domingo, 30 de octubre de 2011

NIETZSCHE CONTRA EL DEMONIO DE SÓCRATES, por Juan Almirall


"Una clave para descifrar la esencia de Sócrates la encontramos en aquel fenómeno extraño que, bajo el nombre de Demonio de Sócrates, nos permite ver más claramente en el fondo de la naturaleza de este hombre. En estas circunstancias, cuando la extraordinaria lucidez de su inteligencia parecía abandonarle, una voz divina se dejaba oír dentro de él y le daba nuevos ánimos. Cuando esta voz le habla, siempre le disuade. La sabiduría instintiva en esta naturaleza completamente anormal no interviene nunca más que para entorpecer, para combatir al entendimiento consciente." Nietzsche, El origen de la tragedia.

Una extraña criatura poseía el alma de Sócrates. Él mismo habló de ello, y muchos autores escribieron después sobre el tema, preguntándose qué podía ser esa criatura: el daimon de Sócrates. En el alma del sofista anidó una fuerza que transformó el rumbo de la historia de Occidente. Una fuerza que se abrió camino entre las dos tendencias del espíritu griego: Apolo, el principium individuationis, y Dioniso, la potencia instintiva, origen, según Nietzsche, de la creatividad, del genio kantiano, con la que el polifacético escritor se identificaba.

Sin duda la historia de nuestra cultura no es otra cosa que la progresiva implantación del demonio de Sócrates, desde las civilizaciones pre-socráticas, hasta la modernidad, donde se implanta el espíritu socrático y ejerce su tiranía, teñido de importantes rasgos apolíneos. La moderna ciencia es el triunfo del demonio de Sócrates sobre toda forma de menadismo y genialidad. La Ilustración es puro socratismo, sus luces, las Luces de la Razón ilustrada, son las luces del demonio de Sócrates. Unas luces que disuaden toda forma instintiva e irracional de manifestación de lo humano.

Pero hoy el socratismo se apaga ante la ponderada manifestación de un nuevo espíritu, de una nueva fuerza: el demonio de Nietzsche. El gran genio alemán no se dio cuenta que hasta él mismo estaba profundamente tocado por el demonio de Sócrates, contra el que se revelaba. Su respuesta fue la invocación del demonio de Dioniso, pero Dioniso ya llevaba muchos siglos muerto y enterrado. Y como toda invocación es escuchada en el mundo de los espíritus, conjuró, sin saberlo, otra fuerza demoníaca: Ahriman. Una criatura que anida en la facultad imaginativa de la psique humana y transforma sus fantasías y figuras mentales. Es un genio romántico capaz de acabar con Dios, el Padre, el Gran Intelecto, el principio último de toda dialéctica socrática.

Nuestra cultura experimentó un giro. El demonio de Nietzsche puso fin a la historia de su gran enemigo: el espíritu socrático. La historia de la humanidad es la historia de las fuerzas antagónicas que anidan en el alma de los seres humanos, de los grandes espíritus que determinan el carácter de las civilizaciones. Hoy Ahriman, el asesino de Dios, transita la imaginación de muchos seres humanos, y transforma nuestra cultura. Nada tiene que ver con Dioniso, la fuerza instintiva y creadora del genio humano primitivo. Hoy ya no hay almas geniales, todo se pierde en un sordo murmullo de infinitas voces. Hoy es Ahriman quien se expresa desde lo profundo del alma humana, Ahriman que ha devorado a Sócrates.

Bruno, Spinoza y todos los románticos, conjuraron al espíritu de Ahriman, y Nietzsche se erigió en su profeta. Su evangelio, el evangelio para el alma individual que niega la dialéctica y ensalza el instinto, lo puso en boca de Zaratustra, el profeta de la Luz. Pero Ahriman destruye a los suyos, y volvió loco a su profeta, y como una mancha de aceite se extendió por las conciencias. Como nadie cree en él, nadie advierte su presencia. Ahriman dirige la historia de la humanidad en el siglo XXI. Su sello es el instinto que oprime a la razón profunda, y aísla al individuo en la superficie.

Y en medio del caos, comenzó a surgir la luz de una estrella danzarina. Una voz que una vez conmovió a toda Persia. Una voz que explicó la victoria de la Luz sobre las tinieblas. Solo Mani, el mensajero de la Luz, tiene la llave para atar a la bestia conjurada por los filósofos. Y la Luz se dejó devorar por las Tinieblas, para que, así, en el núcleo de las Tinieblas volviera a brillar la Luz.

(Para conocer mejor el mito maniqueo ver: Fernando Bermejo Rubio, El maniqueísmo estudio introductorio)

Juan Almirall

domingo, 2 de octubre de 2011

ALEJANDRIA Y LA SABIDURIA DE LAS FUERZAS INTERMEDIAS, POR JUAN ALMIRALL

Él fue quien me dio conocimiento (gnosis) auténtico de los seres para saber la trabazón del cosmos y la actividad de los elementos; el comienzo, el final y el medio de los tiempos, las alteraciones de los solsticios y los cambios de estación, los ciclos del año y las posiciones de los astros, la naturaleza de los animales y la bravura de las fieras, la violencia de los espíritus y los razonamientos de los hombres, las variedades de plantas y las virtualidades de las raíces, todo lo que existe, oculto o manifiesto conocí; ya que la Sabiduría, artífice de todo, me lo enseñó” (Sab. 7, 17-22).

El libro de la Sabiduría tiene sus orígenes en el pensamiento alejandrino de época helenistica (siglo III a. C. hasta aproximadamente el siglo IV de nuestra era). El antiguo pensamiento faraónico sobre las fuerzas de la naturaleza y el cosmos, sobre los dioses o Neter, fuerzas vivas que animan toda la creación, la signatura rerum, el sello del Creador en las cosas, se transforma en Alejandría en la Sabiduría de Isis, del Alma del Mundo. El Universo es un ser animado, un animal, una criatura dotada de Alma. Y su conocimiento, su gnosis, es la Sabiduría. En esta Sabiduría alejandrina se encuentran neoplatónicos paganos, judíos sapiencialistas y gnósticos cristianos. Pues la Sabiduría es la ciencia de las ciencias, es el conocimiento del Alma velada del Mundo, de la diosa Isis que esconde su rostro tras un velo.
En la Alejandría helenista se vivió una de las más importantes manifestaciones del Idealismo humano. Cuando uno mira la Naturaleza a partir de un idealismo tal, no solo ve su hermosura, sino que observa las fuerzas que la animan, es imposible para la mirada idealista no ver a la Naturaleza como un único ser vivo, como el Todo viviente de los alquimistas. Son estas fuerzas vivas las que el mago trata de domeñar. Primero las fuerzas elementales, las fuerzas de los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. Luego las fuerzas anímicas de los planetas, la influencia acuática de la Luna, la inteligencia de Mercurio, la belleza de Venus, la alegría y luminosidad del Sol, la violencia y fuerza de Marte, la plenitud y realeza de Júpiter y la noche saturnal, la oscuridad y tristeza de Saturno. En todos estos dominios del cosmos los paganos pusieron a sus dioses, los gnósticos a sus arcontes y los sapiencialistas judíos a sus potencias. Todo está animado por las potencias, las fuerzas vivas que separan al mundo de la Inteligencia Pura, del Uno silencioso e inmutable. El mundo es un hormiguero lleno de actividad, efímeras personitas vamos de un lado para otro como hormigas, sin saber muy bien qué nos mueve a desplazarnos. Por encima y muy alejado de este hormiguero se encuentra el Uno, el Inefable, en su Trono transcendental. El da unidad, lo unifica todo, Plotino dirá: "todo proviene de El y todo aspira a regresar hacia El". Los alquimistas dirán "El es el Todo" (Hén tó pán). Y entre El y el mundo, como en todo ser vivo, entre la consciencia única e individual, y las infinitas células, hay grandes y pequeñas fuerzas rectoras, que mueven el organismo.
La Sabiduría, el Alma del Mundo, es una, y en su vientre existimos, en el lamento de Goethe vemos resurgir una nueva mirada idealista a la Sabiduría Alma del Mundo: "¡Naturaleza! Por ella estamos rodeados y envueltos, incapaces de salir de ella e incapaces de penetrar más profundamente en ella. Sin ser requerida y sin avisar nos arrastra en el torbellino de su danza y se mueve con nosotros hasta que, cansados, caemos rendidos en sus brazos. Crea eternamente nuevas formas; lo que aquí es, antes aún no había sido jamás; lo que fue no vuelve a ser de nuevo. Todo es nuevo y, sin embargo, siempre antiguo. Vivimos en su seno y le somos extraños. Habla continuamente con nosotros y no nos revela su secreto. Actuamos constantemente sobre ella y, sin embargo, no tenemos sobre ella ningún poder. Parece haberlo orientado todo sobre la individualidad y nada le importan los individuos. Construye siempre y siempre destruye, y su taller es inaccesible. Vive toda en sus hijos, pero la madre ¿dónde está?"
Dionisio Areopagita dio nombres a las fuerzas intermedias del Universo, las llamó Ángeles, Arcángeles y Principados, fuerzas mentales, Potestades, Virtudes y Dominaciones, fuerzas demiúrgicas, Tronos, Querubines y Serafines, fuerzas inflamadas por el contacto divino. Dante las repartió por el cosmos en su Divina Comedia, en el círculo lunar los Ángeles, en el círculo de Mercurio los Arcángeles, en el círculo de Venus los Principados, las Potestades en el Sol, las Virtudes en Marte, las Dominaciones en Júpiter, los Tronos en Saturno, en el Cielo Cristalino los Querubines y en el Empíreo los Serafines... La mente angélica movía las esferas del Alma del Mundo, al igual que el estómago mueve los alimentos, el corazón la sangre, los pulmones el oxígeno, los riñones la orina, etc. Fuerzas vivas que solo la mente idealista es capaz de observar en la Naturaleza. La Sinfonía de las Esferas. El canto de las Ondinas. La exhalación de las Salamandras...

LOS LENGUAJES DE LA ALQUIMIA, por Juan Almirall

En anteriores post veíamos los fundamentos filosóficos de la Alquimia, como una verdadera ciencia. Si bien, siempre fue de la mano de la magia, y por ello algunas mentes ilustradas, sobre todo, a partir del Renacimiento, la miraron con cierta desconfianza. Sin embargo, la Alquimia se trataba de una verdadera ciencia basada en principios filosóficos, lo que, por otra parte, justificaba la convertibilidad de sus elementos. Ciencia de metamorfosis y transmutaciones; así como la física se ocupaba del cambio local, la Alquimia exploró las alteraciones de la materia, el cambio en un mismo objeto. Esto solo fue posible sobre la base de una filosofía diferente, que permitía la alteración sustancial, hoy en día, no hay posibilidad de transformación y convertibilidad de los elementos, que han quedado inamovibles y fijados en la moderna tabla periódica, y por tanto, la Alquimia ha perdido su carácter científico.
Pero el que la Alquimia no tenga fundamento según la moderna ciencia no quiere decir que no pueda tener su utilidad desde otros puntos de vista. La Alquimia nació en el entorno cultural del helenismo alejandrino del siglo III de nuestra era. La cultura alejandrina es una cultura de sincretismos e intercambios. El cristianismo gnóstico, el gnosticismo judío, fueron tremendamente influenciados por la cultura pagana greco-egipcia de Alejandría. La Sabiduría de los sabios de Israel se convirtió en una diosa personificada, muy próxima a la diosa Isis de los misterios egipcios, la religión popular alejandrina influyó en la teología cristiana y judía de Egipto. La Alquimia había rescatado e impedido la total extinción de ciertos elementos simbólicos del antiguo paganismo, y conservó el lenguaje egipcio de los jeroglíficos, la escritura sagrada, que sirvió a los alquimistas para transmitir sus misterios.
Las religiones paganas y el gnosticismo, conservaban ciertos mitos sobre las transformaciones del Alma, entendiendo por tal, no solo el Alma del Mundo, sino también el alma particular. Al igual que los mitos paganos, la Alquimia conserva un lenguaje simbólico muy relacionado con la vida anímica. Es por ello, que psicólogos como C.G. Jung y sus seguidores, vieron en la Alquimia un lenguaje muy adecuado para explicar ciertas expresiones profundas del alma. E, igualmente, los Rosacruces crearon una leyenda alquímica, con la que pretendían sentar las bases de los nuevos misterios del Cristianismo más espiritual y místico. Las Bodas Alquímicas de Cristián Rosacruz es un relato iniciático, es el mito fundacional de unos nuevos misterios, los Misterios de la Alquimia Rosacruz, que ya poco tiene que ver con la ciencia alejandrina, y sí mucho que ver con una nueva forma de entender las transformaciones del ser humano, en camino hacia una verdadera vida evangélica.
La Alquimia como una verdadera ciencia que fue, tenía su fundamento en sólidos principios filosóficos, la filosofía natural de los antiguos y medievales, y utilizaba el símbolo como expresión, un lenguaje que asegura la relatividad de los fenómenos observados, aunque eso sí, un lenguaje solamente apto para adeptos y entendedores del mismo, es decir, personas que son capaces de trascender el concepto mental y la conceptualización del mundo, que no rechazan la razón, pero tampoco las intuiciones del alma, y que por tanto, no pone límites al pensamiento. Esta es la razón por la que la Alquimia siempre despertará animadversión en aquellas personas incapaces de pensar más allá de límites bien definidos, pero podrá encontrar su utilidad en aquellos capaces de traspasarlos. Procul hinc, procul ite prophani!

Juan Almirall