viernes, 15 de mayo de 2009

TRATADOS DE PRISCILIANO DE ÁVILA. TEXTO DEL TRATADO I. APOLOGÉTICO. Liber apologeticus.

Para aquellos que están interesados en la doctrina y filosofía priscilianista, presentamos la traducción del primer tratado del conjunto de tratados y cánones publicados por Gerog Schepss en Würzburg, Alemania en 1886.

Utilizaremos, como en otras ocasiones, las ediciones: Prisciliano. Tratados y cánones. Editora Nacional. Biblioteca de visionarios, heterodoxos y marginados 1976 y de: Prisciliano, Tratados. Ed. de Ricardo Ventura. Imprensa nacional-casa da moeda, Lisboa 2005.



LIBRO APOLOGETICO

Aunque nuestra fe esté libre de cualquier impedimento de la vida, libre para seguir el camino de la ordenación católica, esforzándose en el camino hacia Dios, aunque herida por diabólica difamación, por la cual, cuanto más hostigada es, más justa queda probada, juzgamos que sería glorioso para nosotros, beatísimos sacerdotes, porque no nos remuerde la conciencia y aún cuando, exponiendo nuestra fe en frecuentes libros, hemos condenado los dogmas de todos los herejes, tal como en el libro de nuestro hermano Tiberiano, de Asarivo y de otros con los cuales es una nuestra fe y uno nuestro sentimiento, donde son condenados todos los dogmas que parecían ir contra Cristo, y aprobados los que estaban a favor de Cristo, no callar tampoco ahora, puesto que así lo queréis, igual que está escrito: “siempre preparados para dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pidiere” (I Pedro, 3, 15) tal como nos habéis pedido.

Así pues, aunque a vuestra vista está toda nuestra vida, establecidos en la luz de la fe, no procuramos ningún retiro para prácticas oscuras, sin embargo, no rehuímos esta segunda confesión, para satisfacer a los que aún nos desconocen y para que nadie se engañe sobre nosotros, creyendo injustamente la palabra de otros, cayendo en un error imperdonable, no negándonos a “mostrar con la boca lo que creíamos con el corazón” (Romanos, 10,10).

Pues, aunque no está bien vanagloriarse de lo que hemos sido, no hemos sido llamados al siglo, sin embargo, de un origen tan oscuro o tan ignorantes, que la fe de Cristo y la formación del creyente pudiera depararnos la muerte antes que la salvación.

En verdad, como vosotros mismos sabéis, recorridas todas las experiencias de la vida humana y rechazadas todas las ataduras con nuestros males, hemos entrado , por así decir, en el puerto de la tranquilidad segura. Sabiendo que “quien no naciere de agua y de Espíritu, no entrará en el reino de los cielos” (Juan, 3,5), “purificamos nuestras almas por la obediencia de la fe por el Espíritu” (I Pedro, 1,22) y rechazados “los deseos de la vida pasada, de los cuales nos avergonzábamos” (I Pedro1,4; Romanos, 6,21), tomamos el símbolo de la devoción católica hacia la gracia renovada, con el objeto de que entrando en el bautismo, “redención de nuestro cuerpo” (Romanos, 8,23), y “bautizados en Cristo y vestidos de Cristo” (Gálatas, 3, 27), despreciando la vanagloria del siglo, entregásemos, tal como seguimos entregando, nuestra vida únicamente a Él, quien nos concedió el perdón de los pecados, sufrió por nosotros y nos ofreció la redención y la salvación de nuestras almas.

Pues, ¿Quién hay que, leyendo las Escrituras y creyendo “en una sola fe, un solo bautismo y un solo Dios” (Efesios, 4, 5) no condene los necios dogmas de los herejes, quienes, queriendo comparar lo divino con lo humano, separan la sustancia unida en la virtud de Dios y ¿(quien hay que no condene) el crimen de los Binionitas, que dividen en partes la grandeza de Cristo, venerable en la triple fuente de la Iglesia? Tal com está escrito: “yo soy Dios y fuera de mí no existe otro justo” (Isaías, 45, 21 y Oseas, 13,4) y “yo soy el primero y el último y más allá de mí no hay Dios; ¿quien podrá entonces parecerse a mí?” (Isaías,44, 6-7); igualmente en otro lugar: “yo soy el que soy y antes de mí no hubo otro y después de mí no habrá uno semejante a mí; yo soy Dios, y fuera de mí no habrá un salvador” (Isaías, 43, 10-11); y aún dice Moisés: “nuestro Señor Dios es uno” (Deuteronomio 6, 4), y Jeremías dice: “este es nuestro Dios y no consideramos ningún otro más allá de Él, que reveló todo el camino de sabiduría y se lo ofreció a su hijo Jacob y a su querida Israel; después de esto fue visto en la tierra y convivió con los hombres” (Baruc, 3, 36-38) Pues “Él es quien era, quien fue y quien será (Apocalipsis, 1, 8) y “el Verbo se hizo carne y habitó en nosotros” (Juan, 1,14) y visto por el siglo (mundo); crucificado, se hizo heredero de la vida, venciendo a la muerte y resucitando al tercer día, hecho forma del futuro, mostró la esperanza de nuestra resurrección y ascendiendo a los cielos, abrió el camino para los que llegan hasta Él, todo “en el Padre y el Padre en Él mismo” (Juan, 14, 11), para que se manifieste lo que está escrito: “gloria a Dios en las alturas y en la tierra, paz a los hombres de buena voluntad” (Lucas, 2, 14); También dice Juan: “tres son los que testimonian en la tierra: el agua, la carne y la sangre, y estos tres son uno; y tres son los que testimonian en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu, y estos tres son uno en Cristo Jesús” (I Juan, 5, 7-8. Reproducimos a continuación la cita de Ricardo Ventura: Comma Joanneum, citada por Prisciliano: “Tria sunt quae testimonium dicunt in terra aqua caro et sanguis et haec tria in unum sunt, et tria quae testimonium dicunt in caelo pater verbum et spiritus et haec in tria unum sunt in Christo Iesu”; Vulgata: “Hic est, qui venit venit per aquam et sanguinem, Iesus Christus; non in aqua solum sed in aqua et in sanguine. Et Spiritus est, qui testificatur, quoniam spiritus est veritas. Quia tres sunt, qui testificantur: Spiritus et aqua et sanguis; et hi tres in unum sunt”.
Incluímos: “The first work to quote the Comma Johanneum as an actual part of the Epistle's text appears to be the 4th century Latin homily Liber Apologeticus, probably written by Priscilian of Ávila”. Extraído de Wikipedia.)


Y puesto que queréis que vaya paso a paso en la exposición de nuestras creencias, aunque lo que a nosotros compete es aprender de vosotros, con todo, puesto que según el ejemplo de Dios quien, manifestando con sus obras quien era, quiso , no obstante, oír de sus discípulos quien era, o quien creían que era; puesto que queréis que os pruebe lo que ya conocéis, perdonadnos si nos alargamos hablando de los seguidores de nuestra fe o sobre sus detractores, que introducen el error para depravar las mentes de los infieles. Pues por culpa de aquellos que, mintiendo tanto contra los hombres de Cristo, nos hacen negar de la forma más prolija estas mentiras que ellos mismos cargan sobre sí. Sea anatema, pues, quien, creyendo en el mal de la herejía Patripasiana maltrata la fe católica, cuando está escrito lo que dice Pedro: "Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo” (Mateo, 16, 16) y en otro lugar; “quien tiene al hijo tiene vida, quien no tiene al hijo, no tiene vida” (I Juan, 5, 12); y también en otro lugar, cuando dice Él mismo: “El Padre y Yo somos uno” (Juan, 10, 30) y “Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí” (Juan, 17, 21). En testimonio de esto se añade también en el Evangelio la confesión demoníaca que dice: "Tú eres Cristo, Hijo de Dios, ¿porqué viniste antes de tiempo a atormentarnos?” (Mateo, 8, 29). Sabemos que esto fue escrito, no porque Dios quiera el testimonio de los demonios, sino para que los hombres, hechos a imagen y semejanza de Dios, “se sientan obligados por los peores tormentos” (Hebreos, 10, 9) si ignoran las cosas que hasta los demonios reconocen. Para nosotros sólo hay "un Dios padre, de donde todo procede y nosotros en Él, y un Señor Jesús Cristo, por el cual son todas las cosas y nosotros por Él". (I Corintios, 8, 6). A la necedad de estos se une la herejía Novaciana, como si el error del pecado reapareciese siempre y este se limpiase con la repetición del bautismo; cuando la lectura apostólica atestigua: “un sólo bautismo, una sola fe, un solo Dios” (Efesios, 4, 5) y sabemos que "aunque un ángel del cielo nos anunciase otro evangelio distinto del que nos ha sido anunciado, es anatema” (Gálatas, 1, 8) Nosotros, en cambio, bautizados una vez en Cristo, "permaneciendo en aquello que ha pasado, avanzamos hacia aquello que está adelante, queremos alcanzar aquello por lo cual fuimos alcanzados", (Filipenses, 3 12. En versión diferente de la Vulgata) porque unidos en la fe, no tenemos, fuera de Jesucristo únicamente, otra defensa que la del bautismo, sabiendo que “Cristo vino en carne para salvar a los pecadores” (I Timoteo, 1, 15) y redimidos en Él, devolverlos a las normas de la vida eterna.

Continuaremos...

Saludos cordiales, Jesús Rodríguez



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