viernes, 30 de abril de 2010

LOS ORÍGENES DEL CRISTIANISMO CARISMÁTICO Y APOCALÍPTICO (2)

Orígenes del Cristianismo: judaísmo y el helenismo.

El hecho, tal vez, más importante en la historia de la humanidad sea la publicación en Alejandría de la Septuaginta, la Biblia en lengua griega, cuyos trabajos de traducción comenzaron en torno al año 280 a.C. por indicación del Rey Ptolomeo II Filadelfo, y terminaron en torno al año 200 a.C. Inicialmente fueron traducidos la Torah o el Pentateuco y los libros de los Profetas, pues algunos de los libros didácticos y sapienciales no fueron terminados de redactar sino hasta algunos años más tarde, e incluso, algunos de estos libros, como Sabiduría y Eclesiástico fueron escritos directamente en griego, por judíos de la Diáspora, que utilizaban la Septuaginta como libro de referencia. Este será el caso también del Apóstol Pablo, un fariseo que utilizaba la Biblia griega de la Diáspora. Y decimos precisamente, que la traducción al griego de la Biblia es, probablemente, el hecho histórico de mayor relevancia, pues dará nacimiento a las dos religiones más importantes de nuestra cultura, por un lado, el Judaísmo que surgió tras la segunda destrucción del Templo de Jerusalén, y, por otro, el Cristianismo. Ambas religiones son fruto de una época, la época llamada del Segundo Templo, que se inicia, aproximadamente, a partir de mediados del siglo V a.C., con la reconstrucción del Templo de Jerusalén, y del Judaísmo llamado “postexílico”, formado por un amplio y variado mosaico de sectas y tendencias, cuya falta de unidad, permitió la penetración de una concepción más abstracta y filosófica de la religión, así como la introducción de la Septuaginta en la vida de muchos judíos, sobre todo, de la Diáspora. Jerusalén será la guardiana y baluarte de las costumbres y tradiciones más antiguas, gracias sobre todo a instituciones como el Sanedrín, órgano colegiado con carácter no solo administrativo, sino sobre todo judicial.



El Cristianismo fue considerado, inicialmente, como una secta más del Judaísmo, que experimenta distintos momentos de influencia helenística o de la cultura griega, y en especial de la filosofía griega. Y en la mayoría de los casos, al menos hasta el siglo III, dicha influencia le llega al Cristianismo a través de algunas fuentes muy receptivas al helenismo, como fueron las distintas tradiciones judías, concretamente la tradición rabínica de los fariseos, en un primer momento, así como la tradición sapiencial de origen alejandrino, sobre todo a partir de la gnosis y sus detractores, los primeros teólogos cristianos, entre los que se cuenta Orígenes de Alejandría. Ambas tradiciones se encontraban fuertemente helenizadas, de hecho son las fuentes tanto del Cristianismo como del Judaísmo talmúdico, que surgirá a partir de la destrucción del segundo Templo y de la ciudad de Jerusalén, en el año 70, por las tropas de Tito.
Podemos afirmar que propiamente el Cristianismo no se separa del Judaísmo hasta la desaparición del Sanedrín post-exílico, que se encontraba en la ciudad de Jerusalén. El Sanedrín era el concilio mayor del pueblo judío, estaba formado por setenta y un miembros y su sede se encontraba en Jerusalén. Fue creado durante la dominación persa (539-33 a.C), tras el regreso del exilio de Babilonia. Palestina contaba con un gobernador nombrado por los persas y un concilio formado por los líderes de la aristocracia judía, algunos sacerdotes y otros terratenientes, este concilio fue el denominado Sanedrín. Esta institución se mantuvo durante la época ptolomáica y seléucida, el sumo sacerdote y cabeza del Sanedrín era nombrado por el Rey, y tenía funciones de gobierno de la provincia, recaudaba impuestos para los reyes griegos, y tenía plenos poderes respecto de la interpretación y práctica de la Ley. En época romana, el Sanedrín lo formaba el sumo sacerdote, aristócratas, juristas y escribas, interpretes y expertos en la Torah. La mayoría de sus componentes formaban parte del partido saduceo y desde los últimos monarcas asmoneos, en torno al siglo I a C., los fariseos también formaron parte de esta institución de tipo religioso jurídica, aunque los primeros, constituían el grupo dominante en el Sanedrín hasta la destrucción de Jerusalén, en el año 70. Después de esa fecha, el Sanedrín fue reorganizado bajo la dirección de los rabinos, y ellos fueron sus únicos miembros. La institución del rabinato tenía su origen en distintas tradiciones, de entre las que destacaba la farisaica. El Sanedrín tenía poder legislativo, judicial y ejecutivo tanto respecto de la ley criminal como de la civil. Igualmente contaba con su propia guardia y podía detener a las personas que considerase oportuno. Los integrantes del Sanedrín también supervisaban el calendario religioso, los eventos del Templo y su culto, así como el sacerdocio. Pero tras la destrucción del Templo, el Sanedrín, con la llegada de los rabinos, se convirtió en un centro académico, de interpretes de la Ley . Destacó Rabi Yehuda, que llegó a ser presidente (Nasi) del Sanedrín, y que en el siglo II redactó la Mishna, texto central de la literatura talmúdica. En esta época Judaísmo y Cristianismo se distanciarán y se podrán distinguir claramente, el primero resurgiendo de un período de decadencia y el segundo experimentando un desarrollo prodigioso, que culminará a principios del siglo IV, con la conversión del Imperio Romano al Cristianismo.
Pero antes de eso, los primeros tres siglos de Cristianismo están llenos de avatares, propios de una religión heredera de una tradición caracterizada por la diversidad y pluralidad de haíresis, es decir, “divisiones” o sectas. En el siglo I a.C. en Palestina encontramos entre los judíos distintas formas de interpretar la Ley y los Profetas, los principales textos del Judaísmo. Estos distintos grupos o haíresis fueron los saduceos, los fariseos, los esenios y los zelotas, aunque existen algunos otros grupos documentados, como las comunidades de Qumrán o los Terapeutas egipcios, los primeros generalmente vinculados al movimiento esenio y los segundos testimoniados por Filón de Alejandría. Estos últimos constituían verdaderas comunidades monásticas, que se consideraban igualmente fieles y estrictos observadores de los preceptos de la Ley, y que precisamente, su estricta observancia de los preceptos de pureza de la Torah, les habían llevado a un distanciamiento de la vida mundana y a rechazar el culto expiatorio que se celebraba en el Templo de Jerusalén. Todos estos grupos, en mayor o menor medida, se encontraban fuertemente helenizados. Sobre todo, tras la importante reforma que había producido la traducción de la Ley y los Profetas a la lengua griega, en la famosa versión de la Septuaginta, la Biblia de los Setenta o Alejandrina, en uso desde el siglo III a C. Saduceos y fariseos hacían uso de la Biblia griega en la misma Jerusalén, y será el único texto que conocieron la mayoría de los judíos de las comunidades de la Diáspora.


(Continuará).


Juan Almirall

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