La columna está asentada sobre un pedestal formado por trozos de un obelisco de Seti I, colocados boca abajo, también hay un trozo de la estatua de la reina Arsinoe, esposa de Ptolomeo II Filadelfo, una de las reinas más veneradas de Alejandría, y otra piedra con una inscripción dedicada al emperador Diocleciano, uno de los más odiados perseguidores del Cristianismo. Esa columna no es un resto de la antigüedad pagana, sino un símbolo de la victoria del Cristianismo, que se ubica en el antiguo emplazamiento de otra columna, la Gran Columna de Serapis – Helios, una de las maravillas del gran Templo Oracular consagrado a Serapis, en la colina de Rhakotis.
Ptolomeo I Sóter, fundador de la dinastía de los Lágidas, mandó construir en Alejandría el Serapeum, un monumental templo de mármol blanco, con tres terrazas, en la colina del barrio de Rhakotis, que como la Acrópolis ateniense, se divisaba desde el Puerto. Se ascendía por medio de una magnífica escalera de cien peldaños, y contaba con un gran Santuario consagrado a Serapis, con su impresionante estatua de marfil y oro, que había traído un hierofante de la familia eleusina de los Eumólpidas a Alejandría procedente de la lejana Sinope. El conjunto contaba también con un Anubion, un Templo consagrado a Isis, la eterna páredra de Serapis, la gran Columna de Serapis-Helios (divinidad tutelar del Imperio, durante la dinastía de los Severos), y dos curiosas instituciones: una magnífica Biblioteca, denominada la Hija de la primera Biblioteca Real, que se encontraba en el Palacio de los Lágidas, y un Museo, un Templo de las Musas que contenía el Pórtico de Aristóteles, donde se encontraban veinte Escuelas de Filosofía. Amiano, en su historia de Roma, dice: “Existen – en Alejandría – numerosos templos suntuosos, especialmente el de Serapis, que, aunque no existen palabras adecuadas para expresarlo, podemos decir, de acuerdo con sus espléndidas salas apoyadas en columnas, y sus bellísimas estatuas y otros adornos, que está tan soberbiamente decorado que, tras el Capitolio, del que se enorgullece la sempiterna y venerable Roma, no existe nada más maravilloso sobre la tierra.”
Centro de culto principal del Imperio, a partir de Calígula y Claudio, era también uno de los principales centros culturales de la Antigüedad tardía. Su Museo vio desfilar a los más importantes pensadores, artistas y científicos de la época, los famosos sabios de las veinte Escuelas del Pórtico de Aristóteles, entre los que se encontraban Plotino, Jámblico, el propio Orígenes. Sacerdotes y filósofos dirigían la vida de este magnífico centro de culto y de saber, de la última manifestación de la religión clásica, el Helenismo, una sofisticada mezcla de cultos sincréticos y filosofía neoplatónica, que incluía la contemplación de la naturaleza, la matemática y la astronomía.
La vida de este centro cultural se vio truncada a finales del año 391, tras la publicación del Edicto de Teodosío I, que mandaba cerrar los templos paganos. Esto dio alas al obispo Teófilo, un hombre que gobernaba Alejandría como un verdadero faraón, y que ambicionaba las riquezas del Serapeum para poder continuar su labor constructora de Iglesias en Egipto.
La desaparición de la religión y de la cultura antigua ya había sido vaticinada por algunos oráculos. Antonino, filósofos neoplatónico y sacerdote oracular del Serapeum de Canope, discípulo de Edesio y seguidor de las doctrinas del divino filósofo Jámblico, ya había pronosticado la caída y ruina del Serapeum de Alejandría. Algo que costaba de creer, dada la monumentalidad e importancia que todavía tenía dicho Templo, comparable al Vaticano, en nuestros días.
Sin embargo, Teófilo pese a su clara preferencia por el monacato popular y por las riquezas de los Templos paganos, no causó ningún mal a la filósofa neoplatónica Hipatia, hija de Teón de Alejandría, gran filósofo matemático y astrónomo, que tenía su propia Escuela, fuera de los recintos del Pórtico del Serapeum. Hipatia, propugnaba una filosofía capaz de despertar la realidad interior que une al ser humano con el Uno, al igual que Plotino, mostraba poco interés por la versión más popular de la Religión Helenística, y por tanto, no se pronunció a favor del Serapeum, aunque imaginamos que debió ser un duro golpe para ella y el mundo que representaba, un mundo que tocaba a su fin. Con su muerte, unos años más tarde, de la mano de los secuaces de San Cirilo, sucesor de Teófilo, en el año 415, y el cierre de la última Escuela de Filosofía Neoplatónica de Atenas, en el año 529 gracias al decreto de Justiniano, la antigua Religión de Egipto, Grecia, Roma y Asía Menor, desaparecerá para siempre, sus sacerdotes, sus cultos y su filosofía, una filosofía a mi entender realmente hermosa y sofisticada, como nunca se había conocido en Occidente y en el próximo Oriente, desaparecieron, quedando sólo restos incomprensibles y fragmentos.
Juan Almirall