sábado, 27 de diciembre de 2008

LA PROPUESTA ILUMINISTA DE LA ROSACRUZ

La Rosacruz es el símbolo del iluminismo espiritual cristiano por excelencia. Sus raíces se encuentran en el Renacimiento, pero además, tendió un puente hacia la Modernidad. Pues, la Rosacruz del siglo XVII, tiene una profunda admiración por la filosofía natural y las ciencias, las ciencias renacentistas que tenían por objetivo elevar el alma humana hacia Dios, por medio de la Creación. Se trata de las matemáticas, la astrología, la alquimia, la medicina paracelsiana, la cábala, ciencias intuitivas que fueron difundidas por los grandes pensadores del Renacimiento: Marsilio Ficino, Pico della Mirandola, Giordano Bruno, John Dee o Paracelso, entre otros muchos. Estas son las ciencias que los Rosacruces, a las puertas de la Modernidad, trataron de reunir en su Fraternidad. Sin embargo, una nueva ciencia y forma de pensar se abría paso en aquellos días, una forma de pensar que pronto se impondría, y que era acérrima enemiga del pensamiento mágico del Renacimiento: el racionalismo cartesiano y su antagónica secuela, el empirismo británico, dos sistemas que unificados darán la Ilustración moderna, enemiga declarada de toda forma de Iluminismo. Sin embargo, el espíritu iluminista no se perdió, en los siglos que siguieron experimentó una serie de transformaciones y adaptaciones, que le permitieron continuar siendo la verdadera alternativa espiritual al cientifismo ilustrado.

La Rosacruz surge en el Sur de Alemania, en torno al año 1614, fecha en la que se publica la Fama Fraternitatis R.C. de la muy elogiable Orden Rosacruz, dirigida a todos los sabios ilustrados y gobernantes de Europa, publicada en Kassel por el impresor Wilhelm Wessel, con la autorización del Landgrave de Kassel-Hesse. Le siguieron al año siguiente una breve Confessio de XIV capítulos de la misma Orden, editada de la misma forma. Y un relato mágico-alquímico, titulado: “Chymische Hochzeit: Christiani Rosencreuz, anno 1459”, las Bodas Alquímicas de Cristián Rosacruz, publicado en Estrasburgo, año 1616. La publicación de estos tres “Manifiestos Rosacruces” de la misteriosa Orden Rosacruz, produjeron una verdadera revolución cultural en su época, años convulsos, previos a una de las guerras más sangrientas que asoló la Europa de la época, la Guerra de los Treinta Años, que comenzó en el año 1618, en Bohemia, y que pronto se extendió por todos aquellos ducados que habían mostrado un particular interés por los Manifiestos Rosacruces. Se trataba de ducados, especialmente el Palatinado del Rhin, donde la Reforma y las tesis progresistas habían calado con mayor fuerza. El Palatinado del Rhin, Kassel-Hesse o Württemberg estaban gobernados por verdaderos príncipes renacentistas, que habían abrazado la Reforma Protestante, y que pusieron en jaque a la Casa Imperial de los Habsburgo.

Hasta cuatrocientas respuestas de partidarios y detractores se publicaron en los años que siguieron a la aparición de los Manifiestos, lo que sin duda, en aquel contexto histórico, fue una importantísima revolución cultural. Ningún ilustrado de Europa fue ajeno a la llamada de la Fraternidad Rosacruz. ¿Pero cuál fue la razón del interés por los Manifiestos? Lo que se proponían los autores de la Fama no era otra cosa que promover una Reforma General de las ciencias y las artes, combatir “el orgullo y la presunción de los ilustrados”, invitando a todos los sabios de Europa a unirse y escribir un librum naturae, un compendio de todas las ciencias y las artes, dando la espalda definitivamente al aristotelismo y galenismo imperantes en los focos medievales de la cultura, las Universidades regentadas por los escolásticos. Esta Reforma General fue el objetivo del legendario protagonista de la Fama y las Bodas Alquímicas: Cristián Rosacruz, un noble alemán que en su viaje a Tierra Santa, viajó por Arabia, conoció Damasco, Fez y Damkar, donde pudo observar que los sabios árabes, habían formado una comunidad para compartir y acrecentar sus conocimientos sobre la Naturaleza y sobre Dios. Resuelto a hacer lo mismo, el joven C.R.C. regresa a Europa por España, donde se encuentra el rechazo de los ilustrados europeos. Decepcionado por la respuesta de Occidente, C.R.C. regresó a Centro Europa, donde reunió a un grupo de discípulos en la Morada Sancti Spiritus, donde vivió con sus hermanos. La recién fundad Orden Rosacruz adoptó la siguiente regla: 1º los Rosacruces tendrán por oficio el de curar a los enfermos de forma gratuita; 2º sus vestimentas no deberán destacar y se adaptarán a las costumbres del país; 3º una vez al año deben comparecer en la Morada Sancti Spiritus; 4º la palabra R.C. será su sello, su contraseña y su ser más interior; 5º la Fraternidad deberá permanecer oculta durante 100 años.

Los autores de los Manifiestos eran un grupo de estudiantes de teología de la Universidad de Tübingen, Württemberg, que formaban un círculo en torno a un místico alemán llamado Tobias Hess. Del Círculo de Tübingen destacaba el joven Johan Valentin Andreae, descendiente de Jacob Andreae, teólogo luterano que alcanzó la fórmula de la concordia sobre el canon luterano. El joven Andreae se embarcó en la aventura Rosacruz, sin embargo, con los años, durante la Guerra, llegó a ser el Predicador de la Corte de Württemberg, y preguntado por aquella historia de los Rosacruces, negó toda filiación a una sociedad tal, sin embargo, mantuvo su afinidad con una verdadera fraternidad cristiana, que desde debajo de la cruz exhala un perfume de rosas.

Probablemente, Andreae se quería desligar de las aventuras que ya en su tiempo siguieron a los Manifiestos, con la proliferación de escritos, noticias, hechos, que nada tenían que ver con el espíritu del Círculo de Tübingen. Y lo cierto, es que la Fraternidad R.C. no dejó de fascinar a Europa, una Europa que se hundía en el universo de la razón ilustrada, por lo que el símbolo de la Rosacruz no dejó de inspirar a diferentes sociedades, órdenes, e impulsos que buscaban una alternativa a la razón científica. En el siglo XVIII vemos resurgir el símbolo Rosacruz entre la Fraternidad de los Francmasones, entre los grados más elevados de la Masonería Escocesa; más tarde, en el siglo XIX, autores románticos como Goethe dejarán rastros en sus obras, o las sociedades ocultistas románticas, que en el París del Simbolismo, rescataron el símbolo Rosacruz de diferentes maneras, y ya a principios del siglo XX, la Sociedad Teosófica, sobre todo de la mano del Dr. Rudolf Steiner, promovió un resurgimiento del rosacrucianismo moderno.

Saludos,

Juan Almirall




1 comentario:

Andrei_Sidrack_999 dijo...

Brillante interpretación y acotación histórica, muchas gracias :) Que tengas un hermoso 2014!