martes, 28 de febrero de 2012

"LA TRADICIÓN ESPIRITUAL NEOPLATÓNICA", POR JUAN ALMIRALL


"El soplo divino reflejado en la naturaleza virginal" es según algunos, la clave de un supuesto yoga cristiano, que necesariamente tiene que integrar dos elementos constitutivos de la consciencia: el elemento activo (Espíritu) y el elemento pasivo (el Agua bautismal). Con ello se quiere justificar una cierta mística cristiana, completamente adaptada al dogma de la gran Iglesia. Negando la existencia de consciencia en el ideal del no-dualismo, ya que sin estos dos componentes opuestos no sería posible la consciencia.
El gran problema de puntos de vista como este, es el profundo desconocimiento de la gestación de los dogmas y de la verdadera tradición espiritual de Occidente, en lo que al pensamiento antiguo se refiere, el contexto ideológico que vio nacer al Cristianismo. La teología cristiana nace con Orígenes de Alejandría, que mantiene un subordinacionismo entre el Padre (el Noûs-Intelecto) y el Hijo (el Lógos-Palabra). El tercer elemento de la Trinidad: el Espíritu o Pneúma, es un soplo vital y santificante, que deja el Hijo tras su partida, entre el círculo de los discípulos que componen su Asamblea. De hecho, en la Tradición Judía Sapiencial, que es de donde procede este tercer elemento, el Pneúma es Espíritu de Sabiduría, una hipóstasis de la ciencia o gnosis de la Naturaleza, creada por el Lógos de Dios.
El dogma de la Iglesia imperial, sancionado en el primer Concilio Ecuménico de Nicea, convocado para condenar las tesis del origenista Arrio, consiste en afirmar la co-sustancialidad de las tres hipóstasis, tres personas y una única naturaleza. Esto a los ojos del filósofo pagano más torpe sería una gran barbaridad. Es un dogma conciliador y político, que pretende poner fin a la cuestión del subordinacionismo, que era la tesis mantenida por la verdadera Tradición Espiritual de Occidente, encarnada por la Escuela Neoplatónica, a la que perteneció Plotino, Jámblico, Proclo o Damascio. Estos grandísimos místicos y pensadores, afirmaron la existencia de tres hipóstasis: el Alma, el Intelecto (Noûs) y el Uno. Estas tres realidades no eran simplemente el fruto de una especulación intelectual, sino que, sobre todo, eran fruto de la experiencia extática y mística. Pero el contexto en el que ellos formularon su teoría de las tres hipóstasis era mucho más elástico y amplio, pues el paganismo no tenía dificultades para divinizar al Alma o al Intelecto o al Uno. En cambio los torpes y politizados padres niceanos, tenían que mantener el dogma de un solo Dios y un solo Rey (el Emperador, que suponemos relamiéndose con la idea de elevar el trono imperial hasta la misma naturaleza que el Padre, pues el Emperador era incuestionablemente el Señor del Imperio, y por tanto el sucesor, no ya del Apóstol Pedro, sino del mismo Cristo).
Pues bien, volviendo a nuestro encabezamiento, y a la supuesta dualidad de la consciencia, el que así lo afirma, ignora que Plotino coloca en el rango más elevado de la experiencia extática al Uno. Una naturaleza que trasciende lo noético, lo intelectual, y en la que no hay dualidad posible, pues todo dualismo rebaja al que está más allá, al Inefable, como lo llamó Damascio. Los pensadores cristianos que más se acercaron a esta idea de un Dios Inefable, fueron sin duda los gnósticos valentinianos, con su Primer Eón del Plêrôma, donde todo estaba contenido y latente.
Fue Aristóteles quien introduce un principio de consciencia completamente vinculado al cosmos, afirmando igualmente, la coeternidad de ambas sustancias, el intelecto rector y el cosmos. Sin embargo, los Pitagóricos, tras depurar su cosmología matemática, habían elevado al Uno por encima de toda consciencia, de donde surgía un tercer Dios, o mejor dicho, un primer principio, que casaba muy mal con el Dios Intelecto de Filón de Alejandría y de Orígenes, pues sencillamente lo trascendía.
Este Uno, no era fruto de una mera especulación, sino de un profundo estado de unificación de la consciencia que se vuelca sobre sí misma, que queda absorbida por sí misma, en una auto-contemplación inmóvil, silenciosa y profunda. Experiencia que niega toda cualidad, siguiendo la vía apofática o la teología mística de Pseudo-Dionisio. Allí no hay dualidad, no hay un elemento que se refleja en otro, no hay Espíritu, ni soplos, ni Lógos, solo hay Silencio, Quietud, Eternidad.

Juan Almirall