se extendieron por todo el Imperio e influyeron profundamente en toda la religiosidad de su época. Fueron un verdadero competidor del Cristianismo. Al igual que los cristianos, los egipcios no realizaban cultos sangrientos, la pureza de los iniciados era realmente apreciada, y sus enseñanzas tenían un gran valor filosófico. Este es el contexto en el que nosotros enmarcamos las revelaciones de Hermes Trismegistos, el autor, medio profeta medio filósofo, del Corpus Hermeticum, una colección de diálogos, de marcada influencia medio platónica, entre Hermes Trismegisto, el Noûs (Intelecto), al que se denomina Poimandres (poimên pastor y ándres hombres, el pastor de hombres), y también Asclepios, Tat, el rey Amón y la propia Isis. El Apocalipsis (la revelación) de Hermes es muy profundo, el propio Noûs, Padre y Demiurgo, nos describe las regiones celestiales por las que transitan las almas purificadas. Tras intensas purificaciones, inspiradas en las prácticas sacerdotales egipcias, Hermes, en el silencio de algún templo egipcio, mantiene un diálogo con Dios, quien le revela por medio de visiones todos los secretos del cosmos.

Esta completísima religión egipcia era difícil de superar, mientras que los cultos tradicionales greco-romanos estaban en clara decadencia, denunciada por los propios paganos, la religión egipcia se extendía por todo el Imperio, y se levantaban muchos Iseos (Templos consagrados a Isis), donde se celebraban cultos exóticos, que rememoraban los antiguos cultos clásicos. Mientras que el Cristianismo se apoyaba en el Judaísmo, algo extraño para los helenistas, la Religión Egipcia era más fácilmente asimilable para el común de los paganos. En los años sesenta del siglo II se escribe “El Pastor” (Poimên), su autor, Hermas, era el hermano del entonces obispo de la comunidad romana. Ya el título de la obra nos aproxima el primer diálogo del Corpus Hermeticum, el Poimandres de Hermes. Pero no es solamente en el título donde se advierte la influencia hermética, “El Pastor”, que es uno de los textos más extensos de los primeros siglos de literatura cristiana, cuenta con cinco revelaciones o visiones, doce mandamientos y diez parábolas. Se trata de un texto que presenta el Cristianismo como una verdadera religión mistérica, donde los mandamientos y purificaciones son más próximos a la espiritualidad judeohelenística, que propiamente griega.

El protagonista de “El Pastor” es el propio Hermas, como en los diálogos herméticos; pero en vez de un sacerdote egipcio, aquí tenemos a un pobre esclavo vendido en Roma, y convertido al cristianismo, con muy poca cultura, pues pide explicaciones para todo, y muy aficionado al ayuno, para provocarse revelaciones (visiones de más allá), “¿Por qué pides continuamente revelaciones en tu súplica? Ten cuidado: no sea que, pidiendo demasiado, hagas daño a tu cuerpo.” (P. Vis. III, 10, 7), la Anciana que se le aparece a Hermas en sus primeras revelaciones, le previene de que sus constantes ayunos con los que trata de conseguir nuevas revelaciones pueden producirle una enfermedad. La Anciana, que Hermas confunde con la Sibila, y que se le revela como la Iglesia, en primer lugar le pone a prueba sobre sus pecados e impurezas, le muestra una terrible bestia, y finalmente, una hermosa visión de una Torre sobre las aguas: “Mira, ¿no ves delante de ti una gran torre que se construye sobre las aguas con brillantes piedras cuadradas?” Al igual que en los Misterios Egipcios, Isis, aquí en la forma de una Anciana, que se revela como la Iglesia, por la cual fue construido el cosmos, le muestra los primeros misterios del Cosmos, pero en la forma de una Torre sobre las aguas, que más tarde volverá a tratar en la IX Parábola. La Torre es el gran Misterio que plantea el Cristianismo hermético, un lugar en el más allá, construido de piedras vivas, las piedras brillantes y cuadradas son aquellos que han acogido al Logos, al Cristo, y guardan sus mandamientos.

La Revelación quinta, guarda un estrecho paralelismo con los primeros versos del Poimandres, dice Hermes: “Estaba hasta tal punto un día sumido en profundas reflexiones en torno a los seres, que tenía mi pensamiento (dianoías) extraviada en las alturas y mis sentidos abotargados, como en la somnolencia que sobreviene tras una comida abundante o un esfuerzo físico intenso. Y en ese estado, parecióme que se presentaba ante mí un ser enorme, tanto que no alcanzaba a adivinar sus límites, y que, llamándome por mi nombre, me decía: ¿Qué es lo que deseas ver o escuchar? ¿Qué quieres conocer para llegar a saber y comprender? - ¿Pero quién eres tú?, respondí. – Yo soy Poimandres, el Noûs authentías. Conozco lo que buscas y vengo en tu ayuda en todas partes. – Deseo, dije, ser instruido sobre los seres, comprender su naturaleza y llegar a conocer a Dios. ¡Cuánto deseo escuchar! – Pues retén en tu mente cuanto desees saber y yo te instruiré. No había acabado de decir esto, cuando cambió de apariencia. La visión, de súbito, se había abierto ante mí y contemple un espectáculo indefinible…

La quinta visión, llamada Apocalipsis, Hermas nos cuenta: “Cuando estaba en oración en mi casa y sentado en la cama, entró un hombre con aspecto glorioso, con figura de pastor (poimenikô), envuelto en una piel blanca de cabra, con un zurrón al hombro y un bastón en la mano. Me saludó, y yo le correspondí. Al punto se sentó junto a mí y me dice: “He sido enviado por el Ángel Santísimo para que viva contigo los restantes días de tu vida”. Yo pensé que era enviado para tentarme y le digo: “Pero ¿quién eres tú? Porque yo sé – le digo – a quién fue entregado.” Me dice: “¿No me reconoces?” Contesto: “No”. “Yo soy el Pastor (poimên) a quien fuiste entregado.” Mientras estaba todavía hablando su figura se cambió, y reconocí que era aquél a quien fui entregado. Al punto quedé confundido; el miedo se apoderó de mí y me derrumbé por la tristeza de haberle respondido tan mala e insensatamente. Me dijo: “No te turbes, sino fortalécete en los mandamientos que te voy a ordenar, pues he sido enviado – dice – para mostrarte de nuevo todo lo que viste anteriormente, los puntos principales que son de utilidad para vosotros. Ante todo, escribe mis mandamientos y parábolas.” Se trata de doce mandamientos y diez parábolas, en las que se describe una verdadera iniciación judeocristiana: el primer mandamiento se refiere a la fe, el temor y la continencia, después sigue con la veracidad, castidad, paciencia, los dos caminos de la justicia y la injusticia, el temor de Dios, el camino del bien, evitar la duda y la tristeza, los verdaderos y falsos profetas y, por último, los buenos y malos deseos.

Es sorprendente la similitud de la experiencia de Hermes con la de Hermas, ambos tienen una visión de un ser que se transfigura, en el primer caso se identifica con el Noûs soberano o authentías, mientras que en el segundo caso, se trata del Ángel de la Metanoía (ho ággelos tês metanoías), es decir, la penitencia como meta-noía (cambio de pensamiento); por tanto, en ambos casos es el Noûs, el pensamiento divino el que se revela a ambos profetas, relacionados con la divinidad griega Hermes, intermediario entre el Cielo y la Tierra, el mensajero (ággelos) de los dioses. Sin embargo, la revelación hermética es gnóstica, es conocimiento sobre el más allá y los caminos del alma, mientras que la revelación cristiana del Pastor, es del orden moral, aunque también le revela por medio de parábolas los lugares y los seres del más allá, le vuelve a mostrar la Torre sobre las aguas, así como la actividad de diversos ángeles, que en realidad son las potencias (dynamis) de las que hablaba Filón de Alejandría, entre las que se encontraba el propio Lógos, al que los cristianos identificaban con el Cristo; Hermas, al igual que Filón, da al Logos el rango de ángel, por lo que la cristología de “El Pastor”. “Enfrentarse a la cristología y pnematología de Hermas resulta espinoso pues algunos de sus textos desconciertan, especialmente si uno se acerca a ellos con categorías teológicas posteriores. Extrañeza causa también el hecho de que a lo largo de toda la obra no aparezca nunca términos como Jesús o Cristo. En cambio, son frecuentes las designaciones de “Señor” e “Hijo de Dios”, así como el uso de arcaicas designaciones angeológicas, procedentes de ambientes judeocristianos, para referirse al Hijo de Dios: Ángel Santísimo, Ángel Santo, Ángel Glorioso, Ángel del Señor, Miguel” (Introducción a “El Pastor” de Juan José Ayán Calvo, Editorial Ciudad Nueva, Madrid, 1995), lo que en la cita se llama ambiente judeocristiano, nosotros puntualizaríamos que se trata más bien de una influencia de la teología de Filón de Alejandría, y su Logos angélico.

Juan Almirall

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