sábado, 4 de abril de 2009

CRISTIANISMO Y REENCARNACIÓN

Platón aceptó las doctrinas pitagóricas sobre la metempsicosis, o más correctamente, sobre la palingenesia (regeneración o generación de nuevo), en el diálogo Fedón, Sócrates nos dice: “si acaso existen en el Hades las almas de las personas que han muerto o si no. Pues hay un antiguo relato del que nos hemos acordado, que dice que llegan allí desde aquí, y que de nuevo regresan y que nacen de los difuntos.” De hecho pitagóricos y platónicos mantenían ideas sobre la reencarnación del alma, que se encuentra prisionera en el cuerpo. En Homero y en general en todo el mundo clásico, no encontramos rastro de tales doctrinas. Para Aristóteles el alma es la forma del cuerpo, y es tan mortal como éste, lo único que es inmortal es el noûs (el intelecto), pero el intelecto en acto, es decir, aquel que se ha actualizado. Estas son las principales doctrinas sobre el alma y el intelecto que se incorporan a la teología cristiana. Justino, que vivió en la primera mitad del siglo II, fue uno de los principales apologistas cristianos, en su obra “Diálogo con Trifón”, muestra un gran interés por la filosofía, sobre todo de Platón y Pitágoras sobre el alma. Allí parece aceptar las doctrinas platónicas de la preexistencia de las almas. Sin embargo, Tertuliano, otro gran escritor cristiano de la segunda mitad del siglo II, en su obra “Acerca del alma” niega tales doctrinas, dedica un extenso capítulo a refutarlas, y las considera “mentiras temerarias” del sofista de Samos. En los primeros siglos del Cristianismo no existía una doctrina concreta y uniforme sobre el alma, más bien, los distintos escritores apologistas cristianos tomaron prestadas las distintas doctrinas procedentes de los grandes filósofos griegos, salvo Tertuliano y algún otro teólogo, que se empecinaron en negar la validez de la filosofía para los verdaderos cristianos.


El Cristianismo más helenizado y culto vino de la mano de las Escuelas Gnósticas de Marción, Valentín y Basílides. Los así llamados gnósticos incorporaron sin reparos las doctrinas pitagóricas y platónicas, e incluso les dieron su propia versión. El mito gnóstico incluye las Ideas platónicas en la forma de hipóstasis de los Eones, que habitan en el Pleroma, el mundo de las Ideas, de donde Sofía cae y engendra al Demiurgo, creador de un mundo corrompido, poblado de seres malignos, que intentan evitar que el espíritu humano regrese a su origen. De allí procede la centella divina, que sólo se encuentra en los hombres pneumáticos o espirituales, la que es incorruptible e inmortal, y que despertada y purificada, tras los cantos de arrepentimiento, puede elevarse por encima de las esferas del cosmos, hasta su morada en el Pleroma, el lugar del Tesoro de la Luz. Los mitos gnósticos serán duramente criticados por los teólogos eclesiásticos: Tertuliano, Irineo, Hipólito, Clemente y Orígenes, estos dos últimos autores, intentarán escribir una gnosis en el marco de la ortodoxia de la gran Iglesia.

En Orígenes el Cristianismo ortodoxo encuentra al primer gran sistemetizador de sus doctrinas. Gracias al método alegórico que había conocido en Alejandría, probablemente de los judíos continuadores de la labor alegórica de Filón, al cual sigue en muchos sentidos. En su gran obra “Tratado sobre los principios”, Orígenes nos explica que el alma humana en realidad es intelecto (noûs) de fuego que se ha enfriado, y por ese enfriamiento tiene que encarnarse en un cuerpo, donde debe aprender a inflamarse de nuevo en Dios, para ascender hacia el mundo divino, que se encuentra más allá de las esferas del cosmos. Orígenes fue influenciado por Numenio de Apamea, un autor platónico y pitagórico, que consideraba a Dios, el primer principio, como intelecto (noûs). Siguiendo a Numenio y a Filón, Orígenes define a Dios, el Padre y primera hipóstasis de la Trinidad cristiana, como “una naturaleza inteligible simplicísima” es decir una mónada y un intelecto (noûs) puro y fuente, que crea por pura bondad a un número limitado de seres a su imagen y semejanza, esto es, un determinado número de intelectos, y eso es lo que realmente somos. Por ello en Orígenes el noûs preexiste y es inmortal, siendo éste el que toma un cuerpo cuando se enfría, quedándose aprisionado en el mismo. Las doctrinas sobre la inmortalidad del alma humana de Orígenes se aproximan bastante a las doctrinas gnósticas.

La mayoría de los grandes escritores y teólogos cristianos de la antigüedad fueron origenistas, y la Escuela Catequética de Alejandría, siguió bastante a Orígenes, al igual que la Escuela Catequética de Cesarea, donde el alejandrino había dejado una importante influencia. Así Eusebio de Nicomedia y Eusebio de Cesarea fueron origenistas, que defendieron la causa arriana, que también traía causa de algunas de la tesis de Orígenes, en particular la idea subordinacionista del Logos al Padre, es decir, que el Logos, Cristo, era de alguna manera un ser subordinado al Padre, una criatura del Padre, aunque preeminente. Esta idea extraída de Orígenes la encontramos en Filón de Alejandría, pero en éste último, tiene su fundamento en la idea judía de la unidad divina, el Logos para Filón y para algunos cristianos es un potencia del Dios único, o incluso un arcángel. Los padres capadocios como Basilio y Gregorio Nacianceno también fueron origenistas. Y de éste último, fue discípulo Evagrio Póntico, un autor que abrazó la vida monástica en Nitria (Egipto), donde tomó contacto con grupos selectos de monjes origenistas. Evagrio escribió una obra titulada “Capítulos Gnósticos” donde defiende la preexistencia del alma. El Patriarca Teófilo de Alejandría será el primer perseguidor de los monjes origenistas a principios del siglo V, además de un gran perseguidor del paganismo. De los primeros años de este siglo datan las primeras persecuciones de los monjes origenistas que huyeron hacia Palestina y Constantinopla, donde fueron protegidos por el entonces Patriarca de Constantinopla Juan Crisóstomo. Así dará comienzo la primera gran disputa entre el Patriarcado de Alejandría y el de Constantinopla, que hizo caer a Nestorio, y perseguir a los padres antioquenos, Juan Crisóstomo y Teodoro de Mopsuestia.

La Escuela de Alejandría a pesar de haber abominado contra Orígenes, mantenía una teología cristológica basada en la concepción platónica del alma triple: racional, irascible y concupiscible, que gobierna al cuerpo. En Cristo el alma racional es substituida por el Logos. Esta es la teología que irán matizando los alejandrinos. Por su parte, la Escuela de Antioquia asume una visión del alma más aristotélica, donde el alma es la forma del cuerpo, y por tanto, hay una unión sustancial del cuerpo y del alma, así en Cristo hay un verdadero hombre (cuerpo y alma) que acoge al Logos, que se une por conjunción (sináfeia), sin mezcla de naturalezas. De estas dos concepciones del alma surgirán las dos grandes herejías del siglo V, que en realidad, representan dos posturas extremas de ambas concepciones, el Nestorianismo, que niega que la Virgen María sea theotocos, es decir, madre de Dios, pues entiende que sólo es madre del hombre que albergó al Cristo, tendencia aristotélica de la Escuela de Antioquia. Mientras que la otra tendencia extrema, aparecida unos años más tarde, fue el Monofisismo, que mantenía que en Cristo sólo se daba un única naturaleza divina, que absorbe a la humana, lo que supone un cierto docetismo, pues la naturaleza humana se vuelve meramente aparente, ya que en Cristo sólo hay una naturaleza: la divina.

La gran Iglesia, ahora Iglesia Imperial, se encuentra sumida en estas disputas, y por la participación de los emperadores bizantinos, que buscaban infructuosamente la unidad doctrinal de la Iglesia y del Imperio, estas disputas se convirtieron en cuestiones políticas. En el Concilio de Calcedonia (451) el Emperador Teodosio II apoya a la ortodoxia, que mantiene la unión sustancial de dos naturalezas la divina y la humana, mientras que la Emperatriz Pulqueria apoya a los monofisistas: el Imperio se encuentra dividido. Constantinopla y Roma apoyan la fe calcedoniana, y Alejandría, Antioquía y Jerusalén han caído en manos de patriarcas monofisistas. En plena discusión sobre la naturaleza del alma en Cristo, estalla un rebrote en Palestina de disputas entre monasterios, por la causa del origenismo. En una comunidad de monjes próxima a Jerusalén, en el monasterio de la Nueva Laura, un grupo de eruditos, aficionados a la lectura de Orígenes y Evagrio, defienden la preexistencia de las almas, la metempsicosis y la restauración final, por lo que son expulsados del convento. Difundirán sus doctrinas por todas las comunidades monásticas de Palestina, con el apoyo de algunos teólogos de Constantinopla. Estos monjes origenistas fueron conocidos con el nombre de isocristes (todos los seres racionales, como los llama Orígenes, serán iguales, incluso Cristo, tras la apocatástasis). El emperador Justiniano, en el año 543, lanza la primera condena a las doctrinas heréticas de Orígenes y Evagrio. En el Liber adversus Orígenes, del emperador Justiniano, publicados en el Sínodo de Endemousa, bajo el Patriarca Menas, confirmada su firma por el Papa de Roma Vigilio:

Can. 1. Si alguno dice o siente que las almas de los hombres preexisten, como que antes fueron inteligentes y santas potencias; que se hartaron de la divina contemplación y se volvieron en peor y que por ello se enfriaron en el amor de Dios, de donde les viene el nombre de frías, y que por castigo fueron arrojadas a los cuerpos, sea anatema.

Can. 2. Si alguno dice o siente que el alma del Señor preexistía y que se unió con el Verbo Dios antes de encarnarse y nacer de la Virgen, sea anatema.

Can. 3. Si alguno dice o siente que primero fué formado el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo en el seno de la Santa Virgen y que después se le unió Dios Verbo y el alma que preexistía, sea anatema.

Can. 4. Si alguno dice o siente que el Verbo de Dios fue hecho semejante a todos los órdenes o jerarquías celestes, convertido para los querubines en querubín y para los serafines en serafín, y, en una palabra, hecho semejante a todas las potestades celestes, sea anatema.

Can. 5. Si alguno dice o siente que en la resurrección de los cuerpos de los hombres resucitarán en forma esférica y no confiesa que resucitaremos rectos, sea anatema.

Can. 6. Si alguno dice que el cielo y el sol y la luna y las estrellas y las aguas que están encima de los cielos están animados y que son una especie de potencias racionales, sea anatema.

Can. 7. Si alguno dice o siente que Cristo Señor ha de ser crucificado en el siglo venidero por la salvación de los demonios, como lo fue por la de los hombres, sea anatema.

Can. 8. Si alguno dice o siente que el poder de Dios es limitado y que sólo obró en la creación cuanto pudo abarcar, sea anatema.

Can. 9. Si alguno dice o siente que el castigo de los demonios o de los hombres impíos es temporal y que en algún momento tendrá fin, o que se dará la reintegración de los demonios o de los hombres impíos, sea anatema.

Estos anatemismos fueron ratificados unos años después en el II Concilio de Constantinopla, quinto concilio ecuménico, celebrado en el año 553, bajo el imperio de Justiniano, donde se centra en la condena a los “Tres Capítulos”, las obras de los tres grandes autores del Nestorianismo: Teodoro de Mopsuestia, Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa. Con la anatemización de las doctrinas de estos tres autores, Justiniano pretendía conseguir la reconciliación con los monofisitas. Estas son las principales cuestiones tratadas en el Concilio de Constantinopla, sin embargo, se incluyen quince anatemismos más, dirigidos expresamente contra “ciertos monjes de Jerusalén”, se trataba de los origenistas isocristes, cuya cabeza era un tal Teodoro de Asquidas. En estos nuevos quince anatemas, incluye los diez anteriores del “Liver adversus Origenes”, pero ahora se presta mayor atención a unos aspectos cristológicos que no habían aparecido antes: Cristo es uno más de todos los seres racionales que forman la unidad primitiva; se distingue de los demás porque solo él permaneció inmutable, no se cansó de la contemplación divina; Cristo y no el Logos es el demiurgo, creador del mundo; su reino tendrá fin con la apocatástasis. Todos estos factores nuevos proceden de las obras de Evagrio Póntico, en especial de los “Capítulos Gnósticos”, a los que eran muy aficionados los monjes isocristes. Esta fue una controversia menor, frente a las que producían mayor impacto en la Ecumene, sobre todo en su parte oriental, las controversias cristológicas entre nestorianos y monofisistas.

En conclusión, podemos decir que la reencarnación nunca ha sido una doctrina pacífica y aceptada por la mayoría de la comunidad eclesiástica, solo las tendencias que se decantaban más hacia el platonismo, incluyeron ideas relativas a la preexistencia del noûs, es decir, el intelecto o la parte racional del alma. Pero nunca fue realmente incorporada a la doctrina general la reencarnación del alma, tal como la planteaba Platón o los pitagóricos.

Juan Almirall

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