domingo, 19 de abril de 2009

SOFIA, LA HERMANA DIVINA DEL LOGOS

El emperador Justiniano mandó construir una imponente catedral en Constantinopla, en el año 532, que fue finalizada cinco años más tarde. Cuando el Augusto la vio, dijo: “Salomón, te he superado”. La basílica más grande y hermosa de la Cristiandad estaba dedicada a Santa Sofía, Hagia Sophia. Para la Iglesia latina Sophia, la Sabiduría, no merece ningún templo, y menos la basílica más grande e importante, no así, para la Iglesia Oriental. ¿Cuál es la razón por la que el templo más grande e importante, en la capital del Imperio Bizantino, se levanta en honor y para rendir culto a la Sabiduría, un personaje totalmente ajeno a la Iglesia latina? El Cristianismo oriental todavía rinde culto a Santa Sophia, y para ellos se trata de un personaje tan importante como el Logos, el Cristo, el Hijo de Dios Padre. El origen de esta tradición se encuentra en Filón de Alejandría, el sabio y filósofo judío, fundador de la teología alegórica, que más tarde incorporaron al Cristianismo, Orígenes y sus Escuelas, la de Alejandría y la de Cesarea.

Santa Sofía es el Espíritu Santo, la naturaleza femenina de la Santísima Trinidad. Dios Padre, el Noûs o Intelecto, eterno e insondable, se desdobla en dos: Sophia y el Logos. La primera, permanece como pura naturaleza divina, como la expresión inteligible y pensamiento de Dios, el Padre; el Logos, es su Hijo, el Demiurgo, el creador y ordenador del cosmos, pues Él es la Palabra, la manifestación y revelación del Pensamiento de Dios. En Sophia la Verdad divina permanece inmanifestada, y toma la forma de la Gracia directa del Padre, se trata de un pneuma divino, cuyo contacto directo, es contacto con el mismo fuego de Dios, tal como se expresan sus pensamientos. El hombre no puede recibir el fuego divino directamente, si no se ha purificado, si no se ha bautizado (sumergido) en el agua de la purificación, y después ha seguido el camino y las enseñanzas que son reveladas por el Logos. Solo entonces, después de haber sido purificado gracias al Hijo, el puro puede recibir el fuego del Espíritu. El Espíritu Santo, Sophia, unge y nos hace verdaderos cristianos, verdaderos ungidos.

Filón de Alejandría hereda toda la tradición veterotestamentaria sobre la Sabiduría, de los Libros Sapienciales tan importantes para el Judaísmo de la época helenística, en la que muchos de ellos fueron escritos. Sophia es considera, por tanto, una de las potencias de Dios, del primer principio, la mónada o el Noûs, que es anterior al Logos: “Moisés llama Edén a la Sabiduría del Ser. El Logos desciende, como de una fuente, de esta Sabiduría a la manera de un río…” (Sobre los sueños, II, 242). En Filón Sophia es preeminente al Logos, que desciende de ella.

Orígenes recoge la distinción entre Sabiduría y Logos, pero a diferencia de Filón, los identifica completamente, como dos aspectos de la naturaleza del Hijo, el Hijo es la Sabiduría misma de Dios, que estaba con Dios desde el principio, y también es el Logos, por el cual toda cosa fue creada. Sin embargo, en el “Tratado sobre los Principios”, no encontramos bien resuelta la tercera hipóstasis de la Trinidad divina, habla del Espíritu Santo siempre por referencias a los textos, que testimonian de su existencia, y de su importancia. Orígenes se decanta por el Hijo, a la hora de expresar la importancia de éste, del Hijo recibimos la Sabiduría, del Espíritu Santo, el hombre se hace santo y espiritual.

Del Antiguo Testamento y sus Libros Sapienciales procedía la Sophia, y del Evangelio de Juan, influido por la filosofía estoica, el Logos que se vuelve inmanente, y que gobierna el mundo. De la filosofía platónica y el gnosticismo estos principios encuentran su origen trascendente, como eones o ideas, habitantes del Pleroma (la plenitud), que es el universo trascendente de los gnósticos, donde se encuentra el primer principio, la mónada hermafrodita y del que surgen los eones. De la aplicación de la filosofía platónico-pitagórica a estos conceptos judeocristianos, resulta la teología gnóstica, que intenta resolver el problema del Uno y lo múltiple (la Díada platónica), pero en el propio cielo pleromático: Abismo, es el primer padre origen de todo, de él surgen otros dos principios: Pensamiento y Silencio, los tres grandes, que engendran, sin pasión, a Intelecto y Verdad, que engendran a su vez a una Tétrada: Logos y Vida, y Hombre y Ekklesia, de estos últimos proceden doce nuevos eones, seis masculinos y seis femeninos, de los cuales, el último, femenino, es Sophia. Por tanto, para el gnosticismo Sophia es posterior al Logos, y además es la causante del mal, pues ella quiso conocer al Padre antes de tiempo, y de su deseo surgió la materia, esta materia es expulsada del Pleroma, y delimitada. Allí es donde irá a caer Sophia, el Alma del Mundo, que vendrá a ser redimida y devuelta al Pleroma, gracias a nueve cantos de arrepentimiento. La Cruz simbolizará el límite entre el Pleroma, la plenitud divina, y el mundo formado a partir de la materia de deseo. Dos Sophias quedarán separadas por la Cruz-Límite: Sophia, la pareja celeste del Cristo, que se une a él en la Cámara Nupcial que se encuentra en el centro de la Cruz, y Sophia Prounico, madre de los vivos y la Jerusalén Celeste, también llamada Ogdóada (es decir el Cosmos de las Esferas Celestes) y Espíritu Santo, que tiene por pareja a Jesús.

El Maniqueísmo hereda la teología mítica de los gnósticos, pero con una versión propia, dualista en cuanto a principios, donde Sophia es la pareja del Hombre Primordial, emanaciones ambas de la Luz, cuya misión es la de entablar combate contra las Tinieblas, por medio del auto sacrificio, a fin de producir la mezcla, que debe terminar con la redención de éstas. El Hombre Primordial aparece acompañado de la Madre de la Vida, ambas hipóstasis del Dios Padre de la Grandeza, estos dos principios se despliegan en una tétrada, formando así la Péntada del Pleroma maniqueo: Noûs y la Madre de la Vida, que constituyen el elemento Luz, Paternidad y Ennoia, que constituyen el elemento Viento, Luz y Reflexión que son Agua, Fuerza e Intención Arie, y Sophia y Logos, que forman el elemento pneumático, el Aire. Así en la cosmovisión maniquea, el Espíritu tiene la forma de estad dos hipóstasis: Sophia y Logos.

La Sophia pagana estaba relacionada con Pronoia, la Providencia divina, que es la acción del Noûs, como motor de las esferas celestiales, en particular la octava esfera de las estrellas fijas, frente a la heimarméne o destino, que regían los siete planetas, y que decidían la suerte de todo lo corporal y las pasiones anímicas. En definitiva, todo ello está ligado al eje celeste, el “axis mundi”, que es el que permite el movimiento traslacional de las esferas, un eje que sustenta todo el engranaje, al igual que la columna vertebral del ser humano. Este es el aspecto femenino de la divinidad, que en las tradiciones orientales es denominado Kundalini. Y este carácter de eje central, une a Sophia con la Jerusalén Celeste, que desciende de los cielos por su eje, y se asienta en las antípodas del Purgatorio, y por tanto, es el Espíritu Santo misterioso, la morada que el Cristo ha preparado a sus fieles, y que es la Novia celestial.

El mito de Logos y Sophia, que tiene fuerza, sobre todo, en las Iglesias Gnósticas y Maniqueas, así como en la Iglesia Oriental ortodoxa, también se plasma, en las Iglesias más esotéricas, en la relación de Jesús con María Magdalena, que aparece como la discípula más próxima y receptora de la Sabiduría secreta del Logos, en el Evangelio de María. Aparece igualmente como amante de Jesús, en el Evangelio de Felipe, y como la discípula favorita junto a Juan, en la Pistis Sophia. En Lucas 8: 2 aparece María Magdalena: “y algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, la llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios (daimónia)”, si se piensa que siete son las esferas planetarias y siete sus arcontes o rectores, y estos constituyen la Heimarméne, Magdalena puede ser perfectamente una mujer curada del Destino, del condicionamiento astral, de las pasiones del alma, es decir, una alma purificada, que luego es capaz de escuchar y comprender las doctrinas del Logos, tal como la presenta el Evangelio de María, o el mismo Evangelio de Lucas 10: 39. En cualquier caso, María aparece como una personificación de la Sophia espiritual, al igual que aquella Helena, compañera de Simón el Mago, que había sido rescatada de los prostíbulos, y regenerada en el Pensamiento divino, o la divina Sophia. Se trata del mito gnóstico de la caída del eón Sophia en la materia, y como los arcontes y seres malignos abusan de ella, y la mantienen prisionera en la materia o el caos. Sophia es también el Alma del Cosmos, igualmente, unida a la materia, pero conservando su divinidad, y en definitiva expresa la tragedia de todas las almas particulares, atadas por violencia a la materia. Justino en su Apología I, 64, habla del primer pensamiento divino, o el Espíritu divino que se movía sobre las aguas, al que los gentiles, dice Justino, llamaron Proserpina (es decir, la diosa infernal Perséfone), hija de Júpiter – Zeus, o como sabiduría es llamada Minerva, o Atenea, la diosa nacida de la cabeza de Zeus, sin coito. En cualquier forma, Atenea era representada por serpientes, como el modelo oriental de Kundalini, y Perséfone o Coré, que a veces aparece identificada como Atenea Coré, era la diosa iniciadora, la que permitía al alma escapar del mundo de las sombras y dirigirse a la morada de los bienaventurados. Por tanto, aquí Sophia o la divinidad femenina tiene un papel incuestionable como iniciadora en los Misterios soteriológicos.

En definitiva, estamos ante el misterio de la divinidad femenina, al que el primer Cristianismo, y todavía hoy, el Cristianismo oriental, no es del todo ajeno, pues honra a dicho principio como Sophia, en la forma hipostática del Espíritu Santo. No es extraño pues, que la Iglesia Ortodoxa considerase herética la doctrina de la Filioque, que adoptó la Iglesia Latina, y que consistía en que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Para la Iglesia Oriental, que ve a Sophia, el Espíritu divino, como el gran misterio no revelado, el aspecto femenino que otorga la curación y espiritualiza la forma, procede del Padre, únicamente, es algo así como la pareja del Logos, el que enseña el camino hacia el Padre. Es la Mónada divina andrógina, que se desdobla y revela por medio del Logos y Sophia, el Hijo y el Espíritu Santo, lo masculino y lo femenino, sin que haya una preeminencia de uno sobre la otra. Así el misterio de la Eucaristía tiene los dos elementos, la acción del Logos se produce por la palabra, la enseñanza, del “Prefacio”, y la acción del Espíritu Santo por la “Epíclesis” o consagración, que consiste en una invocación del Espíritu Santo. Es la acción de ambos lo que permite siempre la manifestación de lo divino, la acción del Logos y Sophia, que están igualmente valorados en las Iglesias Orientales, donde el misterio se conserva con toda su carga mágica y mística, en rituales arcanos, con el griego como lengua santa de transmisión, tanto de la enseñanza, como del Espíritu.

Juan Almirall

LA DOCTRINA CÁTARA


Pocos escritos históricos hay que describan de manera tan clara y precisa el catarismo como un texto de Las Partidas de Alfonso X el Sabio. Dice así:

“E si por aventura no se quisieren quitar de su porfía, devenlos judgar por herejes e darlos después a los jueces seglares e ellos devenles dar pena en esta manera: que si fuere el hereje predicador, a quien dicen consolador, devenlo quemar en fuego de manera que muera.”

Pues, efectivamente, si hoy tuviéramos que describir en dos palabras en qué se caracterizaban los cátaros diríamos que eran “predicadores y consoladores”.

Por ello, en mi breve intervención de esta tarde, quisiera explicar sobre todo en qué consistía esta predicación y consolación que tanto temieron los poderes políticos y religiosos, y contra la que lucharon tan encarnizadamente.

Pero, antes, me gustaría precisar que ha sido tanta la literatura de todo tipo que se ha vertido sobre el catarismo (historicista, filosófica, literaria, nacionalista, esotérica, etc.), que es muy difícil avanzar por este entramado, profundamente dogmatizado. Para resolver este problema sólo hay un camino: el retorno a las fuentes originales. Sólo en ellas podremos encontrar el hilo conductor de esta corriente de pensamiento y, así, liberarnos de la multitud de prejuicios con que nos encontramos al profundizar en las doctrinas cátaras.



El catarismo es, fundamentalmente, como han señalado los modernos estudios de Duvernoy y Brenon a partir de las fuentes originales, un movimiento de raíces cristianas que intenta recuperar la verdadera esencia del cristianismo original, en el seno de un mundo donde la práctica religiosa está muy corrompida por una jerarquía ávida de poder y con poca vocación espiritual.

La carta que Evervin, preboste de la abadía de Steinfeld, manda a Bernardo de Claraval en el año 1143 es clara al respecto:

Ésta es su herejía: Dicen de sí mismos que son la Iglesia, porque sólo ellos siguen al Cristo; y que siguen siendo los verdaderos discípulos de la vida apostólica, porque no buscan el mundo y no poseen ni casa, ni campos, ni ningún dinero...
De sí mismos dicen: ...llevamos una vida santa y muy estricta, de ayuno y abstinencias, pasando día y noche orando y trabajando, sólo buscando sacar de este trabajo lo que es necesario para la vida... Nosotros y nuestros padres, siguiendo la línea de los apóstoles, hemos permanecido en la gracia del Cristo y permaneceremos hasta el fin de los siglos.

Es en esta línea de tradición apostólica como aparece y se explica, en el seno de la comunidad cátara, la institución del consolamentum.

De los cinco textos originales conservados y atribuidos sin lugar a dudas a comunidades cátaras, dos de ellos son una trascripción de este ritual (en occitano y en latín) y un tercero (el Manuscrito de Dublín) forma parte del sermón que se leía durante su impartición. Ello nos indica la gran importancia que tenía este sacramento para el catarismo (en realidad: su único sacramento reconocido).

El consolamentum, para los cátaros, no era otra cosa que el bautismo espiritual instituido por Cristo. Siguiendo la tradición de Pentecostés, los cátaros consideraban que los apóstoles habían recibido la fuerza del Espíritu Santo con este bautismo, así como el poder de otorgarlo a quienes ellos considerasen dignos de su iglesia.

Así se describe en el ritual occitano:

“Vais a recibir el bautismo espiritual, por el cual es otorgado el Espíritu Santo en la Iglesia de Dios, con la santa oración, con la imposición de manos de los “buenos hombres”. Este santo bautismo, por el cual es otorgado el Espíritu Santo, ha sido guardado por la Iglesia de Dios desde los apóstoles hasta ahora, y ha llegado de “buenos hombres” en “buenos hombres”, y lo hará hasta el fin del mundo.”

Este bautismo por imposición de manos, llamado consolación siguiendo las palabras evangélicas de Juan “Yo os enviaré un Consolador...”, es el hecho más distintivo del catarismo y a su comprensión debemos dedicar una atención especial. Pero para ello debemos profundizar primero en su filosofía llamada “pretendidamente” dualista.

El perfecto cátaro consideraba que Dios Padre era el Supremo Bien y el Sumo Hacedor de la creación. Ello llevó muy pronto su reflexión a la búsqueda de una explicación que permitiese comprender la existencia del mal en el mundo, al igual que ocurriera en las comunidades gnósticas de los primeros siglos. Pues, en efecto, si Dios es el Supremo Bien hacedor de todas las cosas, ¿cómo podemos explicar la existencia del mal en el mundo?

Para el gnóstico, al igual que para el “buen cristiano” medieval, esta búsqueda abocó en la concepción de un demiurgo, un “dios extraño”, ajeno al verdadero Dios, como creador de este mundo, en el que el bien y el mal se encuentran estrechamente unidos.

Es importante resaltar que esta concepción no nace de una creencia dogmática en dos principios, sino que es el resultado final de un esfuerzo por racionalizar y comprender la existencia humana. Fue la constatación del mal en el mundo lo que permitió la construcción mítica y filosófica de la caída humana como explicación de la realidad.

Existen diversos mitos cátaros que explican esta caída, y hoy sería demasiado prolijo analizarlos con alguna profundidad. Quiero destacar, sin embargo, lo siguiente:

Cuando las almas humanas cayeron, según la concepción cátara, fueron atrapadas en “túnicas de carne” que el “dios extraño” hizo para que olvidasen su gloria perdida, su verdadera esencia divina, su espíritu, que permanecía intacto, firme, en el Reino Divino.

«El demonio dijo: “Estos espíritus piden al Padre santo que les perdone porque recuerdan la gloria que han perdido. Yo les daré túnicas, y cuando se hayan revestido con ellas, ya no recordarán más su gloria perdida.” Entonces, el enemigo de Dios, Satán, hizo cuerpos de hombres, en los cuales encerró a esos espíritus, para que ya no recordasen más la gloria del Padre santo.»

El único problema de la humanidad era el olvido. Por eso, la doctrina cátara estaba orientada a ayudar al hombre a recordar su origen divino, es decir, a aportar lo que ellos definían como la “entendensa del Bé”, “la comprensión del Bien”.

Quien recordaba este origen era un creyente, pero sólo se convertía en un verdadero cristiano si salía de su prisión material por medio de “la endura”. La endura era un proceso de purificación, una muerte espiritual del ego humano por su renuncia al mundo y su desapego a los placeres y las posesiones materiales.

Este proceso culminaba con la recepción del Espíritu Santo por medio del “consolamentum”.

Y, ahora, presten atención a cómo veían los cátaros el consolamentum, según un escrito de refutación católico:

En la imposición de manos, el alma ―que hizo caso al diablo y fue engañada por él― recibe por su conducta a su propio espíritu, que ella ha dejado en el cielo. Éste es el espíritu al que llaman el Espíritu Santo, o firme, puesto que ha permanecido firme en el momento de ese engaño, y puesto que él no puede, en esta vida presente, ser engañado por el diablo mientras guarde y gobierne al alma”.

Podemos constatar esta misma doctrina en las explicaciones que Guillermo Belibaste da sobre el matrimonio a uno de sus creyentes:

“El verdadero matrimonio no es el carnal entre el hombre y la mujer, sino el matrimonio espiritual entre el alma y el espíritu, es decir, cuando el alma, que permanece siempre en el hombre, y el espíritu, que va y viene, son buenos y se unen entre ellos, de manera que el alma quiere lo que quiere el espíritu, y el espíritu lo que quiere el alma, y así se unen en el Bien. Éste es el matrimonio que Dios ha instituido.”

Podemos entender, pues, el consolamentum como la culminación de todo un proceso de iniciación, al modo en que se realizaba en los primitivos movimientos gnósticos. En este proceso, el ser humano “de carne y sangre”, que habita en este mundo caído, se reúne de nuevo con “su propio ser espiritual”, que ha permanecido firme en el cielo. Y todo ello por medio de una “conducta pura” del alma, la endura, que permite la “efusión” de ese espíritu.

Éste fue el mensaje de salvación propugnado por los cátaros y, como tal mensaje evangélico, esta buena nueva fue difundida por todas partes. Los crestians ―pues así se llamaron a sí mismos, nunca utilizaron el nombre de cátaro― se sintieron verdaderos mensajeros de la palabra divina y predicaron con gran fuerza en ciudades y aldeas, castillos y chozas, iglesias y mercados. Tan admirable era su vida que el pueblo les conocía como los “bons hommes”, los “buenos hombres”, y desde todos los estamentos sociales (incluso los eclesiásticos) se les reconocía su santidad.

Fue esta bondad, su extraordinario comportamiento de vida, la que llevó a miles de personas, en toda Europa, a creer y confiar en ellos. Y fue esta impresionante aceptación la que provocó la reacción tan violenta y brutal de los poderes establecidos.

Así lo relataba Pedro Autier, uno de los últimos grandes perfectos cátaros, maestro de Guillermo Belibaste:

“Te voy a decir la razón por la cual se nos llama herejes: es porque el mundo nos odia, y no es extraño que el mundo nos odie, pues él ha odiado también a nuestro señor, al cual ha perseguido, como a los apóstoles. Nosotros somos odiados y perseguidos a causa de su ley, que guardamos firmemente. Porque hay dos Iglesias; una, huye y perdona; la otra, domina y destroza.“

“Huye y perdona”. El catarismo nunca ejerció la violencia en este mundo. Ellos no sentían un rechazo vital del mundo, sino una profunda compasión por el ser humano que se mantenía prisionero en él, ignorante de su verdadera patria. Por ello, conscientes de que no todos podían recordar de dónde venían, de que no todos eran lo suficientemente fuertes para recorrer el camino de regreso, se esforzaron siempre por acompañar al hombre de su tiempo con una actitud positiva, dinámica y activa en su vida y en sus acciones.

Para terminar, quisiera leerles un fragmento del consolament occitano, en donde se refleja claramente el mensaje profundamente cristiano del catarismo:

“Si queréis recibir este poder y esta fuerza, hace falta que observéis todos los mandamientos de Cristo y del Nuevo Testamento, conforme a vuestras posibilidades.

Y sabed que él ha mandado no cometer adulterio; no matar ni mentir; no hacer ningún juramento; no tomar ni robar; no hacer a los demás lo que no queremos que hagan con nosotros; perdonar a quien nos hace daño; amar a nuestros enemigos; rezar por nuestros calumniadores y por nuestros acusadores y bendecirles; poner la otra mejilla si nos agreden; dejar la capa si nos quitan la túnica; no juzgar ni condenar; y muchos otros mandamientos ordenador por el Señor a su Iglesia.

Estimado público:

Ésta fue la religión de aquellos “herejes predicadores, a quienes dicen consoladores”.

La vida de tales hombres y mujeres, sencillos y humildes, fue tan firme y ejemplar, sus huellas quedaron tan profundamente marcadas en la sociedad de su tiempo que, a pesar de todo el esfuerzo que se hizo por destruirles, por prohibir completamente sus enseñanzas, su búsqueda y su mensaje permaneció presente en las conciencias humanas y, sin duda, hoy encuentra de nuevo un eco en el corazón de los hombres.

Así podemos entender el sentido de la profecía y leyenda que sobre ellos se escribió: “Después de setecientos años, el laurel volverá a reverdecer”.

Eduard Berga Salomó
Centre d'Estudis Catars
C/Sant Joan de Malta, 219
Barcelona


sábado, 18 de abril de 2009

LOS PRINCIPALES TEXTOS SOBRE EL GRIAL: 1180 - 1250

Ofrecemos a continuación una sucinta relación de las principales fuentes medievales sobre el Santo Grial, a partir del Cuento del Grial de Chrétien de Troyes, relato inconcluso, que dió pie a toda suerte de fantasías, sobre este mito cristiano, conocido a partir del año 1180.


Chrétien de Troyes, "Perceval. Le Conte du Graal" 1180 - 1190.

Primera continuación del Cuento del Grial, 1190 - 1200.
Segunda continuación, con Prólogo de las Elucidaciones, y con Prólogo de Bliocadran, escritos en torno a 1.200 - 1210.
Tercera continuación, de Manessier, en torno a 1.210 - 1.220.
Cuarta continuación, Gebert de Montreuil, 1.226 - 1.230.

Obras de Robert de Boron (1.200 - 1.210), el primer autor que habla del Santo Grial: "Romance de la historia del Grial", "José de Arimatea", "Merlín" y "Perceval".

Ciclo de la Vulgata: "Lanzarote" (episodios del Grial) 1.210 - 1.220; "La Búsqueda del Santo Grial" 1.220 - 1.230; "La Historia del Santo Grial" 1.230 - 1.240; "Romance del Grial" 1.240 - 1.250.

Wolfram von Eschenbach, "Parzival" 1.210 - 1.220.

Heinrich von dem Türlin, "La Corona" 1.230 - 1.240

Romance francés: "El Alto Libro del Grial" (Perlesvaus) 1.200 - 1.210.

EL GRIAL Y EL REY LEPROSO

“Y vi un cielo nuevo y una nueva tierra, pues el cielo primero la tierra primera habían desaparecido, y el mar no existe ya más. Y la ciudad santa, la nueva Jerusalén, vi que descendía del cielo, desde Dios, habiendo sido ataviada como una novia, adornada para su esposo. Y oí una voz grande del trono que decía: he aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y morará con ellos, y ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos, y enjugará toda lágrima de sus ojos, y la muerte ya no existirá, ni habrá ya duelo, ni gritos, ni dolor, porque lo de antes desapareció… Y llegó uno de los siete ángeles que llevaban aquellas siete urnas repletas con las siete plagas, y habló conmigo: Ven, te mostraré la prometida, la esposa del Cordero. Y en éxtasis me llevó a un monte grande y alto, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, desde Dios, con todo el esplendor de Dios. Su brillo se parecía al de un diamante preciosísimo, como de una piedra de jaspe cristalino…” Ap. 21, 1-4 y 9-11. Esta profecía tiene una gran relación con Isaías 62, donde Jerusalén, la hija de Sión, es desposada con su constructor, Yavheh, “… y tú serás llamada: la buscada”.

El Cristianismo medieval adopta formas claramente escatológicas, sobre todo en torno al año 1.000, es una religión bajo el signo del Apocalipsis, el reino de los mil años toca a su fin, la bestia ha de ser soltada de nuevo, y con ella las plagas y la destrucción de toda la impiedad humana. Pasado el año 1.000 la tensión escatológica no se suavizará, sino que a partir de entonces se vivirá en un tiempo regalado por la gracia de Dios, un tiempo que en cualquier momento puede terminar. Los cristianos deben ganarse el favor divino, y el peregrinaje a los Santos Lugares, se volverá una necesidad en los tiempos del final. Entre los destinos favoritos para la Cristiandad encontraremos Jerusalén, la buscada. Que además, y según las creencias cosmológicas de la época, se encontraba atravesada por el “axis mundi”, el eje del cielo y de la tierra por el que se movían las esferas celestes. Bajo el Monte Calvario se estaban las puertas del Infierno, y en sus antípodas, la Montaña del Purgatorio. Así la Cristiandad había adaptado las ideas cosmológicas de la antigüedad, de manera que Jerusalén se encontraba en el justo eje, que conducía a las Estrellas circumpolares, la entrada en el Cielo Cristalino, de donde había descendido la ciudad santa, de la mano de Dios, y anunciada por los ángeles. Allí había llegado el Hijo de Dios, allí había sido Rey de la Tierra, y por tanto, la monarquía eterna, del Rey del Mundo, debía de restablecerse en Jerusalén.
El 27 de noviembre de 1095, en el Concilio de Clermont de Auvernia, el papa Urbano II lanza, como un ángel del Señor, la siguiente llamada: “Bienamados hermanos, impelido por las exigencias de este tiempo, yo, Urbano, que llevo con el permiso de Dios la tiara pontificia, pontífice de toda la tierra, he venido aquí hacia vosotros, servidores de Dios, en calidad de mensajero para desvelaros la orden divina…” se trata de echar una mano a los hermanos de Oriente, el Islam ha llegado hasta el Brazo de San Jorge (el Bósforo) y amenaza al Imperio Bizantino, ha llegado la hora de prestar batalla y ganar para Dios, la nueva Jerusalén. Así comienza la Primera Cruzada, que tuvo dos versiones, la de los pobres que se levantaron en armas y perecieron todos en el Bósforo, y la de los Barones francos, que llegaron hasta Jerusalén, formando los estados latinos de Oriente: los Condados de Edesa y Trípoli, el Principado de Antioquia, y el Reino de Jerusalén.
La Corona de Jerusalén se convirtió en el símbolo de la Monarquía Universal. Pero su historia tuvo distintos protagonistas, desde Balduino I de Bolonia, que fue coronado por el Patriarca Latino de Jerusalén en Belén, en el año 1.100, ligando así la Corona al Cristo; pasando por la famosa Orden del Templo o de los Pobres Caballeros de Cristo, que se fundó en Jerusalén, en 1118, formada por Hugo de Payens y otros ocho caballeros francos, y a los que el Rey ofreció los recintos del antiguo Templo de Salomón; y terminando con Balduino IV de Jerusalén (1174-1185), el Rey leproso, un personaje con una carga dramática enorme, héroe de Tierra Santa, pues contuvo todos los intentos de Saladino contra los estados latinos, a la par que su enfermedad lo iba deformando e imposibilitando, Balduino terminó sus días en una camilla, con los pies y las manos carcomidos por la lepra, y prácticamente ciego.

Balduino IV era primo del Conde Felipe de Flandes (1143-1191), el mecenas y protector de Chretien de Troyes (1135-1190). Felipe viajó a Tierra Santa, e intentó ayudar a su primo Balduino, que preocupado por su enfermedad buscaba un regente para el Reino, hasta que su sobrino Balduino V fuera capaz de portar la corona. Sin duda, Chretien escuchó las gestas de la Cruzada, que en su momento tenían como máximo héroe y protagonista a Balduino, el Rey leproso. El Rey tenía una hermana Sibila, que aseguraba la continuidad del Trono de Jerusalén, y que Felipe de Flandes intentó casar con uno de sus vasallos, pero finalmente se casó con otro barón franco, Guido de Lusignan, que asumió la regencia, se proclamaría Rey de Jerusalén, y que caería derrotado por las tropas de Saladino.

El Cristianismo carecía de una mitología militar como la pagana, los relatos y novelas cristianas, tenían como protagonistas a santos y estoicos filósofos y profetas, los Hechos Apócrifos relatan en tono novelesco las aventuras de algunos apóstoles, o el Pastor de Hermas, tienen siempre protagonistas muy en la línea de la nueva heroicidad helenística, más relacionada con la virtud y la filosofía, que con los relatos míticos de los héroes fundadores de las grandes ciudades griegas y romanas, tal como se narraban en las colecciones de cuentos mitológicos, como “Las Metamorfosis” de Ovidio, autor que fue traducido por Chretien. Este tenía en mente la idea de crear una colección de cuentos y relatos heroicos, donde se narrasen las gestas de militares y hombres de armas, como aquel Hércules, Teseo o Eneas de los relatos antiguos, llenos de magia por la presencia constante de los dioses. En las Cruzadas de Tierra Santa, Chretien pudo encontrar inspiración, para sus nuevas gestas de caballeros cristianos, que tenían que verse envueltos en episodios fantásticos, llenos igualmente de magia, como en el cuento inconcluso del Grial, que dio pie a gran cantidad de relatos posteriores, intentando dar respuesta al enigma que se le plantea a Percival, y que su creador no pudo desvelar.

Chretien tenía en las historias de la Cruzada de su tiempo, todos los ingredientes para construir el cuento inacabado del Grial: un castillo maravilloso, que aparece y desaparece, similar a la Jerusalén celestial de la que habla el Apocalipsis, que desciene de los cielos brillando como un Grial; un Rey enfermo, incapacitado, que es desplazado en camilla, como el Rey Pescador del relato del Grial, y que además tiene una hermana, guardiana de la Corona de Jerusalén. En dicho castillo reside una comunidad de Caballeros, que luego Wolfran von Eschenbach (1170-1220) no dudará en identificar con la Orden del Templo. Un castillo que se encuentra en las antípodas de la Montaña del Purgatorio, y sobre las mismas puertas del Infierno. Balduino, nuestro Rey Anfortas, salía al frente de sus tropas con un fragmento de la Vera Cruz, dispuesto a mostrar la magia y el poder divinos; un hombre de admirable valor, que padeció lo indecible, siempre bajo la amenaza de Saladino, de estoica y admirable virtud, tenía sin duda un gran héroe de las Cruzadas, que podía jugar muy bien, el misterioso papel del Rey Pescador, figura central del relato del Grial.

Por tanto, ya tenemos a todos los personajes del relato, ahora tal vez estemos en disposición de responder la pregunta que el autor no pudo responder, dejando el cuento inconcluso: ¿A quién sirve el Grial?

Juan Almirall

lunes, 6 de abril de 2009

GNOSIS O DOGMA

GNOSIS significa "conocimiento" en griego, la verdadera lengua original del CRISTIANISMO. DOGMA, sin embargo, significa "decreto", supone una verdad, supuestamente, revelada, que nos impone una fe ciega. Se convierte en un precepto inmutable, es decir, un precepto que debe permanecer igual, sin cambios, a lo largo de los siglos.
A los pocos años de aparecer el CRISTIANISMO apareció la GNOSIS, pues la nueva revelación, EVANGELIOS, era una llamada universal a todos los hombres, una llamada proferida en la lengua de la ECUMENE, la lengua de los GRIEGOS. Y decir "GRIEGO" era decir FILOSOFÍA, era evocar a los AEDOS, al gran HOMERO, a ALEJANDRO MAGNO y a la gran ATENAS. GRECIA suponía el ESPÍRITU CLÁSICO Y UNIVERSAL, frente a las religiones y culturas locales. GRECIA era el origen de la GNOSIS, el camino hacia la SOPHIA y el LOGOS. El Evangelio de Juan está lleno de GNOSIS, las Epístolas de Pablo ordenan las comunidades ekklesiales (asamblearias) con la GNOSIS del ESPÍRITU SANTO DEL CRISTO, el PARAKLITO, el verdadero camino hacia el PADRE.
El DOGMA comienza con los CONCILIOS y SÍNODOS de OBISPOS, de una IGLESIA que quiere afirmar su poder sobre las almas. Y el DOGMA será su perdición, pues cuando el ESPÍRITU HUMANO se vuelve LIBRE, abandona todo DOGMA, pues la VERDAD nunca ha sido revelada, es el CAMINO lo que nos revela el CRISTO. El DOGMA mata, la GNOSIS vivifica. El CRISTIANISMO es fruto de la FILOSOFÍA, de la CIENCIA y de las LETRAS CLÁSICAS y HELENÍSTICAS, por eso, el CRISTIANISMO está lleno de GNOSIS. El DOGMA y la TEOLOGÍA DOGMÁTICA sólo han dado problemas, y seguirán dándolos, lo mejor que pueden hacer los teólogos cristianos es evitar que los lean, pues la TEOLOGÍA enferma al ALMA, mientras que la GNOSIS le aporta LUZ y CURACIÓN. El ESPÍRITU reparte por igual todos sus dones sobre todos los miembros de la ASAMBLEA. Y unos se vuelven maestros, otros profetas, otros hablan lenguas, otros las interpretan, otros curan y otros hacen milagros, estos son los verdaderos signos del ESPÍRITU SANTO, de la GNOSIS, de la verdadera IGLESIA DEL PARAKLITO. Este es el verdadero MISTERIO del ESPÍRITU DEL CRISTO. El DOGMA mata, la GNOSIS vivifica.
Desde el CORAZÓN, manantial inagotable de la GNOSIS, kalê antámôsê.
Juan Almirall

domingo, 5 de abril de 2009

¿DÓNDE ESTÁ EL REINO DE LOS CIELOS?


Hoy en día, todo el mundo piensa que el Universo es infinito, lleno de galaxias formadas de estrellas y agujeros negros, nuestro sistema solar es sólo un grupo de planetas sólidos y gaseosos que orbitan en torno a una estrella más de nuestra galaxia. Si esto es así, ¿dónde queda el Reino de los Cielos del que todavía hablan los cristianos? Que existe un Reino de los Cielos es incuestionable para el cristiano, pues es un dogma de la fe, que se recoge en los mismos Evangelios: en Juan 3, 13, responde Jesús a Nicodemo: "...nadie ha subido al cielo (ouranon) sino el que desde el cielo descendió, el Hijo del Hombre." Y más adelante, Jesús da a enteder que él es el camino hacia el Padre, que está en el cielo. Así que el Reino de los Cielos tiene que encontrarse en algún planeta o galaxia, o tal vez más allá de algún agujero negro. Las almas invisibles de nuestros queridos difuntos habrán hecho algún viaje espacial, esperemos que en la dirección correcta, asistidas por algún ángel espacial. Es evidente que este supuesto dogma de fe es muy cuestionable, y que lo único que lo salva es, que la totalidad de los creyentes en el mismo, mira hacia otro lado y no se cuestiona de dónde viene dicho dogma, y cómo casa con los modernos desarrollos científicos. Nosotros nos vamos a ocupar, como historiadores, de la primera cuestión, ¿de dónde viene el dogma?Lo que nos traerá algo de luz sobre el tema, y esperamos con ello que, al menos, se cuestione este importante dogma de la fe, que no tiene ningún sentido, o que no lo debería tener, para una persona del siglo XXI. .


El último autor que trata la cuestión de forma amplia, recogiendo el pensar popular sobre el viaje del alma por el más allá, es Dante en su “Divina Comedia”. Según el poeta el alma de los difuntos tenía tres destinos: el Infierno, con sus nueve círculos; el Purgatorio, con sus siete niveles; o el Cielo, con sus nueve esferas. Las almas que se habían purificado en la montaña del Purgatorio, podían ascender hacia la primera Esfera de la Luna, donde estaban los Ángeles, luego, la Esfera de Mercurio, donde se encontraban los Arcángeles; en la Esfera de Venus los Principados; en la del Sol las Potestades; en Marte las Virtudes; en Júpiter las Dominaciones; en Saturno los Tronos; y en la Esfera de las Estrellas Fijas los Querubines; después todavía había otra esfera, el Cielo Cristalino o Primum Movile, donde se encontraban los Serafines; y por fin el Empíreo, donde Dante ve la Rosa Mística, formada por las almas de los bienaventurados, que pueden contemplar a Dios. Las almas se iban quedando en el lugar que les correspondía según los vicios y virtudes que han ido acumulando en vida. Esta es la última versión que los teólogos cristianos nos han dejado sobre el supuesto Reino de los Cielos. Sin embargo, no casa en absoluto con las modernas teorías sobre el cosmos, hoy a nadie se le ocurre que en la Luna puedan haber ángeles o que en Marte vayamos a encontrarnos ningún otro ser angelical.

El primer teólogo cristiano que nos habla de este viaje cósmico del alma es Orígenes, que nos cuenta en su “Tratado sobre los Principios” que las almas iban a un lugar en la tierra llamado “paraíso” donde recibían instrucción, de allí las almas que tenían un corazón limpio, una mente pura y la inteligencia despierta, progresaban por la región del aire, hasta llegar al Reino de los Cielos, pasando por cada una de las así llamadas por los griegos, esferas celestes, siguiendo al Hijo de Dios, que atravesó todas ellas. “después de haber recorrido todo esto que contiene la razón de ser de las estrellas y en los lugares celestes, llegarán (las almas intelectualizadas) también a aquello que no se ve (2Cor. 4, 18)", es decir, al mundo inteligible, donde se encuentran los que “comienzan a ver a Dios, es decir, a comprenderle con un corazón limpio (Mt. 5, 8)”. ¿De dónde sacó el alejandrino esta somera descripción del viaje de las almas por el más allá, que Dante adornó y completó con descripciones tan precisas, pues nada de esto se infiere directamente de las Escrituras? Como no podía se de otra manera, de la Filosofía y de las Religiones Paganas.

Mucho tiempo antes de que existiese el Cristianismo, e incluso con anterioridad al desarrollo literario de la Biblia Hebrea, producido, sobre todo, en época helenística, los filósofos ya se fijaban en el comos, intentando dar una explicación a los fenómenos celestes, pues pensaban, al igual que los egipcios, que el alma recorría, de alguna manera, los lugares celestes. Al final del diálogo “República”, Platón explica las visiones del Más Allá que tiene Er, un guerrero que muere y vuelve a la vida. En dicho mito, Platón describe como las almas ascienden hacia el Cielo, formado por Esferas hasta la Bóveda Celeste, sujetas todas por un eje, el Axis Mundi, en torno al cual giran las ocho esferas, siete planetarias y la octava Esfera de las Estrellas Fijas. Aristóteles completará esta idea hablando de los motores inmóviles que mueven las esferas celestiales, estos motores son intelectos, lo que Dante identifica con los nueve rangos de la Jerarquía angélica, que es otra interpolación de la filosofía pagana, concretamente de los nueve rangos de dioses inteligibles e intelectivos del filósofo Proclo de Licia.

Pero la versión más clara del viaje del alma por el más allá, según la versión pagana, procede del Hermetismo. En el diálogo “Poimandres” encontramos la siguiente descripción de dicho viaje del alma por el cosmos: “cuando muere el cuerpo material, lo entregas a la alteración: la figura que tienes se vuelve invisible y confías al demonio tu inerte morada. Por su parte, las facultades sensoriales del cuerpo, retornan a sus fuentes, convirtiéndose en partes y restaurándose de nuevo para sus actividades. Mientras que la ira y el deseo se alejan hacia la naturaleza irracional. Y así, lo restante, se eleva hacia las alturas, pasando a través de la armadura de las esferas: En el primer cinturón (la Esfera de la Luna) abandona la actividad de aumentar y disminuir. En el segundo (la Esfera de Mercurio), la maquinación de maldades, ineficaz engaño. En el tercero (la Esfera de Venus), el ya inactivo fraude del deseo. En el cuarto (la Esfera del Sol), la manifestación del ansia de poder, desprovista ya de ambición. En el quinto (la Esfera de Marte), la audacia impía y la temeridad desvergonzada. En el sexto (la Esfera de Júpiter), los sórdidos recursos de adquisición de riquezas, ya inútiles. En el séptimo cinturón (la Esfera de Saturno), en fin, la mentira que tiende trampas. Llega entonces a la naturaleza ogdoádica (la Esfera de las Estrellas Fijas), desnudado de los efectos de la armadura, y por tanto sólo con su potencia propia. Y, con todos los seres, canta himnos al padre y todos se regocijan con su venida.”

Esperamos haber podido demostrar que el Cristianismo necesita urgentemente una revisión de sus dogmas cosmológicos, y una adaptación de los mismos a las modernas concepciones sobre el universo, pues dicho dogma se basa en ideas geocentristas y mitológicas de los primeros filósofos, que no tienen cabida en la mente del hombre de hoy.

Juan Almirall

sábado, 4 de abril de 2009

¿Un dios de la Filosofía y un Dios de la Religión?

Curioseando en los blogs que se dedican a análogos menesteres, nos topamos con uno en el que se preguntaban: "¿porqué el dios (con minúscula) de la Filosofía no puede ser el Dios (con mayúscula) de la Religión?" En nuestra humilde opinión, esto es una simplificación un tanto tendenciosa. Nosotros formularíamos la pregunta de manera diferente: "¿Qué diferencias hay entre el dios de la Filosofía y el Dios de la Religión?" Así nos parece algo más interesante. Las primeras versiones de la Torah nos presentaban al Dios del Génesis, realmente, demasiado personalizado, paseando por los jardines del Paraíso y hablando con Adán y los Patriarcas de Israel, de forma muy similar a como nos describía Homero las relaciones de Ulises con Atenea. Sin embargo, en el Templo de Jerusalén no había una imagen del Dios de las Escrituras, no había estatuas como en los Templos paganos. Ahora bien, el servicio religioso en el Templo era prácticamente idéntico al servicio religioso que se realizaba en cualquier Templo pagano, se sacrificaban animales, se perfumaban con incienso los recintos sagrado, se hacían donativos, etc. Por tanto, el Dios del pueblo judío básicamente no se diferenciaba de los restantes dioses, más que en su exclusividad, es decir, era el único Dios que tenían los judíos, y además carencia de estatua. Así comenzó la cosa.


Luego vinieron los filósofos, y fueron los primeros que hablaron de dioses metafísicos, que en realidad eran de naturaleza intelectual. Para Pitágoras los dioses son Números, para Parménides es el Ser, para Platón son las Ideas, para Aristóteles el Intelecto que se piensa a sí mismo, para Plotino el Uno. Todos estos dioses filosóficos son trascendentes, trascienden la visión de dios que tenían las religiones, incluida el Judaismo. Ahora bien, los judíos fueron más listos, y cuando la Torah fue traducida al griego (en torno al siglo III en Alejandría), introdujeron ciertos cambios, que daban a su Dios cierta trascendencia, pero aquí empezaron los líos. Pues la traducción griega de la Biblia se llenó de contradicciones, un Dios que, por un lado, pasea por el Paraíso, pero que luego era el Ser, y de él emana la Sabiduría. Las adaptaciones a la nueva espiritualidad de los filósofos produjeron muchas dificultades. Y en medio de estas dificultades apareció Pablo de Tarso, con su Mesias, que conduce al Padre y que deja a las Iglesias (comunidades) su Espíritu, en fin, para liarla más.

El Dios Padre de los Evangelios parece coincidir con el Dios del Antiguo Testamento, lo que permitía a los Cristianos dar caché a su nueva divinidad, de la que se mofaban los paganos, que ya habían reelaborado sus doctrinas religiosas: los maestros platónicos y neoplatónicos, reinventaron la religión pagana, la dotaron de trascendencia, de dioses de todos los órdenes y planos sutiles, anímicos e intelectuales, realmente crearon una religión muy sofisticada, con un Dios archi trascendente, el Uno, fue la Religión más perfecta que ha tenido Occidente. Esta religión era tan sofisticada y perfecta, tanto desde el punto de vista de la fe como de la razón, que los teólogos cristianos no pudieron resistirse, y copiaron como locos infinidad de ideas. Y mientras unos copiaban, otros intentaban ridiculizar y desacreditar a los paganos y sus confusas y sofisticadas creencias. Pero no fue, sino, hasta que Constantino convierte al Cristianismo en la Religión oficial del Imperio, que se comenzaron a decir verdaderas barbaridades, como la cosubstancialdiad de las hipóstasis de la Trinidad, que demostraba la falta de experiencia religiosa, por un lado, y la pobreza intelectual de los teólogos cristianos, por otro. De la copia se pasó a la persecución, aunque no dejaron de prestar atención a los últimos grandes teólogos paganos, como Proclo de Licia, Damascio o Simplicio. Hasta que los cristianos católicos se quedaron solos, en el Imperio ya no habían otras religiones ni más opositores, bueno, salvo algunos los heterodoxos cristianos que iban saliendo a cada paso que se daba en dirección hacia el dogma.

Con esta breve explicación queremos mostrar que realmente los que inventaron la teología fueron los filósofos, Aristóteles para ser más precisos. Quienes definieron a Dios como Intelecto Puro y Simple, como Unidad, como Ser, como Bien, fueron los filósofos. El dios del Antiguo Testamento era un dios mitológico. Quienes describieron el cosmos y todos los órdenes de seres y potencias angelicales fueron los filósofos paganos, luego los cristianos les copiaron. De hecho el verdadero fundador del Cristianismo, fue Pablo de Tarso, que vertió en sus cartas las doctrinas de la Escuela de los Fariseos, una Escuela muy próxima al Estoicismo, con una visión más universal, pero propia de la cultura helenística. De manera que podemos concluir que el Dios trascendente de las religiones occidentales, tanto del Judaísmo, como del Cristianismo, como del Islam, es un préstamo de la Filosofía, que es su verdadera creadora.

Juan Almirall

CRISTIANISMO Y REENCARNACIÓN

Platón aceptó las doctrinas pitagóricas sobre la metempsicosis, o más correctamente, sobre la palingenesia (regeneración o generación de nuevo), en el diálogo Fedón, Sócrates nos dice: “si acaso existen en el Hades las almas de las personas que han muerto o si no. Pues hay un antiguo relato del que nos hemos acordado, que dice que llegan allí desde aquí, y que de nuevo regresan y que nacen de los difuntos.” De hecho pitagóricos y platónicos mantenían ideas sobre la reencarnación del alma, que se encuentra prisionera en el cuerpo. En Homero y en general en todo el mundo clásico, no encontramos rastro de tales doctrinas. Para Aristóteles el alma es la forma del cuerpo, y es tan mortal como éste, lo único que es inmortal es el noûs (el intelecto), pero el intelecto en acto, es decir, aquel que se ha actualizado. Estas son las principales doctrinas sobre el alma y el intelecto que se incorporan a la teología cristiana. Justino, que vivió en la primera mitad del siglo II, fue uno de los principales apologistas cristianos, en su obra “Diálogo con Trifón”, muestra un gran interés por la filosofía, sobre todo de Platón y Pitágoras sobre el alma. Allí parece aceptar las doctrinas platónicas de la preexistencia de las almas. Sin embargo, Tertuliano, otro gran escritor cristiano de la segunda mitad del siglo II, en su obra “Acerca del alma” niega tales doctrinas, dedica un extenso capítulo a refutarlas, y las considera “mentiras temerarias” del sofista de Samos. En los primeros siglos del Cristianismo no existía una doctrina concreta y uniforme sobre el alma, más bien, los distintos escritores apologistas cristianos tomaron prestadas las distintas doctrinas procedentes de los grandes filósofos griegos, salvo Tertuliano y algún otro teólogo, que se empecinaron en negar la validez de la filosofía para los verdaderos cristianos.


El Cristianismo más helenizado y culto vino de la mano de las Escuelas Gnósticas de Marción, Valentín y Basílides. Los así llamados gnósticos incorporaron sin reparos las doctrinas pitagóricas y platónicas, e incluso les dieron su propia versión. El mito gnóstico incluye las Ideas platónicas en la forma de hipóstasis de los Eones, que habitan en el Pleroma, el mundo de las Ideas, de donde Sofía cae y engendra al Demiurgo, creador de un mundo corrompido, poblado de seres malignos, que intentan evitar que el espíritu humano regrese a su origen. De allí procede la centella divina, que sólo se encuentra en los hombres pneumáticos o espirituales, la que es incorruptible e inmortal, y que despertada y purificada, tras los cantos de arrepentimiento, puede elevarse por encima de las esferas del cosmos, hasta su morada en el Pleroma, el lugar del Tesoro de la Luz. Los mitos gnósticos serán duramente criticados por los teólogos eclesiásticos: Tertuliano, Irineo, Hipólito, Clemente y Orígenes, estos dos últimos autores, intentarán escribir una gnosis en el marco de la ortodoxia de la gran Iglesia.

En Orígenes el Cristianismo ortodoxo encuentra al primer gran sistemetizador de sus doctrinas. Gracias al método alegórico que había conocido en Alejandría, probablemente de los judíos continuadores de la labor alegórica de Filón, al cual sigue en muchos sentidos. En su gran obra “Tratado sobre los principios”, Orígenes nos explica que el alma humana en realidad es intelecto (noûs) de fuego que se ha enfriado, y por ese enfriamiento tiene que encarnarse en un cuerpo, donde debe aprender a inflamarse de nuevo en Dios, para ascender hacia el mundo divino, que se encuentra más allá de las esferas del cosmos. Orígenes fue influenciado por Numenio de Apamea, un autor platónico y pitagórico, que consideraba a Dios, el primer principio, como intelecto (noûs). Siguiendo a Numenio y a Filón, Orígenes define a Dios, el Padre y primera hipóstasis de la Trinidad cristiana, como “una naturaleza inteligible simplicísima” es decir una mónada y un intelecto (noûs) puro y fuente, que crea por pura bondad a un número limitado de seres a su imagen y semejanza, esto es, un determinado número de intelectos, y eso es lo que realmente somos. Por ello en Orígenes el noûs preexiste y es inmortal, siendo éste el que toma un cuerpo cuando se enfría, quedándose aprisionado en el mismo. Las doctrinas sobre la inmortalidad del alma humana de Orígenes se aproximan bastante a las doctrinas gnósticas.

La mayoría de los grandes escritores y teólogos cristianos de la antigüedad fueron origenistas, y la Escuela Catequética de Alejandría, siguió bastante a Orígenes, al igual que la Escuela Catequética de Cesarea, donde el alejandrino había dejado una importante influencia. Así Eusebio de Nicomedia y Eusebio de Cesarea fueron origenistas, que defendieron la causa arriana, que también traía causa de algunas de la tesis de Orígenes, en particular la idea subordinacionista del Logos al Padre, es decir, que el Logos, Cristo, era de alguna manera un ser subordinado al Padre, una criatura del Padre, aunque preeminente. Esta idea extraída de Orígenes la encontramos en Filón de Alejandría, pero en éste último, tiene su fundamento en la idea judía de la unidad divina, el Logos para Filón y para algunos cristianos es un potencia del Dios único, o incluso un arcángel. Los padres capadocios como Basilio y Gregorio Nacianceno también fueron origenistas. Y de éste último, fue discípulo Evagrio Póntico, un autor que abrazó la vida monástica en Nitria (Egipto), donde tomó contacto con grupos selectos de monjes origenistas. Evagrio escribió una obra titulada “Capítulos Gnósticos” donde defiende la preexistencia del alma. El Patriarca Teófilo de Alejandría será el primer perseguidor de los monjes origenistas a principios del siglo V, además de un gran perseguidor del paganismo. De los primeros años de este siglo datan las primeras persecuciones de los monjes origenistas que huyeron hacia Palestina y Constantinopla, donde fueron protegidos por el entonces Patriarca de Constantinopla Juan Crisóstomo. Así dará comienzo la primera gran disputa entre el Patriarcado de Alejandría y el de Constantinopla, que hizo caer a Nestorio, y perseguir a los padres antioquenos, Juan Crisóstomo y Teodoro de Mopsuestia.

La Escuela de Alejandría a pesar de haber abominado contra Orígenes, mantenía una teología cristológica basada en la concepción platónica del alma triple: racional, irascible y concupiscible, que gobierna al cuerpo. En Cristo el alma racional es substituida por el Logos. Esta es la teología que irán matizando los alejandrinos. Por su parte, la Escuela de Antioquia asume una visión del alma más aristotélica, donde el alma es la forma del cuerpo, y por tanto, hay una unión sustancial del cuerpo y del alma, así en Cristo hay un verdadero hombre (cuerpo y alma) que acoge al Logos, que se une por conjunción (sináfeia), sin mezcla de naturalezas. De estas dos concepciones del alma surgirán las dos grandes herejías del siglo V, que en realidad, representan dos posturas extremas de ambas concepciones, el Nestorianismo, que niega que la Virgen María sea theotocos, es decir, madre de Dios, pues entiende que sólo es madre del hombre que albergó al Cristo, tendencia aristotélica de la Escuela de Antioquia. Mientras que la otra tendencia extrema, aparecida unos años más tarde, fue el Monofisismo, que mantenía que en Cristo sólo se daba un única naturaleza divina, que absorbe a la humana, lo que supone un cierto docetismo, pues la naturaleza humana se vuelve meramente aparente, ya que en Cristo sólo hay una naturaleza: la divina.

La gran Iglesia, ahora Iglesia Imperial, se encuentra sumida en estas disputas, y por la participación de los emperadores bizantinos, que buscaban infructuosamente la unidad doctrinal de la Iglesia y del Imperio, estas disputas se convirtieron en cuestiones políticas. En el Concilio de Calcedonia (451) el Emperador Teodosio II apoya a la ortodoxia, que mantiene la unión sustancial de dos naturalezas la divina y la humana, mientras que la Emperatriz Pulqueria apoya a los monofisistas: el Imperio se encuentra dividido. Constantinopla y Roma apoyan la fe calcedoniana, y Alejandría, Antioquía y Jerusalén han caído en manos de patriarcas monofisistas. En plena discusión sobre la naturaleza del alma en Cristo, estalla un rebrote en Palestina de disputas entre monasterios, por la causa del origenismo. En una comunidad de monjes próxima a Jerusalén, en el monasterio de la Nueva Laura, un grupo de eruditos, aficionados a la lectura de Orígenes y Evagrio, defienden la preexistencia de las almas, la metempsicosis y la restauración final, por lo que son expulsados del convento. Difundirán sus doctrinas por todas las comunidades monásticas de Palestina, con el apoyo de algunos teólogos de Constantinopla. Estos monjes origenistas fueron conocidos con el nombre de isocristes (todos los seres racionales, como los llama Orígenes, serán iguales, incluso Cristo, tras la apocatástasis). El emperador Justiniano, en el año 543, lanza la primera condena a las doctrinas heréticas de Orígenes y Evagrio. En el Liber adversus Orígenes, del emperador Justiniano, publicados en el Sínodo de Endemousa, bajo el Patriarca Menas, confirmada su firma por el Papa de Roma Vigilio:

Can. 1. Si alguno dice o siente que las almas de los hombres preexisten, como que antes fueron inteligentes y santas potencias; que se hartaron de la divina contemplación y se volvieron en peor y que por ello se enfriaron en el amor de Dios, de donde les viene el nombre de frías, y que por castigo fueron arrojadas a los cuerpos, sea anatema.

Can. 2. Si alguno dice o siente que el alma del Señor preexistía y que se unió con el Verbo Dios antes de encarnarse y nacer de la Virgen, sea anatema.

Can. 3. Si alguno dice o siente que primero fué formado el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo en el seno de la Santa Virgen y que después se le unió Dios Verbo y el alma que preexistía, sea anatema.

Can. 4. Si alguno dice o siente que el Verbo de Dios fue hecho semejante a todos los órdenes o jerarquías celestes, convertido para los querubines en querubín y para los serafines en serafín, y, en una palabra, hecho semejante a todas las potestades celestes, sea anatema.

Can. 5. Si alguno dice o siente que en la resurrección de los cuerpos de los hombres resucitarán en forma esférica y no confiesa que resucitaremos rectos, sea anatema.

Can. 6. Si alguno dice que el cielo y el sol y la luna y las estrellas y las aguas que están encima de los cielos están animados y que son una especie de potencias racionales, sea anatema.

Can. 7. Si alguno dice o siente que Cristo Señor ha de ser crucificado en el siglo venidero por la salvación de los demonios, como lo fue por la de los hombres, sea anatema.

Can. 8. Si alguno dice o siente que el poder de Dios es limitado y que sólo obró en la creación cuanto pudo abarcar, sea anatema.

Can. 9. Si alguno dice o siente que el castigo de los demonios o de los hombres impíos es temporal y que en algún momento tendrá fin, o que se dará la reintegración de los demonios o de los hombres impíos, sea anatema.

Estos anatemismos fueron ratificados unos años después en el II Concilio de Constantinopla, quinto concilio ecuménico, celebrado en el año 553, bajo el imperio de Justiniano, donde se centra en la condena a los “Tres Capítulos”, las obras de los tres grandes autores del Nestorianismo: Teodoro de Mopsuestia, Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa. Con la anatemización de las doctrinas de estos tres autores, Justiniano pretendía conseguir la reconciliación con los monofisitas. Estas son las principales cuestiones tratadas en el Concilio de Constantinopla, sin embargo, se incluyen quince anatemismos más, dirigidos expresamente contra “ciertos monjes de Jerusalén”, se trataba de los origenistas isocristes, cuya cabeza era un tal Teodoro de Asquidas. En estos nuevos quince anatemas, incluye los diez anteriores del “Liver adversus Origenes”, pero ahora se presta mayor atención a unos aspectos cristológicos que no habían aparecido antes: Cristo es uno más de todos los seres racionales que forman la unidad primitiva; se distingue de los demás porque solo él permaneció inmutable, no se cansó de la contemplación divina; Cristo y no el Logos es el demiurgo, creador del mundo; su reino tendrá fin con la apocatástasis. Todos estos factores nuevos proceden de las obras de Evagrio Póntico, en especial de los “Capítulos Gnósticos”, a los que eran muy aficionados los monjes isocristes. Esta fue una controversia menor, frente a las que producían mayor impacto en la Ecumene, sobre todo en su parte oriental, las controversias cristológicas entre nestorianos y monofisistas.

En conclusión, podemos decir que la reencarnación nunca ha sido una doctrina pacífica y aceptada por la mayoría de la comunidad eclesiástica, solo las tendencias que se decantaban más hacia el platonismo, incluyeron ideas relativas a la preexistencia del noûs, es decir, el intelecto o la parte racional del alma. Pero nunca fue realmente incorporada a la doctrina general la reencarnación del alma, tal como la planteaba Platón o los pitagóricos.

Juan Almirall